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Segunda vuelta

El último consenso

Pilar Velasco

Arrasar un terreno que ya teníamos bastante devastado, eso es lo que dejará la campaña de Madrid. Cuando en la noche electoral analicemos los resultados, hagamos números, cábalas y críticas, el día de después tendremos que preguntarnos si estas elecciones no nos dejan un poco más agotados que las anteriores, un poco más rotos y un ambiente un poco más extraño. Una tierra quemada donde sus responsables no son conscientes de cuán irrespirable se hace el aire mientras se instalan en aquel lema de Montoro: ‘Que caiga España, que ya la levantaremos nosotros’ en versión “Que caigan ellos, que ya ganaremos nosotros”.

Hemos sido testigos de cómo la política ha renunciado a normalizar los pactos, imprescindibles para formar gobiernos. Y ahora vemos cómo algunos van a por los consensos. A por esas mínimas reglas de convivencia que nos habíamos dado no sólo para entendernos, sino para saber de qué estamos hablando, el decodificador de la conversación social.

El post-aguirrismo de Madrid ha derivado en una trinchera desde donde está permitido reírse, deshumanizar o atacar al otro. Ya lo decíamos sobre los discursos del odio: VOX señala sendas por las que el PP transita. Y cuanto más se dibujan los bloques, más enemigo nos parece el de enfrente. Pasado el 4M, ¿quién reconstruye esto? ¿Quién de ellos conoce la física de lo irreversible para saber cuándo deben parar? ¿Hasta dónde pueden tirar sin que la ruptura lleve a un escenario peor que el anterior?.

Uno de los acuerdos más sensibles era no relativizar la violencia. Ante cualquier agresión, no cabía su politización. Tras una condena no había ‘peros’. Y si el amenazado caía en la tentación de sacar réditos, esa opinión formaba parte de nuestro off the record de bar, de pasillo, del bullir de redacción no publicable. La reacción del PP a los atentados del 11M fue la primera excepción de dimensiones atroces. Esto de ahora, incomparable con aquella masacre, tiene sus ecos. El PP, que suele pedir enérgicamente condenar la violencia, llama ahora “circo” al hecho de hacer públicas cartas amenazantes con munición dirigidas a ministros, personalidades públicas y candidatos.

Cruzan ese umbral porque no son de los suyos. Tan simple y tan terrible. De ahí el “Si a mí me llega un abrelatas de mejillones”, “Si no saben controlar los escáneres”. Así que desde ahora, se relativizan amenazas que si llegaran a nuestro buzón nos helarían la sangre. Desde ahora, según Ayuso, hay violencias susceptibles de no tomarse en serio. Desgracias de las que caben chistes.

Ante el debate de si debe hacerse público, a posteriori vemos cómo se ha destapado un tema tabú: la toxicidad en el ambiente está derivando en un caldo de cultivo peligroso. Lo palpamos todos. Coincidimos todos. Ahora sabemos que los políticos reciben avisos cada vez más violentos. Con mensajes más personalizados. No se odian partidos, se odian personas.

Una saña que destila de arriba abajo. Lo generan ciertos discursos políticos, lo consume la calle. Y algunos de sus autores materiales gozan de cierta pasividad judicial que no investiga con suficiente celo a las redes violentas profascistas. De arriba abajo también desde las redes y algunos medios que sumidos en la campaña se lanzan al todo vale rompiendo otro consenso, coincidir, al menos, en parte de los hechos.

Esta semana compartía tertulia con un periodista para quien los flancos sin resolver sobre el envío de sobres le hacían dudar de su veracidad. En horario de máxima audiencia, sin pruebas, insinuó que era una autoamenaza para hacer campaña. O que en los fallos de seguridad de Correos subyace un posible fraude electoral. Teorías de la conspiración (nuestra historia se repite en las formas) alentadas por quienes tachan al gobierno de “ilegítimo”. Hay otra corriente que culpa a Iglesias de habérselo buscado. De conseguir lo que quería a un coste brutal para la convivencia. Confundiendo, he aquí otro consenso por los aires, al agresor con el agredido. Lo cual lleva a preguntarnos cuándo caló ese revanchismo, ese disfrutar de la venganza en una suerte de ‘los escraches que hiciste los pagarán tus hijos’.

El penúltimo consenso pasaba porque los medios hiciéramos una mínima labor de contraste. Pero la manipulación espuria lo mismo afecta a un gobierno, a una voz que opina diferente, o pone en el objetivo al ente público RTVE. Le ha ocurrido recientemente al escritor Javier Cercas con una intervención en TV3 o a Mónica López, directora de la Hora de la 1, prácticamente cada semana. El esquema de difamación es el mismo: manipular sus palabras editando y cortando la intervención y alterando el mensaje. El fragmento se difunde en redes y a rodar. No son bots, son personas o plataformas que lo mueven desde la cobardía del anonimato y cargos públicos o medios haciéndose eco. En el caso de Cercas lo hizo una diputada de Junts; con Mónica López, el ex de Ciudadanos Juan Carlos Girauta, por poner dos ejemplos. Gente con responsabilidades públicas insultando a profesionales y crispando el debate público a sabiendas.

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Hasta no hace mucho tampoco cuestionábamos que vivíamos como cualquier otro país europeo y era impensable una papeleta en el buzón con la imagen de la candidata y un “Para todo hay una primera vez. Asegúrate de que no sea la última: vota libertad” (sic). La lista de cosas que antes no se alentaban desde la política es interminable. Y la fiesta de la democracia empieza a convertirse en la angustia de ir de un proceso electoral a otro sin avanzar demasiado. Viendo cómo en cada campaña se traspasa un límite o muere un acuerdo que tendremos que reconstruir más tarde.

Esta semana los candidatos de izquierdas cancelaron los debates en televisión tras la imposibilidad de mantener una discusión civilizada con la candidata de la ultraderecha. Hasta ahora solo se habían cancelado actos de campaña por atentados terroristas. Solo Vox ha saboteado una tradición inalterable. Desde laSexta, sustituyeron el espacio vacío con una charla entre filósofos que derivó en un remanso de calma y reflexión más que necesario. Quizá sea esto la salvaguarda de nuestra convivencia. Que cuando no sea posible escucharnos desde la política busquemos otro sitio: un concierto, una poesía, una conversación.

Nuestro último consenso debería pasar por conservar a toda costa nuestros espacios de escucha. Decía el periodista norteamericano John B. Oakes que la diversidad de opinión es el elemento vital de nuestra democracia. Si la dinamitan, nuestra forma de vida está en peligro. Vox no solo ha venido a reventar los debates en Madrid. La amenaza de su agenda reaccionaria es una batalla a medio o largo plazo. Si no mantenemos esos espacios, sus ideas reaccionarias tendrán más fácil ponernos el cordón a nosotros.

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