El coche no es un apéndice Cristina García Casado

Si está contra el rearme o considera que hay que rearmarse, si aplaude la política migratoria o la detesta, si considera que el empuje a la transición ecológica es suficiente o muy pacato… si valora lo que Europa ha sido en estos 68 años desde su creación, es hora de salir a la calle a gritarlo alto. Probablemente la Unión que usted quiere es muy distinta a la actual, pero lo que hoy está en peligro es la idea de Europa misma. Una Unión Europea que a todas luces necesita reinventarse, aprovechando el cuestionamiento que vive.
La Europa social frente a la de los mercaderes es un debate eterno que fluctúa con la correlación de fuerzas que hay en cada momento en la sociedad y en las instituciones. La ciudadanía, muy alejada, no siempre participa ni es animada a hacerlo por parte de un ente que se considera lejano, abstracto, habla en inglés y es un bicho extraño. Tanto, que en la jerga hace años que se habla de ella como un OPNI: Objeto Político No Identificado.
Esa extraña criatura ha provisto a los europeos y europeas de 68 años de paz y prosperidad; un milagro. Y lo ha hecho en torno a la defensa de sus valores, que es, en realidad, lo único que nos une. Por eso el artículo 2 del Tratado de la Unión lo dice así de clarito: “La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres.”
Esa extraña criatura que es la UE ha provisto a los europeos y europeas de 68 años de paz y prosperidad; un milagro. Y lo ha hecho en torno a la defensa de sus valores, que es, en realidad, lo único que nos une
¿Que esos valores se traicionan en ocasiones desde la propia Unión? Sin duda. Ahí está el pacto migratorio para demostrarlo. Pero de la misma manera que hay que criticar cuando esto ocurre, es necesario defender esa idea de Europa ante la doble amenaza que hoy le acecha. La externa, representada por Trump y su afrenta contra el multilateralismo, y la interna, sus correligionarios neorreacionarios que ocupan hoy escaños en el Parlamento Europeo.
Llegados a este punto, a la Unión Europea le toca reinventarse. Abordar debates incómodos como el de la seguridad, la fiscalidad o la política exterior. Intentar encontrar solución a esa ausencia de opinión pública europea, de sentimiento de adhesión a la Unión. ¿Cómo es posible que 68 años después aún no haya una cabecera informativa de toda la Unión con vocación de llegar al conjunto de la población? Entre tanta duda, una certeza emerge: si no se dan pasos en la línea de la integración política, será difícil abordar todas estas cuestiones.
Pero no todo son malas noticias. Como todo movimiento, el trumpismo está provocando también una reacción. Lo hemos visto en Canadá, donde los liberales le han dado la vuelta a la situación desde la toma de posesión de Trump. Han pasado de adelantar elecciones ante una situación insostenible para Justin Trudeau a que su propio partido haya vuelto a ganar en una campaña marcada por la beligerancia norteamericana con los conservadores sin desmarcarse del presidente estadounidense. Algo parecido ha ocurrido en Australia.
Los ciudadanos y ciudadanas europeas tenemos una ocasión el próximo fin de semana (Zaragoza, viernes 9 de mayo a las 20 h, en Plaza de España; Madrid, domingo 11 de mayo a las 12 h, en Callao; Barcelona, también el viernes, a las 18 h en la Plaza de la Catedral...) para amplificar el efecto Trump de tres maneras: reafirmando nuestro compromiso con la defensa de los valores europeos, diciéndoles a las autoridades comunitarias que queremos más y mejor Europa, y mostrando al mundo una adhesión férrea al multilateralismo y la defensa de los derechos humanos. El domingo, en las plazas. El resto de días, con una actitud crítica ante cualquier subversión de esos valores europeos, tanto si viene de Estados Unidos como del mismo corazón de Bruselas.
Quizá la posibilidad de que el egoísmo de cada país haga imposible abordar los grandes retos que tenemos y que son comunes, como la crisis climática; que el Estado de bienestar quede reducido a cenizas; que las decisiones políticas sean regidas por los intereses de magnates sin escrúpulos; que las tecnológicas no tengan cortapisas en su acaparación de datos y poder; que el pensamiento mágico de los MAGA de cada país se pueda comer la Ilustración que vio nacer al mejor mundo que hemos sido capaces de crear hasta la fecha…. Quizá todo esto genere un efecto Trump que, como un boomerang, haga reaccionar a sociedades aletargadas, con “problemas del primer mundo”, y, siendo conscientes de lo que nos jugamos, consigamos avanzar en la defensa de la igualdad, la libertad y la fraternidad. En esto tampoco es suficiente con resistir; hay que avanzar.
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