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Andalucía como vanguardia

Juanma, que así, sin apellido, se hace llamar en esta campaña, escapando de las siglas del PP como si fueran la peste, ha montado un relato sobre su gestión que es todo él un disparate. En solo tres años, Andalucía habría pasado de ser un desastre a ser el motor de España. Obró el milagro Moreno Bonilla.

Los trucos para asentar en la población esa narrativa son fundamentalmente tres: atribuirse como propios éxitos que en realidad son del Gobierno de Sánchez y de la solidaridad de la Unión Europea, presentarse como un hombre moderado que pone la gestión por encima de la ideología y también extractar y adornar datos e iniciativas para engañar con ellos.

La “bajada de impuestos” que el PP andaluz presenta como hito fundamental de su gestión es quizá el mejor ejemplo de esta última argucia. Esa “masiva” bajada de impuestos es en realidad la eliminación del impuesto de sucesiones y donaciones, un recorte en el de transmisiones patrimoniales y actos jurídicos documentados, y una bajada en el tramo autonómico del IRPF. Los dos primeros, por supuesto, sólo benefician a una fracción mínima de la población andaluza, a los afortunados que reciben una herencia o venden una casa o unas acciones. Ellos sí se ahorran un buen pellizco. La bajada del IRPF para el 99 por ciento restante supone un ahorro medio de 60 euros al año, algo que estarán comprobando los andaluces estos días, mientras rellenan su declaración.

Andalucía ha sido durante un siglo la vanguardia del socialismo más genuino. La lucha por la justicia social, los derechos de la clase trabajadora y la muestra más notable de la eficacia de un gobierno que distribuye la riqueza para construir colegios y hospitales, carreteras y trenes. Los andaluces se consideran mayoritariamente de izquierdas y tienen un sentido muy propio de la dignidad y de la lucha contra los privilegios de los señoritos, que está inserto en su ADN colectivo, político, social y cultural. Por eso, lo primero que deberían hacer los socialistas y el resto de la izquierda andaluza es curarse de complejos y mostrar el orgullo de haber sacado a su tierra de la pobreza y el subdesarrollo.

El relato de la Andalucía solidaria y luchadora, también hedonista y desenfadada, debería activar de nuevo a sus habitantes ante una amenaza real de la llegada del enemigo político histórico del pueblo andaluz: la extrema derecha

Que haya habido 72 “intrusos” entre 5.982 trabajadores que recibieron ayudas para atender sus necesidades en momentos de crisis industrial severa, no convierte el titánico trabajo de los socialistas andaluces en papel mojado. Es de una falsedad obscena que el “mayor caso de corrupción de la historia” haya consistido en un fraude de casi 700 millones de euros. Esos millones fueron distribuidos a familias que aún hoy, algunas, siguen beneficiándose de ellas. Solo nueve millones se desviaron en falso. Dos hombres honorables y honrados, como Chaves o Griñán, fueron condenados por el grave error de eliminar controles en la distribución saltándose a la Intervención, sí. Y dos funcionarios de medio pelo, delincuentes impresentables, gastaron dinero público en cocaína y prostíbulos, y están respondiendo por sus fechorías. Pero es absurdo que los socialistas andaluces se acomplejen por eso. 

El relato de la Andalucía solidaria y luchadora, también hedonista y desenfadada, debería activar de nuevo a sus habitantes ante una amenaza real de la llegada del enemigo político histórico del pueblo andaluz: la extrema derecha de los señoritos de los latifundios, la de los elegantes cazadores que pagan 4.000 euros por una montería y no la de los que salen a cazar perdices en cotos públicos o la de los mozos que les preparan el puesto para que disparen cómodamente. Traído a nuestro tiempo, la lucha es la defensa de la salud y la sanidad públicas, en claro retroceso en estos últimos tres años. Es la defensa de unos salarios mínimos dignos y de la estabilidad en el empleo (contra los que votaron el PP de Moreno y el Vox de Olona). Es subir los impuestos precisamente a quien Juanma se los ha bajado. Es reforzar la identidad y la autonomía de Andalucía, no suprimirla, como pretende la ultraderecha.

Juan Espadas, los socialistas y el resto de la izquierda andaluza, según las encuestas, tienen poco margen en dos semanas de campaña. Pero las campañas sirven precisamente para activar a los electores. Juan Manuel Moreno Bonilla, el candidato que obtuvo hace tres años el peor resultado del PP en aquella tierra y que aún pudo gobernar gracias al apoyo de un partido hoy prácticamente desaparecido, Ciudadanos, y a la extrema derecha heredera de quienes mataron a Lorca o mandaron a María Zambrano al exilio, no puede pasar por ser un inofensivo gestor moderado. Es el candidato de derechas que pactará con la ultraderecha como sus colegas han hecho ya en Castilla y León, y como hará en cualquier otro lugar si lo necesita. 

Las izquierdas andaluzas, que sociológicamente representan a la mayoría del pueblo andaluz tienen quince días para desenmascarar a Juanma, que Olona no muestra máscara alguna, y renovar el muy vanguardista relato, hoy más vigente que nunca en todo el mundo, de resistencia popular ante la inminente llegada de las derechas más reaccionarias.

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