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El tribunal que vigila los contratos de Madrid avisa del "incremento sustancial" de los pagos fuera de control

Palomitas en Moncloa

Ni siquiera la campaña de Susana Díaz contra Pedro Sánchez adquirió estos tintes tan dramáticos ni personalistas cuando se forzó la dimisión del secretario general tras aquel bronco comité federal de octubre del 16. No se recuerda una guerra política con explosión inicial tan virulenta como la que ha abierto el jueves la presidenta de la Comunidad de Madrid contra el presidente de su partido, Pablo Casado.

No caigamos en las trampas retóricas: la guerra la declara ella. Es obvio que es Díaz Ayuso quien acusa a Génova de los intentos de espiarla, es ella quien se niega a dar explicaciones sobre el contrato de urgencia para la venta de mascarillas firmado con Daniel Alcázar Barranco, un amigo suyo del pueblo, y también es ella quien luego escenifica la ruptura en solemne declaración ayer mismo desde la Puerta del Sol. Lo hace, además, en un momento de debilidad de Casado, tras el fiasco de la pírrica victoria en Castilla y León, muy por detrás de la pretendida mayoría absoluta que se perseguía con el adelanto electoral.

La estrategia, por lo demás, entra dentro de los esquemas habituales de Miguel Ángel Rodríguez: sin complejos, directo y simple, maniqueo, al todo o nada. Dinamitando la relación con Pablo Casado y la dirección nacional del partido, Ayuso puede comparecer como la víctima de una difamación contra su familia (“lo más importante que tenemos”, suele repetir ella), presentar la controversia como una venganza por su fuerza en Madrid en comparación con la debilidad del jefe en el conjunto de España, e iniciar así una huida hacia adelante que podría situarla como alternativa en el liderazgo nacional. La jugada es arriesgada, pero no puede negársele valentía a los estrategas que la hayan formulado. De momento el tal Carromero ha tenido que dimitir y Casado vio este jueves cómo se concentraban algunas decenas de defensores de la presidenta en la puerta de la sede nacional.

La política admite tanta plasticidad que nada dice que quienes fueron amigos en el pasado no vuelvan a serlo en el futuro, pero lo que cabe esperar es que Ayuso y Casado mantengan una lucha desabrida por hacerse con el favor de la parroquia

Los hechos son ya conocidos y no han sido negados por nadie, ni siquiera por Ayuso: el amigo de la presidenta y de su hermano Tomás, compañeros de fin de semana en Sotillo de la Adrada (Ávila), firmó un contrato de urgencia por un millón y medio de euros para proveer de urgencia mascarillas en pleno inicio de la pandemia. El empresario entregó la mercancía y lo que se duda (y la presidenta niega) es que su hermano Tomás cobrara una comisión por la operación del amigo.

Pero la guerra va mucho más allá de ese “detalle” de una supuesta mordida. El Partido Popular habría pasado por alto ese contrato si no le tuviera ganas a la díscola presidenta y no quisiera controlar su ascenso como alternativa a Casado. Es lo de siempre: en el PP están los halcones y están las palomas. Y son pandillas bastante nítidas en sus límites y composiciones. Los halcones, cuyos símbolos máximos son Esperanza Aguirre y José María Aznar, se proclaman gente sin complejos, patriotas de grandes banderas, enemigos acérrimos del “social-comunismo”, muy conservadores aunque se digan liberales, amigos y promotores de los medios y opinantes más ultraderechistas del país, por minúsculos que sean, amigos de Vox, para el que han criado importantes figuras (Santiago Abascal entre ellas). Del otro lado, se sitúan las palomas que encontraron su mejor momento en Rajoy y ahora se identifican con Núñez Feijóo y con el propio Casado. Más moderados en general, más resistentes a entrar en el campo de la ultraderecha, siempre acusados de “maricomplejines” por sus críticos. Es cierto que los bandazos estratégicos de Pablo Casado pueden confundir a veces, pero el líder del PP está ahora más alineado con este segundo grupo que con el primero, que se cansa de esperar victorias electorales más contundentes.

La política admite tanta plasticidad que nada dice que quienes fueron amigos en el pasado no vuelvan a serlo en el futuro, pero lo que cabe esperar es que Ayuso y Casado mantengan una lucha desabrida por hacerse con el favor de la parroquia. Ya está hoy hablando todo el mundo de su bronca. Se desempolvará el contrato de las mascarillas, se harán directos desde los lugares, conoceremos al amigo contratista, se analizará cada gesto de la una y del otro, hablarán los jefes de los territorios. Las televisiones y las radios le dedicarán largas horas al asunto, porque nada interesa más que un combate a cara de perro entre dos exaliados y hoy feroces enemigos.

El espectáculo es tan interesante que en Moncloa podrían seguirlo comiendo unas palomitas. En la sede de Vox en Chamartín lo harán incluso con perritos calientes.

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