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La montaña de Trump pare un ratón

Las derechas trumpistas no parecen haber obtenido la victoria aplastante con la que soñaban en las elecciones legislativas del martes 8 de noviembre. Las habían abordado como un plebiscito que enterrara de modo contundente e indiscutible la presidencia de Joe Biden, el edificio del Partido Demócrata y, en general, las ideas progresistas en Estados Unidos, y, en el mejor de los casos para ellos, habrían obtenido una victoria corta, pírrica casi. En política es legítimo juzgar los resultados de un partido en función de las expectativas que él mismo ha ido creando, anunciando, pronosticando, y en este caso cabe decir que la montaña republicana ha parido un ratón.

Debo precisar que escribo a primeras horas de la mañana del miércoles 9 de noviembre, cuando aún no hay resultados definitivos. Pero los que se van conociendo dan cuenta de que los republicanos aún no tienen asegurada su mayoría ni en la Cámara de Representantes ni en el Senado. Puede que, al terminar el recuento, la tengan en una o hasta en las dos, pero sería escasa, mínima, insuficiente para proclamar que la inmensa mayoría del país desea el regreso de Trump a la Casa Blanca.

Incluso en caso de un resultado favorable a los republicanos semejante a un 5-4 en un partido de fútbol, no hay razones para que nadie de por hecho el triunfo de Trump en las presidenciales de 2024. En Estados Unidos es de lo más frecuente que el partido del presidente pierda las legislativas de mitad de mandato (midterm elections), vividas por los electores como un modo de castigarle por sus errores, sus inconsecuencias y sus decepciones. Los demócratas de Bill Clinton fueron arrasados por los republicanos que dirigía Newt Gingrich en las midterm de 1994, hasta el punto de que demasiada gente se abonó a la idea de que se había producido una Republican Revolution, un vuelco sustancial y definitivo en el sistema político estadounidense. Lo cierto es que Clinton, tan odiado entonces por las derechas estadounidenses como ahora Pedro Sánchez por las españolas, ganó con holgura las presidenciales de 1996.

De caer la balanza del recuento en el lado de una ajustada victoria republicana en una de las cámaras o en las dos, es cierto que Joe Biden se convertiría en el próximo bienio en eso que en Estados Unidos llaman un lame duck, un pato cojo, un presidente con escaso margen para ejecutar sus políticas e iniciativas legislativas. Pero, en mi opinión, las opciones de Biden de disponer de un segundo mandato presidencial están ya limitadas por su edad y, sobre todo, por el modo en que el público percibe su edad. Pero puede decirse que, tras las legislativas del martes 8 de noviembre, siguen intactas las posibilidades de victoria en 2024 de un nuevo, vigoroso y carismático candidato demócrata. Para entendernos, un hombre o mujer a lo Obama.

Las 'midterm' estadounidenses de este martes confirman que nada es ineluctable, que, si los progresistas quieren, hay partido

Los resultados ya conocidos de los demócratas son esperanzadores para el partido del burrito. No solo no han sido barridos de la Cámara de Representantes y el Senado, sino que han ganado numerosas batallas parciales. La diputada progresista Alexandra Ocasio-Cortez, tan odiada por los ultras estadounidenses, ha revalidado su escaño por Nueva York. Los demócratas retienen su hegemonía en Nueva York y California, asegurando que esos dos grandes Estados no se sumarán a la prohibición del aborto y otras medidas reaccionarias del trumpismo.

Referendos directos en California, Michigan y Vermont han dado mayorías a favor de proteger el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. El demócrata Wes Moore se convertirá en el primer gobernador negro de Maryland y su correligionaria Maura Healey, en la primera gobernadora lesbiana de Massachusetts y de todo Estados Unidos. En Pennsylvania, Josh Saphiro ha derrotado a Doug Mastriano, furibundo defensor de la teoría conspiranóica del robo a Trump de las presidenciales de 2020. Y así bastantes casos más.

En el lado republicano, el gran ganador de la jornada es el muy conservador Ron DeSantis, reelegido con holgura como gobernador de Florida. Esto apuntala una posible candidatura de DeSantis a la Casa Blanca en 2024, que competiría con la de Trump si este decide finalmente presentarse.

El populismo de derecha extrema o directamente de ultraderecha gana elecciones, ciertamente. Pero su experiencia de gobierno suscita tales reacciones populares en su contra que pronto se forjan mayorías para desalojarlo del poder. Ocurrió en 2020 en Estados Unidos con Trump y acaba de ocurrir en Brasil con Bolsonaro. Las midterm estadounidenses de este martes confirman que nada es ineluctable, que, si los progresistas quieren, hay partido.

Las derechas trumpistas no parecen haber obtenido la victoria aplastante con la que soñaban en las elecciones legislativas del martes 8 de noviembre. Las habían abordado como un plebiscito que enterrara de modo contundente e indiscutible la presidencia de Joe Biden, el edificio del Partido Demócrata y, en general, las ideas progresistas en Estados Unidos, y, en el mejor de los casos para ellos, habrían obtenido una victoria corta, pírrica casi. En política es legítimo juzgar los resultados de un partido en función de las expectativas que él mismo ha ido creando, anunciando, pronosticando, y en este caso cabe decir que la montaña republicana ha parido un ratón.

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