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Coreógrafos de un pucherazo que nunca existió

Últimos segundos del partido, marcador ajustado. El balón abandona las manos del jugador y vuela curvo salvando el espacio hasta la canasta, mientras que los destellos de los fotógrafos iluminan el rostro de un público expectante. Toca el aro, todos contienen la respiración observando cómo la esfera gira sobre el metal, decidiendo si caerá dentro de la red o, huidiza, irá a parar hacia la pista. La escena es uno de esos momentos únicos que nos ofrece el deporte, puede que por simbolizar el destino, el instante en que todo se decanta hacia la victoria o la derrota. Una vez que suena la bocina y se conoce el desenlace, nadie recuerda los lances del encuentro que condujeron hasta su final. Con las elecciones sucede algo muy parecido.

Ese aro, ese balón, es el puñado de votos que en muchas plazas han supuesto, en estas elecciones autonómicas y municipales, la victoria de la derecha. El cómputo total, tanto entre bloques como la distancia que ha separado a PP y PSOE, no ha sido ni mucho menos tan impactante como la imagen que los mapas ofrecían el domingo por la noche. Esa impronta, sin embargo, es prácticamente imposible de borrar una vez que se asienta, salvo con una maniobra efectista que arruine la celebración y prevenga seis meses de agonía, tanto ajena como propia. El sorpresivo adelanto electoral anunciado por Pedro Sánchez este lunes, giro de guión como en las mejores series, ha resultado un cortafuegos eficaz para evitarlo.

La imagen final, sin embargo, no nos debería hurtar variaciones de fondo que van a resultar relevantes en la política española. Como la valenciana, donde la vuelta del PP al poder significa no sólo un paso importante hacia Moncloa, sino también la consolidación de un equilibrio interno que le será tan útil a Feijóo frente al omnímodo poder madrileño de Ayuso como se lo fue a Rajoy frente a Aguirre. Andalucía es el otro territorio donde la derecha avanza notablemente, porque la victoria en todas las capitales menos Jaen, aun contundente, ya había tenido algún correlato a mediados de los noventa y finales de los dos mil, no así que el PP además conquiste pueblos y ciudades medianas, alma del socialismo por décadas.

Ese puñado de votos es el que ha dejado fuera de sus parlamentos autonómicos a políticos tan cabales como Héctor Illueca y Alejandra Jacinto, ambos de Podemos, que además destacaron por su defensa de la vivienda, tema que, si recuerdan, se supone que iba a haber sido el plato fuerte de los comicios. Puede que la campaña planteada por su partido centrada en el efectismo del choque con figuras mediáticas, capitalistas despiadados y hermanos comisionistas les haya aportado minutos de redes, pero les haya restado la certeza de que votarles iba a valer para algo concreto, lo que me temo que es apreciado en los PAUS.

Quizá lo que a la derecha le funcione para destruir al rival, mediante la siembra de mentiras y miedo, no le valga a una izquierda que, en cualquier elección, por injusto que sea, tiene que demostrar tanto su legitimidad como su utilidad. No se trata de elegir entre las cosas de la cartilla de ahorros y la batalla comunicativa; se trata de contar que aquello que se ha hecho y ha funcionado en esta legislatura, tiene detrás unas siglas, unos nombres y en último término una ideología, es decir, la forma de entender cómo se organiza una sociedad. Mal haría la izquierda en dar por amortizada la experiencia de Gobierno para dirigirse a la cómoda y minoritaria trinchera de la bronca.

Quizá lo que a la derecha le funcione para destruir al rival, mediante la siembra de mentiras y miedo, no le valga a una izquierda que, en cualquier elección, por injusto que sea, tiene que demostrar tanto su legitimidad como su utilidad

Quien ha cosechado unos resultados nada despreciables ha sido Izquierda Unida, allí donde se ha presentado por separado. En Andalucía, por ejemplo, ha obtenido 802 concejales frente a los 25 de Podemos, con 40 mayorías absolutas en ayuntamientos y 57 relativas. Mantiene capitales de provincia como Zamora o ciudades medianas como Rivas, y consolida su presencia en parlamentos autonómicos como el asturiano o el aragonés. Esto sin que su marca, matrioscada desde hace unos cuantos años, tenga perfil propio. La conclusión parece simple: allí donde hay militantes y trabajo diario, allí donde existe por tanto arraigo al territorio, incluso es posible vadear las condiciones mediáticas más adversas.

De cara a lo que viene no importa ya tanto que Podemos quiera o no estar en Sumar, sino que el que esté tenga clara la ruta del apresurado viaje. Los conflictos internos, que siempre se magnifican en la casamata digital, allí donde la política es tan sólo triste identidad para hacernos sentir alguien desde el sofá de casa, no importan al votante medio o le interesan tan sólo para penalizar al que se mira el ombligo en vez de mirar la subida de la hipoteca. Lo de Díaz tiene que tener un rostro y una dirección diáfana que explique algo, cierto y sencillo, como que el papel de la izquierda en el Gobierno ha servido para que millones de personas vivan un poco mejor.

Porque la cuestión que ha marcado estas elecciones y que marcará las de finales de julio es que mientras que unos se han movilizado, como un coro de corral, con el "que te vote Txapote”, los otros no han sentido como propia la subida de un 8% en las pensiones, el ERTE que le salvó el empleo, el Cercanías gratuito, la bajada de la luz o el contrato estable de la reforma laboral. Y sobre este particular, en el que ya abundamos la semana pasada, lo que además se superpuso fue un apocalipsis nacional que la derecha agitó en forma de supuesto pucherazo. Algo indecente, algo para lo que la izquierda no ha tenido respuesta, mostrando una preocupante vulnerabilidad.

Quizá esa respuesta tendría que venir por saber si la fastuosa escenografía en torno a la supuesta compra de votos, que en los últimos días de campaña ocupó escaletas y titulares convenientemente, tuvo algo que ver con la operación de deslegitimación de nuestro sistema electoral frente a la que la policía nos advirtió el 18 de mayo. Una que ya había empezado en tribunas ultras meses antes. Una a la que hizo referencia el ínclito magistrado Narváez en la discreta reunión de los fiscales conservadores con Feijóo. Todo espectáculo requiere de un buen plantel de bailarines y de una buena orquesta, pero sobre todo de un coreógrafo que sitúe a cada uno en el momento y el lugar justo para que brillen.

Porque lo mismo el candidato popular para la Comunitat Valencia o la candidata popular para la Junta de Extremadura se piensan, de verdad se creen, que los suyos les votaron por sus propuestas para el reciclaje de residuos. Porque puede que Feijóo, mientras daba un amago de salto en el balcón de Génova, llegó a pensar que le votaron por su brillante carisma. Y miren, no. Aquí a cada uno lo suyo, a esos candidatos, de los cuales aún no me he aprendido ni el nombre, el sillón de presidente autonómico y al coreógrafo del pucherazo que nunca existió, por lo menos, las gracias. Por lo hecho y por lo que queda. Hay que ser cortés con quien te allana el camino.

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