Plaza Pública

Fronteras: nosotros y los otros

Albino Prada

La actualidad informativa viene marcada por tres problemas fronterizos: los que derivan de las fronteras externas de la Unión Europea (singularmente con África), los que surgen de nuestras fronteras estatales dentro de la UE (económicas y sociales, así el Brexit) y los que surgen de reformular los actuales Estados (como en Cataluña). Razonaré aquí sobre esos tres ámbitos para ver cómo se define el nosotros frente a los otros.

Contextos

En España, en cifras medias, nuestros más de cuarenta y seis millones de habitantes anotan una riqueza algo inferior al promedio europeo pero muy superior a la media mundial. Sin embargo, los siete millones y medio de catalanes disponen de una renta media un 70% mayor a lo que sucede para un millón de extremeños. No llega al doble.

En este caso, la notable desigualdad de ingresos medios se ve reducida, gracias a la redistribución pública, cuando evaluamos el desarrollo (educativo, sanitario, protección, empleo, ambiental…) social relativo: Cataluña supera en casi 150 posiciones a Extremadura en un ranking regional europeo de ingresos, pero solo lo hace en 100 posiciones en desarrollo social.

En el conjunto de la actual Unión Europea viven un total de 511 millones de habitantes. Pero en este caso la desigualdad en ingresos entre un ciudadano medio español y la región más pobre europea (en Bulgaria) se hace del triple.

Por su parte, África tiene casi 1.300 millones de habitantes. Los ingresos medios de un ciudadano español multiplican por ochenta los ingresos medios del país africano más pobre (Congo).

Por último: mientras en España y el conjunto de la Unión Europea la población está estabilizada o en regresión, en África es más que probable que se duplique hacia 2050.

Un criterio

Como quiera que vamos a razonar sobre fronteras económicas y sociales conviene decir que desde hace muchas décadas dentro de España, y desde hace pocas dentro de la Unión Europea, la movilidad (de mercancías, personas, capitales…) de sus respectivos ciudadanos es a cada paso menos restrictiva. Cosa que no sucede, singularmente para las personas, entre las fronteras externas de la UE y su exterior (por ejemplo África).

La dilatada ausencia de fronteras dentro de España fundamenta una ciudadanía compartida (un nosotros) que los poderes públicos concretan en unos derechos (educativos, sanitarios, de protección social) cubiertos por un sistema fiscal que maneja un monto cercano al 40% de la riqueza nacional. Por eso, extremeños y catalanes son menos desiguales después que antes de intervenir el sector público.

Sin embargo, la ausencia de fronteras (comerciales y monetarias sobre todo) dentro de la Unión Europea no ha supuesto hasta el presente la consecución de una ciudadanía compartida. De manera que las diferencias entre los Estados no se ven sustancialmente corregidas por un presupuesto fiscal europeo de apenas algo más del 1% de la riqueza nacional de la UE. Algo que solo podría suceder con niveles diez o quince veces más elevados (como sí sucede en la ciudadanía compartida dentro de los Estados Unidos). Un 1% que tampoco puede respaldar una deuda pública mutualizada (eurobonos), un nosotros europeo.

Algo aún más rotundo sucede (y ahora pasamos de una escala de tres a ochenta veces de diferencias medias de riqueza) entre la UE y África: ni asomo de ciudadanía compartida. Aquí la realidad es de una ayuda al desarrollo, así se llama, de un 0,3% de la riqueza. Una nimiedad que, además, suele ser tóxica. Ni rastro de nosotros.

La definición en los dos últimos casos entre el nosotros y los otros es rotunda: no puede haber ciudadanía compartida con un 1% o un 0,3%. Pero con un 40% de la riqueza sí podemos hablar, no sin problemas, de un nosotros.

Entiendo aquí nosotros como aplicación del criterio del velo de la ignorancia de Rawls: un contrato social que garantiza a todos, independientemente de su género, entorno familiar, herencia genética, u origen territorial, etc. una protección igualitaria. Ya que todos nos ponemos en el caso de ser uno de los otros menos favorecidos. Lo que supone cumplir con una potente redistribución de una riqueza que nunca es sólo mérito propio de quién la disfruta.

Es obvio que esto, si acaso, se puede alcanzar con un 40% de la riqueza de todos los nosotros, pero no manejando un 1% o un 0,3% para los otros.

Problemas

Un conjunto de problemas para avanzar en un nosotros a escala europea y, de paso, evitar los populismos que ofrecen una utópica salida rompiendo el nosotros de los actuales Estados o, simplemente, la ruptura de la UE, es conformar una redistribución digna de ese nombre a dicha escala. Para ello, es necesario un presupuesto europeo al menos diez veces superior con recursos propios (no cedidos por los Estados) obtenidos sobre aquellas bases imponibles que hoy se sustraen a las fronteras estatales. En paraísos fiscales y con diversas formas de consolidación multinacional.

Evitar lo que se ha llamado secesión de los ricos. De los cosmopolitas que niegan el nosotros (aunque con frecuencia se envuelven en la bandera patriótica). Y a las que nuestros Estados les ofrecen, a ellos sí, regularización y nacionalidad si invierten una minúscula parte de su riqueza. El mundo al revés.

Esos mismos secesionistas son beligerantes con una política de inmigración regular que pretenda evitar situaciones laborales de negreros del siglo XXI. Con ciudadanos extracomunitarios (africanos para empezar), pero también de intracomunitarios. Que nos son necesarios, pero sólo a condición de que no presionen a la baja los derechos laborales y sociales de todos los trabajadores. Para evitar el racismo y la xenofobia.

Objetivos solo accesibles con una potente unión fiscal europea (que pase del 1% al 10% de nuestra riqueza) para garantizar tanto cualificación como protección social y laboral, y un trabajo digno tal como lo define la OIT. Construyendo así ciudadanía europea.

Otro conjunto de problemas se vinculan a las historias poscoloniales de numerosos Estados de la UE (películas como La batalla de Argel o El león del desierto son, entre otras posibles, buenos recordatorios para quien lo necesite). Y, por ello, de nuevo, las fronteras de la Unión Europea deben serlo de un todos nosotros, europeos, y no cosa de cada Estado.

Un asunto que me permitía resumir con estas palabras en un reciente ensayo (El despilfarro de las naciones, 2017): aquí la frontera se hace muy borrosa porque para muchos de los países del mundo rico, su jurisdicción económica y social se prolonga de facto a países lejanos y pobres de los que procede parte de su bienestar. Nuestras sociedades debieran ser juzgadas no solo por el modo en que sus instituciones tratan a sus ciudadanos en la metrópoli, sino también por como tratan a sus súbditos en los territorios que denominábamos Sur global para evitar descubrirnos viviendo en una fosa de abundancia cercada con alambre de espino.

Porque esa secesión y amnesia de los ricos, combinadas, son dos muy peligrosas tretas que nos abocan a patrióticas, y falsas, salidas que ofrecen muy diversos telepredicadores.

Justicia y cohesión social: música (PSOE) & letra (Unidas Podemos)

Y así, en vez de ampliar una ciudadanía compartida (nosotros), nos amedrentamos con el peligro de los otros. Les compramos el atrincherarnos en una frontera de fascismos de baja intensidad (los campamentos de refugiados no son otra cosa), combinada con un imposible regreso utópico al país de la infancia. ______________

Albino Prada es doctor en Economía y miembro de Ecobas.

Su blog es: http://eldespilfarrodelasnaciones.blogspot.com/

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