Desde la casa roja

"Prensa española, manipuladora"

La libertad de expresión lleva consigo cierta libertad para escuchar. La frase la dijo aquel músico jamaicano llamado Robert Nesta Marley (acabo de leer cómo de joven se fue Bob en ese mismo año en que yo nací, 1981). No pocas veces en los últimos meses nos hemos acordado de aquella otra que atribuyen a Voltaire: “Defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”. La recordamos, sí, y la traemos y la escribimos y la soltamos en las charlas que nos dejan (una bomba que puede ser de Voltaire siempre queda bien detonada), pero no creo que conozcamos el calado que tiene creer profundamente en algo así. Si algo atravesaba los dos temas de actualidad que la semana pasada ocuparon las páginas de los diarios y espacios de información ha sido el maltrato a los periodistas. No creo que se trate únicamente de matar al mensajero, hay algo más profundo aquí. Algo a lo que no deberíamos acostumbrarnos. “Antes, trabajar en el cine era lo peor, menos mal que apareció la televisión”, decía el director Billy Wilder.

La prensa tampoco se salva de maltratar a las informaciones. Esto hay que escribirlo también para no entrar en debate antes de tocar el hueso. La información política ha ido produciendo cada vez más dinero y ocupa buena parte de las parrillas de los medios de comunicación y los asuntos serios se exprimen siguiendo los cebos de las tertulias más vanas. Pero los fuera de foco hoy ofrecen narrativas más interesantes que los grandes titulares.

Tanto en las calles de Barcelona, esos reporteros con casco en medio de una lluvia de objetos, como en las afueras del cementerio de El Pardo, empujados y golpeados por los franquistas, últimamente, a los periodistas se les ha puesto difícil hacer su trabajo. “Prensa española, manipuladora”. ¿Será verdad?, me pregunto. ¿Toda la prensa española? ¿Es este diario, por ejemplo, prensa española?

Esta profesión, que yo no ejerzo desde aquí ni mucho menos, la ejercen mis compañeros de este y otros periódicos y espacios recabando datos y declaraciones, articulando textos e imágenes, enfocando desde el lugar correcto, pateando la calle, manejando documentos, contextualizando y escribiendo hasta el límite de los cierres, aunque no se lo crean, tiene una norma y tiene una ética y tiene unos códigos. Unos códigos que como lectores, a veces, no se manejan aunque se critiquen duramente y sin descanso. Los informadores, y no otros espacios que habitan periodistas y personajes, han estado contando lo que ha sucedido en Catalunya y lo que sucedió el día de la exhumación del dictador. Pero desde hace un tiempo, en este país se atiende a cualquier tema desde la irracionalidad y no desde el deseo de saber qué está sucediendo. O lo que tiene peores consecuencias, comprender lo que ha pasado ya no es nuestro primer objetivo al buscar informaciones. Lo es refrendar lo que ya pensábamos, lo que ya creíamos.

Por ejemplo, tal vez, yo hubiera preferido que los restos de Franco salieran del Valle de los Caídos sin atención mediática. Que nos lo hubieran contado cuando ya estaba hecho. Pero en ningún caso puedo decir que lo que vi la semana pasada fue un funeral de Estado. Mucho menos una profanación. Y según opiniones vertidas en mis redes, aquello sí lo fue. Vi a una familia que sí, que portaba un féretro a hombros con una corona de laurel y unas banderas, pero que simbolizó el comienzo de la derrota de una forma de comprendernos. Adiós, le dije en grande y con satisfacción a ese helicóptero blanco que pasó sobrevolando mi casa. Sentí que, de alguna forma, la justicia estaba ganando ese pasado 24 de octubre. Fueron los propios reporteros que estaban a pie de calle en Mingorrubio quienes no comprendían la crítica de políticos y tertulianos sobre lo que había sucedido: no sé qué imágenes habéis visto, decía uno, pero esto dista mucho de rendir honores.

En estos tiempos en los que nos sentimos plenamente informados y manejamos como nunca el acceso a las noticias y, como consecuencia, articulamos opiniones constantemente a través de diferentes soportes, somos plenamente responsables de buscar un periodismo riguroso e independiente. Cada vez seremos más los que nos cobijemos bajo la bandera de los matices y los que, en este clima crispado, por encima del ruido de redes y tertulias, intentaremos (y solo lo intentaremos, qué cuestión tan difícil) salvar de la quema la deteriorada relación entre los medios y sus lectores/espectadores y el pensamiento crítico que estar informado incentiva.

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Hay que aprender a escuchar más verdades que la nuestra.

Qué tiempos tan extraños: las calles tan llenas y todos tan solos.

Todos tan individuos

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