Felpudo sexto

Una tarde de verano, María Antonieta se preguntó por qué gritaba tanto el populacho. «Majestad, los campesinos no tienen pan». Disparada por un resorte, una bombilla emergió de su peluca austríaca: «¡Que coman pasteles!». Agradecidísimos, los jacobinos premiaron –tan pronto pudieron– la ocurrencia de su majestad, obsequiándola con un revolucionario tratamiento contra la tortícolis.

Su católica majestad Felipe VI, nuestro señor, acaba de protagonizar su propio momento brioche. El pueblo español, indignadísimo: mira que proponerle la investidura a Su Sanchidad. Los sagaces ideólogos del interné se han calzado la camiseta de tirantes de los domingos y se han entregado al frenesí informativo. Más análisis, más periodismo, etcétera. Los más moderados han caído, cuarenta añitos después, en que el jefe del Estado es un monigote tragapaguitas que hace lo que le mandan y pone el cazo. ¡Arrea! Los más prudentes, comandados por una tal Bea (de profesión legionaria) están organizando un levantamiento militar coordinado por TikTok.

Algunos egregios compañeros han enarbolado sus columnas en defensa del Estado de Derecho. Hay una derecha autoritaria y guerracivilista, dicen, que habita entre nosotros, ¡un peligro latente! No quisiera, respetados camaradas, privaros del picorcito de una alerta antifascista, pero algo me dice que la vieja gagá, el camionero alcohólico y la recluta cabezabola no van a instaurar un Reich que dure mil años. Bastante tienen con no ahorcarse mientras se atan los cordones.

Ahora bien, si yo fuera don Felipe (dignus non sum), me tentaría las ropas. La corte de Estoril (provincia de Abu Dabi) ha empezado a movilizarse al bamboleo de una cadera ortopédica. Un rumor recorre los mentideros del petrodólar: viva Felipe Juan tracatrá de todos los santos, nuestro legítimo monarca. Fuentes bien enteradas susurran a este periódico que los grupos filoconstitucionalistas de mayor prestigio en Telegram se han convertido en un zoco merchandising froilanista: pantalones de tiro alto (ja), estampitas con la cara de la infanta Elena vestida de goyesca y unos muñequitos del infante a los que puedes poner el outfit de papá o las escopetas del yayo.

Los más moderados han caído, cuarenta añitos después, en que el jefe del Estado es un monigote tragapaguitas que hace lo que le mandan y pone el cazo.

A los pretendientes legitimistas se les está haciendo el culo pepsicola al compás de la oportunidad. Un portavoz de la familia Borbón-Parma ha declarado que los descendientes de Carlos María Isidro no llevan generaciones entregados a la endogamia para que les priven de una vela en el entierro. Los sixtinos y los carlistas han ordenado a sus banderizos que toquen a leva: tan pronto el sintrom lo permita se las verán en una batalla campal.

Indignado por su irrelevancia, el biznietísimo ha hablado a los medios desde el pudridero de Mingorrubio. La filípica ha sido retransmitida en rigurosísimo directo por un youtuber políticamente incorrecto pertrechado con un Samsung más cascado que el teniente coronel Tejero. «He interrumpido mis quehaceres en Suiza para dar un mensaje de aliento a la patria», ha bramado Luis Alfonso de Borbón, que ha querido darle a la comparecencia un toque shakesperiano llevándose la calavera decapitada de su padre. «Como delfín de una estirpe de haraganes, impostores y ladrones, no creo que nadie encarne más dignamente los valores y privilegios de la corona española». Cuatro falangistas meningíticos prorrumpieron en aplausos descoordinados. La concurrencia, enardecida, lanzó sus sonotones al aire.

¡Atención! ¡Salta la noticia! Han visto a la princesa Leonor poniéndose tibia a bollicaos en el economato de la academia de infantería. Entre espumarajos de gozo y metralla de miga, se la oye pedir que nadie avise a su madre. Muy tontos tienen que andarse los de HBO para desaprovechar esta secuela de Juego de Tronos.

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