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Desde la tramoya

La coleta

Luis Arroyo nueva.

Sí, es cierto: con los problemas que tiene el país, es una frivolidad dedicarle tiempo y espacio a hablar de la coleta de Pablo Iglesias. Es encomiable por eso que, por ejemplo, Jesús Maraña no quisiera entrar el otro día en tertulia pública sobre el particular.

Pero resulta que, como es sabido, el ser humano no siempre prefiere afanarse en lo importante y muchas veces opta simplemente por lo interesante, motivo por el cual los medios de comunicación recogen con demasiada frecuencia chascarrillos, tontunas e irrelevancias. Además, satisface que excepcionalmente el objeto de la conversación no sea el atuendo de ésta o aquélla otra mujer, o sus operaciones de estética, sino que se refiera en esta ocasión a un hombre. Es un servicio a la causa feminista que debemos agradecerle al ex vicepresidente del Gobierno.

Porque nada de lo que hace Pablo Iglesias desde hace justo una década, cuando el 15 de mayo se constató masivamente en España la indignación y el hambre de cambio que él supo surfear con arte e inteligencia, es inocente o irreflexivo. Su apariencia fue desde entonces un asunto sobre el que se le preguntó repetidamente. En 2014, por ejemplo, a Jordi Évole le dijo que se había quitado el piercing de la ceja porque se lo pidió “el equipo de campaña de las narices”. Y añadió: “estas cosas las tiene uno que asumir y no me gustan nada”.

Iglesias es, aparte de unos de los políticos españoles con mayor impacto en la última década, un especialista en comunicación política. Sabe muy bien –al menos dos veces le escuché citar a George Lakoff en el Congreso de los Diputados– que el enmarcado (o framing en inglés) es un fenómeno que altera de manera sustancial los modos de ver del público. Y sabe también que vestir de un modo u otro (“la estética es una manera de transmitir un mensaje”, le dice a Évole en esa misma entrevista), o ir a vivir a un determinado lugar, o verse en público con alguien, o estar o no estar en un sitio, es parte de ese trabajo que consiste en contar al público un relato verosímil sobre quién eres y qué pretendes para lograrlo.

Quizá por eso la fotografía de su nueva apariencia sin su icónica coleta no apareció de manera inocente para convertirse luego en un prolífico meme. En 2014, en la misma entrevista con Évole, dijo que “es marca de la casa” y que su equipo de campaña “no se atreve con eso”. Para el cambio, Iglesias cedió la foto en exclusiva a Pedro Vallín, de La Vanguardia. Fue tomada por Dani Gago, el fotógrafo oficial de Podemos. Es evidente que el evento (“pseudoevento”, lo llamaría un sociólogo de la comunicación) fue preparado específicamente para su publicación. Iglesias posa con el libro Me cago en Godard del propio Vallín y, en la composición real o imaginaria de los acontecimientos, se la envía al escritor y periodista para certificar que lo está leyendo. Supuestamente, es entonces cuando Vallín le pide publicar la foto y él, también supuestamente, cede.

Pero según ha declarado Vallín tras su conversación con Iglesias, el corte de la coleta no obedece simplemente a la comodidad, sino que es también el símbolo de “un cambio de vida”. Si nos atenemos al relato, la decisión de cambiar de vida debió ir gestándose más lentamente de lo que parece, porque Pablo Iglesias se ha cortado la coleta, digámoslo así, de manera progresiva, comenzando por hacerla desaparecer en un moño, cosa que decidió al comenzar el curso.

No, efectivamente, no tendría ninguna importancia el corte de pelo de ningún político si el aludido no hubiera querido hacer de su apariencia un símbolo. Y lo cierto es que Pablo Iglesias sí lo ha querido. Desde que se convirtió en una personalidad archiconocida, el habilidoso político ha hecho uso, más que ninguno de sus colegas contemporáneos, de los símbolos que proporciona la estética. Y ha conocido también las consecuencias de errar en esos mismos símbolos, como cuando se generó la polémica monumental a propósito de su nueva casa, que incluso sometió a referéndum entre los afiliados de Podemos.

No hay duda de que se marcha un dirigente de enorme impacto en la política española y en el país entero. Según anuncia lo hace para dedicarse a la docencia y al “periodismo crítico”. Su pelo corto es, porque él así lo ha querido, un símbolo de esas nuevas dedicaciones. La política es el ámbito en el que se dirimen asuntos muy relevantes para la vida pública, pero también es espacio de juego de símbolos y de celebración de ritos. Entre otras muchas cosas, Iglesias ha demostrado ser un extraordinario conocedor de la fuerza de esos ritos y de esos símbolos.

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