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Abdelmonim o por qué hay tantos Aquarius en el Mediterráneo

Se llama Abdelmonim. No han concretado su edad. Es un niño, no llegará a los 10 años. Acaba de despertar de la anestesia, está en el hospital, con las manos vendadas y una gasa que le cubre los ojos. A su lado, su padre. Y llega el terrible momento: le tienen que contar qué ha pasado, por qué está ahí y qué va a pasar a partir de ahora. Su padre le confirma que la metralla le ha dejado ciego para siempre. La reacción de Abdelmonim es desgarradora. Grita, patalea sobre la cama, se retuerce. Su padre lo coge en brazos, lo acuna entre su cuerpo en un intento por calmarle. Pero es imposible: la rabia, el llanto, la impotencia le tensan su pequeño cuerpo. Su padre le besa, le vuelve a dejar en la cama....Le apoya la cabeza sobre la almohada y se sienta junto a él. El vídeo dura un minuto y 12 segundos y, si estos días no se siente fuerte de ánimo, le recomiendo que ni lo mire porque desgarra.

Abdelmonim no verá más. La guerra, el odio, las bombas, le han dejado a oscuras para siempre. Vive en Siria, sí, el mismo país del que cada día huyen familias enteras para evitar tragedias como la suya. Pero Abdelmonim y su padre no lo hicieron, se quedaron. Espero que la vida le ayude a ponerle luz a su camino. Que aprenda a manejarse sin ver, que aprenda a perdonar sin mirar a los ojos. Espero que logre sacar lo mejor que hay en él para demostrarle al mundo que a pesar del odio, a pesar de la guerra y a pesar de la indiferencia, él sí supo ver el camino que tenía que seguir. El vídeo lo ha difundido la ONG francesa Syria Charity y han pedido su difusión. Piden que lo veamos y lo contemos. Que narremos el horror que se sigue viviendo allí. Que contemos la realidad de lo que pasa, a muy pocos kilómetros de aquí, a las puertas de Europa. Piden que lo contemos para azuzar el ánimo de Occidente y para que Occidente entienda por qué hay cientos de personas que se siguen jugando la vida intentando llegar a Europa.

Esa Europa que mira hacia otro lado cuando un grupo de personas exhaustas y a punto de ahogarse de noche en el Mediterráneo piden ayuda. Esa Europa que acepta que uno de sus socios cierre sus puertos y lance el grito de la victoria cuando consigue que el barco, con esas 629 vidas, se aleje de su territorio. Europa (me refiero a sus instituciones) no hizo nada las primeras 24 horas. El barco se había quedado sin víveres y muchos necesitaban asistencia sanitaria urgente. Hasta que llegó la oferta de España. Había que hacer algo.

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Abdelmonim no verá cómo llega el sábado el Aquarius a Valencia. Su padre quizás se lo cuente, susurrándole al oído. Para reconciliarle con el mundo, para contarle una historia con final feliz. Ambos seguramente pensarán que ha llegado el momento de irse. Que esta vez las bombas han estado demasiado cerca y que es hora de ponerse a salvo, de buscar una nueva vida, de lograr que Abdelmonim pueda afrontar el futuro con más oportunidades que las que tiene ahora. Puede ser.

 

 

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