¡A la escucha!

Sin pizza, por favor

Helena Resano

A todos nos ha tocado improvisar y adaptarnos de la forma más rápida posible a lo que se nos vino encima casi, casi sin avisar. Todos tuvimos que tirar de ingenio y en nuestro ámbito, en lo que nos tocaba gestionar a cada uno, aprender a solucionar los imprevistos con la mayor rapidez y eficacia posible. A todos. También a quienes les tocaba tomar decisiones sobre nuestras vidas. Y también a Isabel Díaz Ayuso. El cierre de los colegios en Madrid se anunció un lunes a última hora de la tarde: había apenas 24 horas para reestructurar las clases, repartir el material, recoger lo imprescindible y empezar a enseñar a distancia. Y con el cierre de los colegios también se cerraron los comedores. Así que había que pensar un plan B para todos esos niños con una beca comedor que se quedaban en casa, y cuyas familias, sin recursos, contaban con esa ayuda.

La propuesta que se planteó fue tirar de las empresas que ofrecieron su servicio y que, con el estado de alarma a las puertas de decretarse, aseguraban poder seguir preparando cada día esos menús. Fue una solución de urgencia, un apaño, que en aquel momento y a pesar de las críticas que le cayeron a Díaz Ayuso, se podía llegar a entender. Mejor que coman algo, aunque no sea lo más saludable, a que no coman. De acuerdo.

El síndrome de la cabaña

El síndrome de la cabaña

Pero la situación, bien lo sabemos todos, se ha ido alargando y lo que en un principio era un apaño se convirtió en un problema: menús a base de comida calórica, con aporte de pocos o escasos nutrientes, no es la mejor dieta para un niño en plena etapa de crecimiento. Y menos durante un tiempo tan prolongado, cumplimos dos meses. Las asociaciones de padres llevan pidiendo a la Comunidad que busque otra solución, que se valoren otras alternativas. Que efectivamente ya han tenido tiempo suficiente como para buscar otras ofertas, sobre todo pensando en que los colegios difícilmente abrirán antes de julio y que, por tanto, quedan otros dos meses más por delante. Pero en vez de recoger el guante y efectivamente hacer un testeo de qué se les puede dar, la respuesta de Díaz Ayuso esta semana fue que los niños estaban encantados. Que comer pizza cada cierto tiempo no es tan malo, con bebida calórica incluida (mencionó una marca de refresco por todos conocida) y que incluso, le constaba, que los niños se comían esa pizza mucho más a gusto que la ensalada que se les ofrece en ese menú y que dicho sea de paso, varios estudios han demostrado desde hace tiempo que en esos restaurantes de comida rápida, lo verde también lleva un alto aporte calórico.

Sí, como madre sé muy bien que es muy difícil convencer a un niño pequeño de que un brócoli, unas lentejas, un pescado, es igual o más apetecible y rico que un postre, un plato de arroz con tomate o una hamburguesa. Cuesta, claro que sí. Y por eso desde pequeñitos, hay que ir educándoles en comer bien, ir introduciendo en su dieta todos esos alimentos y hacer la misma fiesta cuando en el plato hay garbanzos que cuando toca macarrones (que no sé por qué pero les chifla a todos). Es una tarea de educación enseñarles a comer. Pasito a pasito, día a día. Y desde luego, su alimentación, sobre todo cuando son tan pequeños, no se basa en lo que les gusta, sino en lo que necesitan y les aporta. Así que como argumento político, no me sirve, señora Díaz Ayuso, con todos mis respetos. No podemos defender en la tribuna de un parlamento autonómico que hemos elegido esos menús de comida rápida porque al final es lo que les gusta a los niños. Admito cualquier otra explicación: falta de recursos, falta de cocinas o método para distribuirlos, falta de logística, pero ése no. Y menos, jactándose de que comer pizza, ésa en concreto, es lo que en el fondo nos gusta a todos.  

Queda mucho por delante, y habrá que aprender también a aceptar las críticas y a enmendar los errores. Todos, los de los que deciden, en Moncloa, en Madrid y en nuestro municipio, y los que cometemos los demás cuando empezamos a retomar la vida que dejamos en pausa hace dos meses. De nuestra actitud y de la actitud de nuestros políticos dependerá que la salida sea más rápida o más lenta, más justa o más desigual. Parapetarnos en nuestra soberbia no servirá para nada.

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