Literatura

Niños de la Transición

Proclamación en las Cortes de Juan Carlos I como rey de España.

Vicente Valero (Ibiza, 1963) ha convertido en plural el singular histórico de la Transición. Y literalmente: la nueva incursión del poeta (ganador del premio Loewe en 2007) en la narrativa tiene como título Las transiciones (Periférica). Porque Transición no hubo solo una: “Aquí se cuentan varias. Hay una transición política que obedece a la época en la que sucede parte de la acción, pero todos los personajes de la novela viven sus propias transiciones. La transición de los niños hacia la adolescencia, la de los jóvenes a ser adultos. Hay incluso una transición de la vida a la muerte”.

El relato, una novela corta que aproxima un poco más al autor a la narrativa convencional, sucede en dos momentos. Hay un tiempo de recuerdo, el de 1975, cuando el protagonista (y el autor) vive el cambio político desde la inocencia de sus 12 años. Y hay un presente que se desplaza hasta 1993, cuando, a raíz de la muerte prematura de un amigo de infancia, el narrador, ya entrando en la madurez, recorre mientras asiste al entierro aquellas memorias compartidas. “No quería hacer una novela de tesis, una novela que explique la Transición, yo no sé nada de eso ni me interesa”, explica, desmarcándose de la tendencia a la revisión histórica de aquellos años, “sino una novela donde se expresara de manera natural cómo eran las familias.

Un tipo concreto de familia. “No las heroicas ni las resistentes”, sino aquellas pertenecientes a la burguesía que se habían acostumbrado a tener el franquismo como telón de fondo y en las que era impensable verbalizar una oposición, o siquiera pensarla. Lo que él identifica como “franquismo sociológico”, “miles de familias que no habían salido a protestar, digamos, pero que tampoco eran franquistas con énfasis, que vivían su vida y se habían adaptado y conformado”. Las familias del Círculo Insular, casino de la Ibiza natal del autor, que pasó de recibir a las autoridades del Régimen a hacerlo con los representantes de la UCD. “Normalmente se habla más de la resistencia y de la esperanza que supuso, pero también había mucho miedo”, recuerda. Tras la muerte de Franco, la madre del protagonista (con el que el autor acepta identificarse) se cuelga del teléfono con una frase recurrente en los labios: “A ver qué pasará ahora”.

Confrontaciones, confluencias y viajes

Confrontaciones, confluencias y viajes

Los preadolescentes de Las transiciones observan el desarrollo de los acontecimientos desde el asombro y la incomprensión, como ocurría de alguna forma en Los extraños, debut en la narrativa de Valero que retrataba varios de sus parientes que se habían esfumado de la claustrofóbica vida en la isla y de la memoria familiar. “Éramos niños. Nuestra Transición política consistía en observar a los mayores. Que estaban en un grado de excitación muy alto, más que ahora”, asegura el autor. La perplejidad ante el comportamiento de los adultos (inquietos, entusiasmados, abstraídos) recorre las páginas. Las reuniones en el Círculo, punto de encuentro de las familias bien de la isla, súbitamente contagiadas por la incertidumbre. La televisión, con aquellas primeras imágenes a color y discursos tenebrosos. La extrañeza ante aquel compañero de colegio que confiesa que sus padres han celebrado la muerte del dictador abriendo una botella de vino.

Valero es consciente de la moda de abordar aquel tiempo en un momento que se ha calificado como “segunda Transición”. Aunque él ha tratado de mantener la mirada “desideologizada” del niño de 12 años que contempla su entorno, sí da cuenta de la influencia que tuvo en su generación la vivencia de aquello en plena etapa formativa. “Los que habían sido valores supremos hasta los 12 años, de repente de desplomaron. Vivimos que se suprimieran las tarimas en los colegios, por ejemplo. Hubo una crisis de autoridad: el cura, el militar… eran dioses. Pasaron a ser otra cosa. Nosotros lo vimos”, recuerda. En la novela, esto se ejemplifica con un suceso concreto: los amigos descubren unas novelas pornográficas en casa de uno de los padres y se dedican a comerciar con ellas. Aunque son descubiertos por los profesores, la sanción queda en suspenso por la súbita muerte de Franco. Crimen sin castigo, una trasgresión absoluta que provoca perplejidad y desazón en los preadolescentes.

Valero ve Las transiciones como su aportación a un inevitable ejercicio de memoria colectiva. Entiende que, por la existencia previa de un “relato épico” de la Transición, se haya llegado ahora a un “relato catastrófico” de la misma, aunque no esté de acuerdo con ninguno de los dos. Él apuesta por un relato de lo íntimo que tiene tintes, pese a su modestia, de generacional. Sus personajes aprenden, junto con gran parte del país, “palabras como democracia o libertad”: “En aquella época se decían mucho, pero no sabíamos su verdadero significado ni su alcance. Se puso de moda aquello de decir 'Libertad pero no libertinaje'. ¿Qué significaba aquello?”. ¿La extrañeza como marca de una generación? Es posible. Una extrañeza que todavía no se ha disipado.

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