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¡A la escucha!

Sin empujones, por favor

Me tocó echar los dientes en esta profesión contando para televisión, y con el cubilete de TVE, los peores atentados de ETA. Ya vivía y trabajaba en Madrid, pero, cada vez que la banda mataba o atentaba, me tocaba subir y contarlo. Soy de Pamplona y conocía muy bien cuál era la situación y el contexto político. No era nada fácil ser periodista allí en aquella época y muchos compañeros del centro territorial del País Vasco tuvieron que ser trasladados porque sus nombres, sus direcciones, el colegio donde estudiaban sus hijos, aparecieron en algún documento incautado a la banda.

Plantarte delante de una cámara con aquel micrófono en mitad de una plaza de Andoain, de Eibar o en pleno centro de San Sebastián era incómodo. Había miradas, situaciones complicadas que te hacían estar con la guardia levantada. Recuerdo que en una ocasión apareció un motorista donde estaba toda la prensa y, sin quitarse el casco de la moto, empezó a sacarnos fotos a todos. No fue fácil pero no dejamos de contar lo que allí pasaba. Estos días, comentándolo con compañeros de aquella época, coincidíamos en que entonces fue menos complicado para la prensa que lo que viven ahora muchos compañeros en Cataluña.

El grito de “prensa española, prensa manipuladora” es un clásico de cualquier manifestación ahora y siempre: da igual quién la convoque. Somos el blanco de las críticas cuando toca hacer la cobertura en la calle y, a más de uno, nos ha tocado aguantar escupitajos o empujones. Pero de casa hay que venir llorado, y casi lo asumes como parte de tu trabajo cuando no debería de ser así. Es triste, pero esto es lo que hay. Aunque, sinceramente, lo del pasado viernes en Barcelona ha superado muchos límites. El acoso a los periodistas está siendo constante desde hace demasiado tiempo: da igual el cubilete que lleves. Pasillos de gente acorralando en los directos y, lo peor, puñetazos sin mediar palabra. Sin compartir en absoluto el tipo de periodismo que puedan ejercer algunos, la agresión, la violencia, nunca es la solución. Te puede gustar más o menos lo que cuenta, lo puedes discutir, rebatir, pero siempre con la palabra. Todo lo demás nos devalúa como sociedad.

Asumo que desde la prensa debemos exigirnos más, ser fieles al relato de lo que ocurre sin buscar el espectáculo, y asumo que nos falta escuchar más a todos. Pero también creo que aquí falta mucha responsabilidad y mesura por parte de quienes lanzan sus mensajes políticos. Creo que parte de lo que nos está tocando vivir es la consecuencia de la irresponsabilidad con la que muchos afrontan su papel de servidores públicos. Ejemplos hay muchos: ahí tienen a Estados Unidos con Trump, Reino Unido haciendo equilibrios con un Brexit que se votó sin contar toda la verdad. Hay discursos que alientan al enfrentamiento de unos contra otros, y no hace falta ponerles etiquetas, desgraciadamente hay en un lado y en otro. Mensajes que, repetidos muchas veces, calan en la sociedad y acaban convirtiéndose en verdades absolutas. El papel de la prensa es la de vigilar al poder. El político y el económico, el de enfrentarlo contra sus mentiras o contradicciones, denunciar las injusticias y poner el foco donde esos poderes quieren que haya sombras.

Estos días he conocido a un uruguayo que lleva casi 20 años viviendo y trabajando en España. Su familia, sus suegros, sus cuñados, se han venido también a vivir y a trabajar aquí. Sin tener ningún vínculo con nuestro país; únicamente porque se enamoraron de España. Personas que han viajado y vivido por medio mundo. Médicos, unos reconocidos en su especialidad, otros emprendedores, decían que España es el mejor sitio para vivir del mundo y que sólo faltaba que los españoles nos los creyéramos. Bueno. No soy tan optimista como él, quizás mi nivel de exigencia sea mayor, pero sí que creo que deberíamos pararnos un poco, escuchar más y aceptar que pensar diferente es sano.

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