Úteros artificiales

La imagen puede resultar inquietante. Un montón de fetos, alineados, en una especie de burbuja que simula un útero. Fetos que flotan en el líquido amniótico, artificial claro, y que crecen conectados a una máquina. La imagen la han imaginado en el cine y es lo que muchos han vaticinado que ocurrirá si se sigue adelante con la investigación de un grupo de científicos estadounidenses que han creado un útero artificial. Ya lo han probado con corderos y ahora quieren empezar los ensayos con humanos.

Su objetivo, dicen, es ayudar a todos esos bebés prematuros que tienen muchas dificultades para salir adelante. Creen que, recreando el útero materno, podrían mitigar las secuelas posteriores en su desarrollo y lograr que la gestación de ese feto fuera lo más real posible, lo más parecido a seguir dentro del vientre de su madre y sin secuelas ni complicaciones. Un embarazo “normal”.

Pero como todo avance científico y médico, esto genera muchas dudas éticas. ¿Cómo vamos a regular que esos úteros artificiales sólo se utilicen para la gestación de bebés prematuros? ¿Por qué se va a prohibir que, en un futuro, no tan lejano, esos úteros se utilicen para madres que no pueden quedarse embarazadas? ¿Y cómo evitaremos entonces que, abierta esa puerta, empecemos a regularizar que las madres no tengan por qué gestar necesariamente a su bebé, a su hijo o hija? No es la primera vez que la ciencia propone esto.

El otro día escuchaba un debate sobre cómo las carreras profesionales de las mujeres siguen viéndose mermadas por una cuestión biológica: su maternidad frena muchas veces su ascenso, frena en seco sus carreras. Mientras la de ellos sigue sin alterarse lo más mínimo. Renunciar a ser madres es lo que muchas se plantean para no caer en esa carrera frenética. Retrasarlo, congelar sus óvulos, no está al alcance de todas, así que las opciones son pocas: o ser madre, o no renunciar a realizarme profesionalmente. La disyuntiva es perversa, cruel y demuestra que no estamos entendiendo cómo debe ser esta sociedad en la que hay que elegir entre trabajo y vida, entre realizarte profesionalmente o realizarte personalmente. Y en la que seguimos necesitando que nazcan muchos más niños. Tenemos un problema enorme de natalidad.

Que la maternidad sea algo que se delegue en una “máquina” creo que todavía queda muy lejos, por mucho que algunos científicos intenten seguir avanzando en ese camino

Muchas mujeres entendieron que, para triunfar profesionalmente, había que replicar lo que hacían ellos: desentenderse de su rol como padres y centrarse únicamente en su rol como ejecutivo, directivos. Hacer jornadas laborales eternas en las que la conciliación no existía, ni se contemplaba. Y con esa premisa, hipotecaron durante años todo lo que no fuera trabajo. Si quiero llegar a ocupar un puesto de responsabilidad, tendré que hacer lo que hacen ellos.

Afortunadamente eso ha ido cambiando. Creo que algo hemos avanzado equiparando, por ejemplo, las bajas maternales y paternales. Yo me la tuve que repartir con mi marido cuando fui madre de mi segundo hijo. Pero que los dos puedan y deban cogerse los mismos 4 meses, iguala a hombres y mujeres a la hora de contratar un perfil profesional. Y soy consciente de que sigue habiendo hombres que renuncian a ese permiso paternal, exactamente por lo mismo que muchas mujeres, en su momento, renunciaban a “desaparecer” 4 meses de su puesto de trabajo.

Desde luego que todo esto necesita de políticas, de soluciones. Que la maternidad sea algo que se delegue en una “máquina” creo que todavía queda muy lejos, por mucho que algunos científicos intenten seguir avanzando en ese camino. Necesitamos que la ciencia avance para mejorar nuestra vida, pero no para que la desnaturalicemos. No podemos entregarnos a esos avances sin perder de vista sus límites éticos. Lo estamos viendo ya con la Inteligencia Artificial. No podemos ir por detrás en esto: hay que adelantarse y establecer esos límites cuanto antes. 

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