Esas personas que, sin saberlo, te ayudan

¿Si pudieras convertir en fotografías tus recuerdos, cuáles elegirías? Apuesto a que casi todos escogeríamos escenas felices de nuestra vida: instantáneas de las personas a las que queremos o quisimos, de aquellos lugares en los que disfrutamos, de esos momentos que empezábamos a añorar mientras sucedían porque no deseábamos que acabaran nunca…

¿Y los demás? ¿Qué fotos elegirían ellos y ellas de nosotros si pudieran convertirnos en imagen impresa? ¿Habría coincidencia en los escenarios y las escenas elegidas o nos sorprenderíamos, quizás, por un criterio distinto a la hora de escoger instantes compartidos?

¿Y solo nos fotografiarían personas estrechamente unidas a nuestra vida o también decidirían revelar algún recuerdo nuestro esos figurantes que pasaron fugazmente por ella o aquellos que intervienen a diario pero con pequeños papeles, esos actores y actrices de pequeñas partes?

Esta semana ha muerto Gala. Vivía en mi barrio. La conocí con una pelota en la boca que devolvía una y otra vez a dos mujeres que, sentadas frente a ella y con paciencia infinita, limpiaban con un trapito de color y volvían a lanzar a lo lejos, una y otra vez.

Hay personas que, sin saberlo, nos ayudan con solo estar y hacer lo que hacen. Son actrices o actores de pequeñas partes que completan nuestro álbum emocional a diario. Gracias

La primera vez que la vi me llamó tanto la atención el ritual que me acerqué y ellas me explicaron: si la pelota no estaba seca, limpia de sus propias babas, Gala no quería jugar con ella. Habían establecido un curioso código de pasatiempo entre las tres y lo practicaban a diario. Llegar a la plaza cada tarde y ver esa secuencia pasó a formar parte de mi día y de mi ánimo, se convirtió en una escena diaria que inyectaba ternura a mi rutina.

Con el tiempo, fuimos coincidiendo más –los perros provocan la socialización entre algunos seres humanos que, tal vez sin ellos, nunca se hubieran encontrado–. Y, superada la curiosidad del trapito y la pelota, hablamos de arte, de poner lavadoras, de series, de la alergia a las gramíneas, de restaurantes, de recetas de cocina o del problema de encontrar trabajo a cierta edad… Pasábamos breves ratos hablando de la vida y compartíamos una porción de las nuestras. 

Gala se fue hace unos días y todavía no he vuelto a ver a mis amigas de la plaza. Tan solo tuvimos un cruce de mensajes en el móvil, ese medio que, a pesar de su frialdad tecnológica, es capaz de transmitir el dolor de unos y la compasión de los otros.

Seguro que pronto nos encontraremos por el barrio y hablaremos de Gala y puede que de arte, de poner lavadoras, de series, de la alergia a las gramíneas y del mundo laboral, pero hay algo que no sé si les contaré de viva voz. Lo hago aquí.

Ellas no lo sabían, pero en aquellos primeros días, cuando solo nos saludábamos cordial pero fugazmente, yo paseaba con el corazón roto y pendiente del hilo de vida que le quedaba a una persona clave en la mía. Ellas no sabían que verlas conversando tranquilas, con aquel trapito de color en la mano, esperando a Gala que iba y venia con su pelota, me ayudaba, me hacía sentir que la vida continuaba a pesar de todo, que la vida seguía presente en muchas escenas, aunque yo sintiera que a mí se me iba de todas las mías.

Hay personas que, sin saberlo, nos ayudan con solo estar y hacer lo que hacen. Son actrices o actores de pequeñas partes que completan nuestro álbum emocional a diario. Gracias. 

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