Buzón de Voz

Sánchez solo o en compañía de otros

Apagadas las luces de la fiesta progresista (puro alivio) del 28 de abril, de inmediato se han encendido las señales de aviso sobre posibles fórmulas de gobierno encabezadas por Pedro Sánchez. Aunque no se despeje esa incertidumbre hasta pasados los comicios autonómicos, europeos y municipales del 26 de mayo, tampoco habrá un solo día en que no se manejen presiones, reivindicaciones o puras especulaciones acerca del próximo Ejecutivo. En mi modesta opinión, Sánchez tampoco tiene demasiadas alternativas a elegir, y si piensa prioritariamente en los intereses de España, de la izquierda y los suyos propios (por ese orden) le conviene mirar más a Portugal y menos a su derecha o a los habituales y sonoros susurros de poderes económicos, financieros o mediáticos. Me explico (o al menos lo intento):

 

  • Pensar en España y responder a los múltiples retos de este cambio de época derivado de distintos factores (sociales, económicos, tecnológicos, migratorios, climáticos, demográficos…) exige elevar la vista por encima del siguiente muro electoral para visionar lo que debe ser la España del siglo XXI, cuyo pueblo demostró en conjunto el pasado domingo unos niveles de sensatez y de madurez democráticas superiores a los que caracterizan el griterío y los malos modos del patio político y mediático. Sánchez debe pensar no tanto en su investidura como en presidir y ejercer un gobierno estable que demuestre durante los próximos cuatro años que hay soluciones a la desigualdad, a la precariedad y a la crisis territorial.

 

  • Es evidente, porque no lo han ocultado ni antes ni después del 28-A, que Pablo Casado y Albert Rivera andan más ocupados en la disputa por el liderazgo del espacio conservador fraccionado que en el presente y futuro de España. Pese a que el PSOE ha mantenido en todo momento abierta la puerta a un entendimiento postelectoral con Ciudadanos (y no es descartable que se produzca en algunas comunidades autónomas y ciudades si suman apoyos para gobernar), hoy por hoy es Rivera quien se ha colocado en otra galaxia política muy diferente a aquella por la que navegaba entre las elecciones de 2015 y 2016 y que supuso “el abrazo” con un Sánchez más sujeto a las presiones internas y externas que a un proyecto de izquierdas para una España diversa y plural. La desmemoria (ese pecado capital y castizo) permite que los mismos predicadores que llevan años advirtiendo de que España se romperá en pedazos si el gobierno depende de soberanistas catalanes o vascos, silben cuando se les recuerda que Rajoy sólo logró ser investido en 2016 gracias a aquella abstención “responsable” del PSOE que le costó (provisionalmente) el liderazgo al propio Sánchez. Ni se les pasa por la cabeza a Casado o a Rivera ese supuesto ejercicio de generosidad política o de “responsabilidad de Estado” si de verdad creen que España se rompe. Ni falta que hace, por otra parte, puesto que quienes entonces consideramos una anomalía absoluta que el principal partido de la oposición sea quien facilite el gobierno de la lista más votada seguimos pensando exactamente lo mismo cuando se repite la situación pero vuelta del revés. El problema es que algunos siguen pensando como si el bipartidismo no hubiera fenecido, o pretenden sustituirlo por una especie de nuevo bipartidismo múltiple o por bloques. Y no: las urnas reflejan una realidad multipartidista y diversa, que (insistimos) obliga a visionar más Borgen y menos House of Cards.

 

  • Autodescartado (al menos por algún tiempo y para alegría de cualquier progresista convencido) un acuerdo de gobierno con Ciudadanos, la opción de Pedro Sánchez es buscar los apoyos a su izquierda y entre los nacionalistas. Sobre esa base cabe plantearse un Ejecutivo de coalición como el que propone Unidas Podemos, repartiendo carteras (también si lo reclamaran a otros firmantes del pacto) o bien un gobierno monocolor del PSOE con apoyos de otros socios que sumen una mayoría parlamentaria. Es obvio que a Podemos le interesa rentabilizar al máximo su influencia a la hora de conformar esa mayoría, fundamentalmente porque sería la forma de difuminar el hecho incontestable de que ha perdido entre 2016 y 2019 29 de sus 71 escaños, un dato que en cualquier caso merecería una profunda reflexión autocrítica de la dirección de Pablo Iglesias que hasta el momento no se percibe. También es obvio que Pedro Sánchez debe asumir que su propia estabilidad depende de Unidas Podemos, ya sea acordando compartir gobierno o programa o ambas cosas.

 

  • Desde el prisma de los intereses de la izquierda, convendría que a Sánchez no se le subieran demasiados humos a la cabeza y fuera consciente de que su éxito tiene un carácter condicional, provisional o prestado. Acertó al no aceptar el ultimátum del independentismo catalán (referéndum de autodeterminación a cambio de Presupuestos); acertó al adelantar elecciones contra la hoja de ruta de las derechas de Colón; acertó al advertir del peligro que supone la irrupción de Vox en las instituciones democráticas… Pero se equivocan Sánchez y sus asesores si piensan que la masiva movilización progresista o la recuperación de más de un millón de votos que se habían fugado a Unidas Podemos hace cuatro años son hechos definitivos. El miedo a una regresión en derechos y libertades o la racionalidad de un voto útil que frenara ese mismo riesgo no son mérito de la campaña o los debates protagonizados por Sánchez, sino más bien síntomas de la citada madurez y responsabilidad democráticas de millones de votantes. Uno comprende (y comparte) la alegría de que la extrema derecha haya quedado por debajo de las expectativas creadas, pero ¡más de dos millones y medio de votos son muchísimos votos! Tienen una explicación derivada de factores globales, pero también otra autóctona, directamente emparentada con el postfranquismo y con la siembra durante años de un nacionalismo español excluyente y cegado por un sectarismo que seguirá dañando la estructura del sistema si desde la izquierda no se aborda con valentía la defensa de un Estado único, pero diverso y plural, que más pronto o más tarde ha de consolidarse en la expresión libre reflejada en las urnas.

 

  • Tras las elecciones de diciembre de 2015, el primer viaje de Pedro Sánchez tuvo como destino Lisboa, para escuchar los consejos del también socialdemócrata António Costa, que un mes antes había acordado un programa de gobierno con el Bloco de Esquerda y el Partido Comunista Portugués. Le conviene a Sánchez revisitar Lisboa. Hace cuatro semanas, David Lipton, número dos del Fondo Monetario Internacional (FMI), proclamó que la recuperación económica de Portugal “es una lección para el resto de Europa, incluso para el mundo” (ver aquí). Por resumirlo en pocos datos: la tasa de paro ha pasado del 16% en 2013 al 6,7% hoy (el nivel más bajo desde 2004); el déficit fiscal ha caído del 11% del PIB en 2010 al 0,5% de 2018; el crecimiento económico lleva dos años consecutivos por encima del 2% (superior a la media europea) mientras la prima de riesgo está ya pegada a la española. Salvando las muchas distancias y diferencias entre la economía española y la portuguesa, lo cierto es que nuestro vecino ibérico ha demostrado que se puede rechazar el recetario único de la austeridad, subir pensiones de acuerdo al IPC, descongelar los salarios de los funcionarios, subir los impuestos a las grandes empresas y a los más ricos, subir el salario mínimo sin que se resienta el empleo, controlar a la vez el gasto público y fomentar la inversión empresarial y especialmente las condiciones tributarias de las pequeñas empresas. Al gobierno de Costa lo denominaron las derechas portuguesas como La GerigonçaLa Gerigonça, o sea una “chapuza”, una improvisación sin el menor futuro. Lleva cuatro años reduciendo los niveles de desigualdad y demostrando que se pueden practicar otras políticas económicas sin salirse del marco europeo pero escapando al catecismo neoliberal.

 

  • España no es Portugal (disculpen la obviedad). Para bien y para mal. El pasado colonial luso es mucho más reciente, pero también tienen los lusos el mérito de haber colocado claveles en los cañones sin permitir que su dictador muriera en la cama. Todo se nota. Especialmente el hecho de que Portugal no tiene una Cataluña en la que la mitad de su población reclame la independencia. Ese importante matiz no sólo no debe evitar la mirada de Sánchez hacia Portugal sino alimentarla. Los resultados del 28 de abril permiten gobernar sin depender totalmente del independentismo catalán, pero obligan a cualquier gobernante responsable a tener en cuenta el hecho de que el partido más moderado y racional del independentismo casi ha doblado su representación en el Congreso. Llámenle Frankenstein, o Gerigonça, pero un Ejecutivo capaz de abrir vías de entendimiento con un soberanismo catalán que renuncie a la unilateralidad sería un bálsamo democrático impagable.

Lo explicaba hace unos días lúcidamente Esteban Hernández en El Confidencial: “La derecha española, al contrario que la europea, está en crisis y pensando en retomar el centro, y el partido socialdemócrata, al contrario que en el continente, está en auge. Pero (…) pensar que esta situación será estable puede ser un gran error”. De hecho, se trata de una magnífica oportunidad, con una primera estación en las elecciones del 26 de mayo, que dibujarán la arquitectura política de una Europa clave para profundizar en la democracia o para dar vuelo a los extremismos. Respecto a Sánchez, siempre le ha ido bien cuando se ha rebelado ante los poderes fácticos de todo tipo. En la noche del domingo, su militancia le advertía: “¡Con Rivera no!”, el mismo grito que ha sido coreado en las marchas de este Primero de MayoDijo Sánchez que le había “quedado claro”. Veremos.

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