Caníbales

Cuando el árbitro es equipo

Casi todas las semanas me llama alguien que quiere publicar un libro. “Tú que has tenido éxito, ¿podrías ayudarme?”.

– Según lo que entiendas por éxito…– pienso, pero me callo; sólo escucho. 

El último fue clarísimo: “Yo odio leer, pero mi libro debería ser obligatorio”. Buscaba una editorial grande y, sin juzgar, me limité a adelantarle la pregunta del editor:

– Andamos todos creando ruido. Tuits, información, arte, mentiras…, ¿por qué crees que alguien iba a comprar un libro, elegir encima el tuyo e invertir tiempo en leerte justo a ti?

–Esas preguntas no me interesan. Estoy convencido de mi propia valía. Eso basta. 

¿Basta?

Dentro de nada, Facebook e Instagram evolucionarán el icono de “Me gusta” a algo más práctico y más simple: el botón de “Me gusto”, y uno podrá gustarse a sí mismo billones de veces.

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A mí me sigue dando miedo que me lean. Y, por encima de casi todo, me emociona, me inquieta y me interesa leer, escuchar, ver a otros.

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Nos invitaron a un pase de El editor de libros. Colin Firth es Max Perkins, el editor de Scribner que se atrevió a publicar a Fitzgerald, Hemingway y Thomas Wolfe. Perkins hizo lo que sólo sabe hacer un buen editor: evitar que el talento se desborde y se autolesione, y conseguir que mantenga su esencia.

Al llegar a casa, compré su biografía (lo que tiene que hacer una peli es eso: dejarte con ganas de más).

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“Nos gusta mezclar cine y literatura”, había advertido el anfitrión, antes de recordarnos que seguía en salas El ciudadano ilustreEl ciudadano ilustre. Fuimos: un premio Nobel, soberbio y algo misántropo, vuelve al pueblo argentino que abandonó hace casi cuarenta años.

“Mis personajes no han podido salir y yo no he podido volver”, advierte solemne, pero vuelve y encuentra todas y cada una de las razones que le hicieron huir. Sólo que ahora lo han leído, saben que los ha escrito, que ha triunfado al exorcizarlos…

Ahora lo esperan.

Los directores,  Mariano Cohn y Gastón Duprat, recuerdan siempre que su trabajo intenta evitar “La mirada de los bien comidos sobre los mal comidos”. Unos cracks.

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Mal comida era J.K.Rowling cuando creó Harry Potter. Y ahora que es millonaria, sigue currando, implicándose. A su peli, también literaria, íbamos con pocas expectativas, pero Animales fantásticos y dónde encontrarlos (basada en un libro que publicó en 2001 y cuyos beneficios se invierten en paliar la pobreza infantil) es valiente, luminosa y comprometida, porque Rowling cree en la ecología, en la diferencia y en los demás, que no es poco.

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Y, además, es honesta. Recuerdo el shock de mi primer libro de Potter: por fin, alguien se atrevía a decir la verdad; que la infancia no es sólo inocencia, que hay niños egoístas, envidiosos, tóxicos; que ser pequeño da miedo y ser mayor, también.

Wolfe, de la vasta América a la enferma Europa

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Y ahí estamos los padres. Intentando no negar los miedos, sino cauterizarlos; enseñando a nuestros hijos a sacar lo mejor de sí mismos, a ver y escuchar a los demás. A veces, por suerte, es un trabajo compartido: el sábado, el árbitro paró el partido, se acuclilló con paciencia y le ató los cordones a nuestro portero de ocho años mientras los contrarios se contenían para no lanzar el córner. Perdimos, pero el éxito es el árbitro, el éxito es el equipo, el éxito es dar.

P.D.: sobre linchamientos mediáticos (reales o imaginarios) que acaban en muerte, Hated in the nation(E6T3, Black Mirror).

 

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