El desafío de la derecha: “¡¿Y qué?!”

Hay una expresión, desafiante y provocadora, que sintetiza bien algunos de los movimientos que se están dando en la derecha española: “¡¿Y qué?!”. Lo explica a la perfección Isabel Díaz Ayuso cuando dice que el PP de Madrid es un partido pandillero, callejero y tabernario. Traza así una división más que estudiada entre la gente —la pandilla—, la calle en su sentido populachero —callejero— y ese Madrid de las cañitas que tantos éxitos le ha dado —tabernario—, frente a lo que define como el Gobierno “autoritario” de Sánchez. El personaje que se ha construido es el de la mujer fuerte y descarada a la que la única regla que le importa “es la regla de tres”, y que le dice a Mónica García que a la política se viene llorada de casa.

Si fuera solo una pose podría pensarse que Ayuso ha visto el potencial electoral de convertirse en adalid de lo políticamente incorrecto, que, en efecto, es mucho y con gran capacidad de arrastre. Pero va más allá. Ayuso y su equipo sí que entienden eso de que no existe la política de comunicación, sino que la comunicación es parte esencial de la política, por lo que poco vas a conseguir si lo que comunicas no está acompañado por lo que haces. No es el story-telling, es el story-doing.

Por eso Isabel Díaz Ayuso mira desafiante con la cabeza erguida cuando compone su equipo al frente del PP de Madrid y, pese a que no renueva casi a nadie de la anterior dirección, mantiene en la ejecutiva a Ana Millán, alcaldesa de Arroyomolinos imputada por corrupción, e incorpora a la anterior viceconsejera de Asistencia Sanitaria, Ana Dávila, la persona que firmó el polémico y controvertido contrato de suministro de mascarillas del que se derivarían los más de 55.000 euros de comisión que cobró el hermano de la presidenta. El mensaje está claro: “¡¿Y qué?!”

El “¡¿Y qué?!” es un grito descarado de desafío a las reglas y valores que no busca ampliar derechos o libertades, sino subvertir los mínimos elementos de convivencia

La presidenta de la Comunidad de Madrid no es la única que ha entendido el potencial del descaro macarra. ¿Qué otra interpretación cabe hacer del viaje del Emérito para participar en las regatas de Sanxenxo? Después de tres regularizaciones con Hacienda que mostraban a las claras el fraude; de ver archivadas sus causas por haber prescrito y considerar que la inviolabilidad le amparaba, pero no porque el delito no existiera; de tener abierta otra causa judicial en Reino Unido; y de los daños que ha causado a la confianza institucional y la imagen exterior de España, lo que Juan Carlos I le ha dicho a España este fin de semana es un rotundo: “¡¿Y qué?!” Por si quedaban dudas, el recién elegido presidente de la Xunta de Galicia agradeció la visita alegando que el viaje del Emérito pondría a Galicia en el mapa. De nuevo, “¡¿Y qué?!”

Asistimos a una normalización en toda regla de la corrupción, de la ruptura de las normas, de lo que podríamos denominar sentido elemental del decoro. Merced a un estudiado ejercicio de relativización de cualquier acto contrario a las leyes y a la ética más elemental —siempre que sea llevado a cabo por los “españoles de bien”—, los fans de Macarena Olona son perfectamente capaces de justificar el empadronamiento trucado de la candidata de Vox a las próximas andaluzas. Les basta con proclamar que eso lo hacen o lo han hecho los demás partidos, los migrantes sin papeles o cualquier persona que quiera librarse de pagar el impuesto municipal de circulación de una gran ciudad. Con el ventilador en marcha, ni las desveladas conversaciones de Villarejo con Cospedal o con Aguirre, ni las comisiones ni los fraudes de ley ni cualquier posible delito son algo de lo que avergonzarse; al contrario, permiten adoptar una pose desafiante, volver la oración por pasiva contra los adversarios políticos e incluso ganar apoyos entre la hinchada. 

El “¡¿Y qué?!” es un grito descarado de desafío a las reglas y valores que no busca ampliar derechos o libertades, sino subvertir los mínimos elementos de convivencia. Frente a ello la izquierda no consigue encontrar el tono adecuado para defender los pilares básicos de la democracia sin acudir a lecciones moralizantes, discursos culpabilizadores o propuestas castrantes. Parece que esta vez lo que ha cambiado de bando es la rebeldía.

Todo se va volviendo más y más increíble. El sábado no hubo viento en Sanxenxo y el emérito subió al Bribón pero no llegó a navegar, el Congreso del PP madrileño acabó entre tremendas ovaciones a Aguirre y Almeida, Olona aseguró que las izquierdas cuestionan su empadronamiento fingido porque le tienen miedo. Esa misma tarde el canal Paramount Pictures ofreció al completo la trilogía de El Padrino. Comparada con la actualidad española, la truculenta historia de la familia Corleone parecía un sublime ejercicio de sutileza y elegancia moral. Al menos, ellos mantenían el decoro y una forma exquisita; sin macarradas.

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