Aznar y Cebrián contra los felones (penúltima temporada)

No es acorde con estos tiempos veloces la sensación permanente de déjà vu. Ya hemos vivido todo esto. Si cada vez que Aznar o sus sucesores al frente del PP han vaticinado la ruptura de España se hubiera producido, ya habría que buscar el rastro de este país en Covadonga. Si Felipe González o Alfonso Guerra hubieran acertado en su menosprecio hacia Pedro Sánchez, el PSOE andaría a la altura del Pasok, y no gobernando desde hace cinco años. Si Juan Luis Cebrián hubiera influido en la opinión pública tanto como creía cuando empezó a dibujar a Sánchez como un “insensato sin escrúpulos” (ver aquí), no le haría falta seguir dedicándole artículos como el de esta semana, en el que lo tacha de felón, el que comete felonía según la RAE, o sea “deslealtad, traición, acción fea” (ver aquí).

Lo curioso (o no, que diría Rajoy) es que de momento no ha pasado absolutamente nada. Conocemos las exigencias de ERC y Junts, sobre las que la única “sorpresa” destacable consiste en que Puigdemont ya no coloca el referéndum de autodeterminación entre sus prioridades y que inserta el debate, por primera vez, en el marco constitucional (ver aquí). Conocemos la disposición de PSOE y Sumar a buscar fórmulas que permitan “desjudicializar” (horrorosa palabreja) el procés y devolver al terreno de la política lo que siempre ha sido un problema netamente político (ver aquí). Pero nada sabemos aún de las condiciones que, presumiblemente, se le plantearán al independentismo desde el otro lado de la mesa. ¿Un compromiso de no volver a utilizar la vía unilateral? ¿La aceptación de una negociación que sitúe el contador en el punto en el que estaba antes de la sentencia del Tribunal Constitucional en 2010, la que “cepilló” aún más que Guerra la reforma del Estatut aprobada por el Parlament, por el Congreso, por el Senado y por una mayoría de catalanes y catalanas en referéndum?

Hay debate en el terreno jurídico sobre la constitucionalidad o no de una amnistía, y se agradecería un mínimo respeto a la interpretación de quienes la consideran posible (ver por ejemplo aquí, o aquí o aquí). Aunque ya no pueda sorprendernos, a uno le sigue impresionando la contundencia y agresividad con la que defienden la Constitución los herederos de quienes no la votaron. O la prepotencia con la que algunos de los “conductores” de la transición se niegan a admitir que la Carta Magna necesita desde hace tiempo una actualización que refleje 45 años después la realidad plurinacional de un Estado cuya diversidad no tiene por qué debilitarlo (ver aquí).

Pero más allá del necesario rigor jurídico que precisa cualquier acuerdo al que se llegue, debería albergar pocas dudas la legitimidad de un pacto de investidura que será respaldado por una mayoría parlamentaria o simplemente no será. Salvo que sigamos atascados en un concepto de España y de su gobernabilidad sólo aceptable si responde al interés de sus élites políticas, económicas o mediáticas, en el que parecen coincidir desde Aznar a Guerra pasando por Cebrián o Garamendi, siempre dispuestos a recuperar una comodísima alternancia bipartidista, más o menos imperfecta. 

¿Por qué en los últimos días se ha desatado todo un vendaval de advertencias sobre “el fin de la democracia”? No nos engañemos. Parece claro que esta dana política y mediática seguirá creciendo a medida que se acerca la (no) investidura de Feijóo. No hay intervención pública de dirigentes del PP o de nombres sonoros de la ‘vieja guardia’ del PSOE en la que no haya un llamamiento implícito o explícito a una “rebelión” en el grupo parlamentario. Cebrián llega a apelar en su artículo a “la calidad moral de los diputados socialistas” para que no respalden el camino que sigue Sánchez (una incitación indisimulada a la “felonía política”, por cierto). Se diría que seguimos en 2016, cuando, sí o sí, el PSOE tenía que facilitar el gobierno a Rajoy. No hemos percibido un gramo de esa vehemencia por parte de González o Guerra o Cebrián, etc, a la hora, por ejemplo, de reclamar a Feijóo que facilitara gobiernos de la izquierda allí donde no ha triunfado su (selectivamente) sacrosanta lista más votada.

Todo este ruido ha servido para desviar los focos de Feijóo y su trampantojo de investidura a la destrucción de España y el fin de la democracia. Nada menos

Ya lo hemos vivido. El PP echado a la calle, del brazo de ultraderechistas nostálgicos de la ‘España una, grande y libre’ que acusaban a Zapatero de “vender” Navarra y “trocear” España a cambio del fin de ETA. Se precisan toneladas de hipocresía para apropiarse, como ha hecho Aznar este martes, del grito de “¡Basta ya!” y para clamar contra “el hecho más destructivo que hemos padecido” en democracia (ver aquí), olvidándose de los atentados del 11M cuya autoría él personalmente intentó manipular para que el PP mantuviera el poder. ¿Se imaginan qué estarían diciendo si la desaparición de los gobernadores civiles o la retirada de la guardia civil de tráfico en Cataluña hubieran sido cesiones de la izquierda y no del propio Aznar cuando hablaba catalán con Pujol en la intimidad? (apunte memorístico muy oportuno de Enric Juliana en La Noche en 24 Horas. Ver aquí a partir de 1:40:50). 

Esto acaba de empezar. De momento, todo este ruido ha servido para desviar los focos de Feijóo y su trampantojo de investidura a la destrucción de España y el fin de la democracia. Nada menos. Y también para difuminar el hecho de que la Diada de este año, pese al momento clave de influencia que vive el independentismo, no ha reflejado aquella ola de movimiento civil a la que Artur Más explicó que “no tenía más remedio” que subirse tras la indignación causada por la sentencia que liquidó parte del nuevo Estatut.

Descontemos que van a continuar los llamamientos a una rebelión popular y las presiones para un tamayazo en modo patriotero en lugar de urbanístico. Ante todo mucha calma. Ojalá todo este ruido pueda encauzarse más allá de la investidura en un debate de fondo sobre la España que queremos, la que sale de la realidad y no de las tripas. ¿Tienen alguna alternativa que ofrecer todos estos jinetes del apocalipsis o les basta con seguir repartiendo mamporros con la Constitución en la mano? En la peor (o no) de las hipótesis, quizás todo conduzca a una repetición electoral para la que, sinceramente, uno no encuentra incentivos favorables a ninguno de los actores de este psicodrama político. Piénsenlo muy bien antes de enrocarse en posiciones maximalistas. Si esto acaba otra vez en las urnas, se avecina nueva temporada de raca-raca para una “gran coalición”. (No son muy creativos los ilustres guionistas).

P.D. Como no es estético distribuir ansiolíticos de forma masiva, sí me atrevo a recomendar un par de libros. En vísperas del centenario del golpe de Primo de Rivera, lean si pueden la biografía de Alejandro Quiroga, para comprobar lo que todos sabemos: hace más de un siglo que venimos aplazando (o “conllevando”) el encaje de Cataluña en el Estado español (ver aquí). Y dos, sobre la conveniencia de hablar menos y escuchar más: ‘Cállate. El poder de mantener la boca cerrada en un mundo de ruido incesante’, de Dan Lyons (ver aquí). 

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