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Desde la tramoya

En misa y repicando

Luis Arroyo nueva.

Yolanda Díaz parece estar cogiendo sus propias medidas estos días. Y en algún momento va a tener que renunciar a alguno de sus objetivos personales, porque parecen incompatibles.

Está de un lado su papel como vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo. Parecía en un principio que su Ministerio, descargado de las competencias de gasto (con Seguridad Social en otra cartera) sería más bien un lugar sin contenido. Pero primero con la subida del salario mínimo y ahora con la derogación de la reforma laboral del PP, la vicepresidenta ha logrado elaborarse un perfil propio y sólido como la conciencia de izquierdas, sindical y militante del Gobierno. Como es natural, esa pretensión ha chocado con el alma más ortodoxa, prudente y conservadora del Ejecutivo, bien encarnada en la vicepresidenta Calviño, pero también en el resto de las ministras y ministros, que observan a Díaz con mucha desconfianza. Si acaso quisiera jugar esa batalla interna dentro del Gobierno, puede estar segura de que la perderá. El presidente es contundente con las disidencias internas y con los protagonismos excesivos. Aunque no actúe al instante, será implacable si es necesario. Iván Redondo es el último ejemplo. Tomarse excesiva confianza con Sánchez puede resultar letal.

Está también lo que parece la construcción, bajo su liderazgo, de una plataforma, adquiera la forma que sea, capaz de ocupar el espacio que ha dejado libre Pablo Iglesias. Podemos y, más aún, Unidas Podemos, fueron siempre la UCD de la izquierda: una unión coyuntural de siglas, intereses concurrentes y egos desmedidos, que supieron aprovechar con inteligencia una buena ola bajo un fuerte liderazgo personal. Puede que su destino no corra la misma mala suerte que el extinto partido de Centro, por supuesto, pero esa aparente unidad del movimiento, del proyecto y del partido, mostró temprano sus costuras. Hoy Podemos ya no se sabe ni lo que es, y Ione Belarra no acierta a explicarlo bien. Pero no se puede estar repicando las campanas mientras se dice misa: si Yolanda Díaz quiere liderar ese espacio que en España existe desde la Transición, el ocupado por el PCE, por IU, por Podemos, que ha estado tradicionalmente entre el 5 y el 10 por ciento del electorado, e incluso ensancharlo a costa del PSOE, no podrá hacerlo como ministra de un Gobierno liderado por Sánchez y el PSOE. O dentro o fuera.

En teoría no hay prisa para eso. Si uno mira a la historia de los gobiernos de coalición, hay un fenómeno casi natural, que es su ruptura en los últimos meses antes de la culminación de la Legislatura y la convocatoria de Elecciones. Ante la necesidad de marcar un perfil propio atractivo para los potenciales electores, es previsible que los socios minoritarios del Gobierno tensionen sus relaciones con el socio mayoritario, y ambos terminen por romper para competir sin ataduras. Si no hay adelanto electoral, quedan dos años de Legislatura. Pero construir una candidatura electoral requiere tiempo y no puede hacerse en secreto. En algún momento Yolanda Díaz tendrá que decidir si sigue siendo ministra con un Gobierno socialista, o se lanza a la carrera electoral.

Las suspicacias ya están generadas y permanecerán. La frase de la ministra del pasado miércoles –“Me gustaría que la derogación de la reforma laboral la presida Pedro Sánchez”– no puede ser fruto de la ingenuidad. Recibió una respuesta inmediata de la ministra portavoz, que no puede ser más clara y sarcástica: “Por supuesto que es un asunto que lidera el presidente”. Para añadir también que éste es un Gobierno coral y no necesita “solistas”. También ha sido nítida la respuesta de hecho del presidente del Gobierno. Claro que vamos a coordinarnos y que voy a liderar yo, pero para eso no hace falta mucha reunión del comité de seguimiento del pacto de Gobierno con Unidas Podemos, sino solo una reunión del presidente con las dos vicepresidentas discordantes: Calviño y Díaz. Lo que diga Díaz –o su silencio– tras la reunión, será muy sintomático del futuro de la cuestión. Si después de ese encuentro, como se intentará, se escucha un mensaje único y tibio, significará que Yolanda Díaz se disciplina y espera tiempos mejores como líder de esa izquierda crítica con el PSOE. Si no, si se aventurara a afirmar su autonomía y de algún modo sugiriera que doblega la voluntad de “la otra parte”, como llama a sus colegas socialistas del Gobierno, es probable que su suerte estuviera echada desde ese momento en las manos del presidente, que en este momento se sienten poderosas. Yo no estoy seguro de que en tal adversidad Ione Belarra quisiera ir a rescatarla.

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