Nacido en los 50

El verbo se hizo pasta y habitó entre nosotros

El Gran Wyoming

Cuando Francis Ford Coppola llevó a la pantalla a don Vito Corleone, personaje principal de la novela de Mario Puzo El Padrino, no sólo recuperó para el cine las historias de gángsters que con tanto acierto retomara Martin Scorsese de la mano de su actor fetiche Robert de Niro, donde aparecía de vez en cuando el mítico Joe Pesci, que demostraba mucha más efectividad con sus métodos para conseguir cosas que la técnica de encomendarse al supremo creador. No solo, decíamos, Coppola recuperó el género de los gángsters para el cine, sino que además descubría para los profesionales de la gestión de lo público un nuevo oficio: laasesoría verbal.

Don Vito Corleone, sentado en un sofá o detrás de su silla de despacho, atendía las peticiones de sus vecinos cuando se encontraban en un callejón sin salida, o si la premura les obligaba a tomar un atajo. Les daba consejos y cobraba por ello. Eso sí, una vez que se accedía a esta vía uno quedaba comprometido a la gestión de sus asuntos en exclusiva. No se podía recurrir a El Padrino de forma puntual, por conveniencia. La gestión se transformaba en protección, lo que implicaba un compromiso mayor por ambas partes, ya que incluía un seguimiento de las incidencias sucesivas que recorren los pliegos en los recónditos vericuetos de la burocracia, que por obra y arte de la pluma del insigne escritor checo que las describiera como parte de un ecosistema onírico y espeluznante reciben el nombre de kafkianos. Estas páginas de interminables y traumáticos procesos se resumían en una acción tutelada por un bate de baseball cuando caían en manos de los gestores de chaqueta cruzada y sombrero borsalino, ahorrando así mucho tiempo y disgusto a los usuarios de sus servicios.

La empresa era de gran solvencia y atendía cualquier tipo de solicitud: evitar un desahucio, organizar un evento, acelerar la resolución de un concurso público o influir en la concesión de un contrato con una multinacional. A veces, se acudía a don Vito sólo para pedir consejo desde la ignorancia en la estrategia de la gestión pública, por la gran distancia que separaba al pueblo llano de la autoridad, un mundo remoto, ignoto e inexpugnable del que El Padrino conocía la clave que daba acceso a la cúpula.

Tan sólo una característica diferenciaba el oficio de don Vito de una supergestoría multifuncional de las convencionales: en su negociado todo se hacía sin papeles. La relación comercial se basaba en la amistad, en el buen entendimiento entre socios y en la aceptación de las condiciones que, como a él le gustaba precisar, eran tan convenientes que resultaba imposible rechazarlas.

Al parecer, siglos después de la implantación de sellos, rúbricas, firmas, timbres y visados de todo tipo, vuelve la abolición de los registros en beneficio del apretón de manos. La asesoría verbal cobra terreno en nuestro Estado de derecho.

Pionero fue el señor Fabra para justificar unos ingresos excedentes de las múltiples ocasiones en las que la lotería le había otorgado sus favores. Esto de que a uno le toquen premios de forma recurrente es una patraña burda que utilizan los que quieren blanquear dinero al ser requeridos por las autoridades judiciales con el fin de justificar la existencia de ingresos de misteriosa procedencia. No se quiere decir aquí que sea el caso, nadie duda de la buena suerte de este señor, pero no es la primera vez que un cargo público alega estar tocado por la varita de la fortuna a la hora de cuadrar sus ingresos.

El célebre exconcejal del Partido Popular del Ayuntamiento de Madrid Ángel Matanzos lo hacía; Juan Antonio Roca, del caso Malaya, también; dentro del mismo caso, al recientemente encarcelado José María del Nido la suerte se le apareció en forma de décimo; en fin que, como cuela, pues nada más que hablar. A los jueces les parece estupenda esta coincidencia que se pelea con la ley de probabilidades, ley que podríamos reformarla añadiendo: “La probabilidad de que toque un premio en el sorteo de la Lotería Nacional, si el que compra el décimo es un cargo público implicado en casos de corrupción, con ingresos de origen desconocido, se incrementa hasta llegar, prácticamente, al suceso seguro”.

Una vez publicada esta enmienda en las leyes matemáticas, por decreto, y haciendo uso de la mayoría absoluta, se evitaría al juez tener que comulgar con ruedas de molino de ese calibre que tanto desprestigian a la institución de la Justicia de cara a la opinión pública, a la que esta argucia le produce risa mientras es tomada en consideración, como si fuera un argumento sólido, por las partes togadas.

Pues bien, a este sistema de cuadrar las cuentas, ahora se suma el de la asesoría verbal, la que inventara don Vito, consistente en consejos que se dan de viva voz, como los de los videntes en la televisiones de madrugada y por los que las personas de gran prestigio social o político con problemas con la justicia cobran, presuntamente, grandes sumas de dinero permitiendo que no quede atisbo de duda a la hora de hacer el arqueo de caja.

Una productiva especialización laboral

A esta nueva especialización laboral tan productiva se acogen, además del citado señor Fabra, personajes ilustres como Iñaki Urdangarin, que llegó a cobrar 300.000 euros en una ocasión por aconsejar de forma verbal. También el fiscal que investigaba el caso del cobro por parte del señor López del Hierro de unas cantidades que abonaba Liberbank ha dado por bueno ese método de asesoría verbal como justificación de las cantidades pagadas, quedando demostrada con esa asesoría la relación laboral entre el acusado y el banco. Al ser un banco de gran implantación en Castilla-La Mancha, donde su esposa María Dolores de Cospedal resulta ser la presidenta de la comunidad autónoma del mismo nombre, la atávica envidia española aflora en forma de sospecha convertida en acusación por parte de personal del banco, que afirmaba que cobraba sin hacer nada y sin que mediara contrato alguno. Al llegar el día de la vista, todos los papeles que en su día no aparecían resultaron estar en regla con lo que el caso ha quedado resuelto.

Uno se pregunta dónde enseñarán eso, porque dada la tendencia de la clase política, tanto la profesional como la consorte por terminar sus días asesorando a troche y moche, en bancos, compañías de gas, eléctricas, telefónicas y demás tejido empresarial relacionado de una forma u otra con la cosa pública, deberían crear un master de asesoramiento, así en general, para que la ciudadanía no tuviera que pasar antes por cargo político alguno o, como en este caso, por el altar.

Ya sólo falta que ese tipo de asesoría la homologuen, con lo que desaparecería la economía sumergida. Cualquier profesional que hiciera ostentación de bienes, o de un nivel de vida contradictorio con sus ingresos, siempre podría alegar ante una inspección que asesora verbalmente a las masas, como hiciera el hijo de dios en el Sermón de la Montaña.

Es curioso que ahora que la palabra tiene menos valor que nunca y que hasta el presidente del Gobierno puede mentir con impunidad en sede parlamentaria, existan próceres que vendan el fonema susurrado al oído a precio de jamón de bellota.

Hay una realidad para ellos, una justicia para ellos, un dios para ellos, un mundo para ellos allá donde no llegan las crisis, solo el producto del trabajo de los otros.

San Juan lo sabía: “En el principio era el verbo y el verbo estaba con dios y el verbo era dios”. Esa es la clave. A los que andamos perdidos en este marasmo sin guía espiritual nos cuesta entender La Verdad.

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