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La gran conspiración de Ayuso contra la verdad

Daniel Basteiro

Daniel Basteiro

Pedro Sánchez odia a Madrid. Y, si no, tiene una fijación, a medio camino entre la psicopatía y la envidia política que le lleva a medirse constantemente con Isabel Díaz Ayuso, de quien no puede soportar su brillantez, eficacia en la gestión y proyección de futuro. Sánchez teme a Díaz Ayuso. Si la ataca es porque ve amenazada su propia supervivencia.

A eso se resume el argumentario de Díaz Ayuso y la Comunidad de Madrid en su enfrentamiento con el Gobierno central, que lleva semanas clamando por que se endurezcan un poco (tampoco mucho y quizás no suficientemente), las medidas contra el covid en la capital. O Sánchez se empecina en perjudicar a Madrid o quiere destruir a su presidenta. Que Madrid sea la zona cero de la pandemia y que ninguna capital se le acerque en incidencia del coronavirus parece no tener nada que ver.

El otro argumento, el técnico (las medidas del Gobierno no son necesarias), es sencillamente increíble. Sólo una Comunidad con motivaciones más allá de lo técnico puede sostener con seriedad que 563 casos por 100.000 habitantes en los últimos 14 días dibujan una situación controlada ante la que sólo cabe esperar pacientemente. Como explica el ministro de Sanidad, Salvador Illa, en una entrevista con infoLibre, “basta ver las medidas que están tomando otras capitales europeas” para comprobar que en Madrid “no se ha actuado ni con determinación ni con la prontitud necesarias”.

La situación es grave y lleva tiempo fuera de control. Por eso hasta sorprende que el Gobierno haya tardado tanto en actuar y no lo haya hecho con mayor contundencia para frenar al virus. Porque en cualquier país serio, en cualquier democracia avanzada, hay certidumbre en cuanto a los procedimientos. Hay a qué atenerse. Es evidente que la pandemia ha obligado a todos a improvisar sobre la marcha, pero desde que el 21 de junio se levantó el estado de alarma ha habido tiempo de sobra para establecer unos criterios claros de actuación, por ejemplo en cuanto a las grandes ciudades. Si ocurre tal cosa, pasa tal otra.

Con un marco así en vigor, la gestión de la pandemia hubiera perdido todo suspense y las acusaciones de intencionalidad política, todo su fuelle. Al final, pese a que vivamos en un Estado compuesto (que algunos sólo asumen cuando les viene bien) y las autonomías tengan en la práctica todas las competencias sanitarias, cualquier gran problema acaba siempre sobre la mesa del Consejo de Ministros. Esa es la última ventanilla, el último teléfono que alguien tiene que atender, también cuando los que están por debajo se comportan con una total falta de responsabilidad.

Puede debatirse si el Gobierno tardó más de la cuenta en tomar las riendas, pero difícilmente que Ayuso hace tiempo que las había soltado. Como esta semana relató la directora general de Salud Pública de Madrid, la comunidad sólo ha reclutado 662 rastreadores desde el inicio de la pandemia, menos de la mitad del mínimo según los criterios internacionales más laxos. La cifra sólo puede ser maquillada por la ayuda de 150 militares. La Atención Primaria está desbordada, algunos hospitales saturados y la Comunidad ha retorcido los números a conveniencia: primero tratando de disimular que no detectaba asintomáticos, luego apelando a la “elasticidad” del sistema para ocultar que la capacidad estructural expresada en camas (excluyendo pasillos, gimnasios o salas de reuniones) no daban más de sí. Y todo el tiempo corrigiendo a posteriori y al alza las cifras remitidas al Ministerio.

¿Cómo taparlo todo? ¿Cómo reconocer que la Comunidad de Madrid, ese buque insignia anti Sánchez, era un barco a la deriva que todos los datos demostraban ya? Con una buena conspiración socialcomunista y sus dos patas: el ataque a las libertades y a la economía.

Lo dijo la propia Ayuso en la Asamblea de Madrid en mayo y desde entonces lo han repetido sus altavoces. La presidenta describió el estado de alarma como un “mando único dictatorial” fruto de la querencia de Sánchez y Pablo Iglesias por reprimir las libertades. "Cuando no encuentro razones técnicas tiendo a pensar que es una cuestión política. El Gobierno central choca con el modo de vida que nos hemos dado la Comunidad de Madrid”, llegó a decir, poniendo como ejemplo los horarios de los centros comerciales. A Sánchez, madrileño de nacimiento, no le gusta la libertad de Madrid.

Después vino la acusación al Gobierno de promover un hundimiento económico para derribar al Ejecutivo regional. Si el Ministerio de Sanidad quería adoptar medidas era para asfixiar la economía de la capital, a la que ella ha apoyado hasta el punto de acelerar la reapertura de las discotecas en agosto. Pidiendo medidas más estrictas, Sánchez busca llevar a Madrid “a la ruina”, según declaró la propia Ayuso. Pues bien: hasta el Fondo Monetario Internacional ha reconocido en un informe hecho público esta semana que es mejor para la economía una acción quirúrgica e intensa, pero corta, que una prolongada meseta de casos combatidos con medidas laxas.

Es imposible defender que la situación de la pandemia en Madrid está “controlada”, como declaró el 4 de septiembre el consejero de Sanidad, Ruiz Escudero. Es sencillamente una locura sostener que aplicar medidas que afecten a más gente y limiten más movimientos y aforos es una conspiración contra los madrileños. Creer algo así es, en realidad, la propia conspiración, pero contra la evidencia y la salud.

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