A la intemperie

A la calle. En pleno invierno y bajo la mirada gélida de los furgones policiales. Cuatrocientas personas abandonadas a la intemperie ha sido la hazaña perpetrada por el ultraderechista García-Albiol tras desalojar el Instituto B9 de Badalona. No solo es una vulneración de derechos humanos, también es una advertencia: la normalización del racismo como política institucional.

Los relatores de la ONU para la vivienda y la migración han afirmado que “desalojar personas en pleno invierno y dejarlas sin hogar constituye una grave violación del derecho a una vivienda”. Además, advierten de que este tipo de actuaciones puede “constituir un trato cruel, inhumano o degradante, prohibido por el derecho internacional de los derechos humanos”.

Pero Albiol sabe que hoy se desprecia la legalidad internacional. Se refiere a “esta gente” como una amenaza para el barrio: describe a las personas migrantes como violentas y delincuentes, sin ninguna prueba. El Observatori del Sistema Penal i els Drets Humans (OSPDH) de la Universidad de Barcelona, denuncia que está cometiendo un delito de odio. Pero él se siente impune, los defensores de derechos humanos son gente woke. No le pueden estropear el rédito de una buena campaña racista.

El discurso de odio tiene consecuencias: un grupo de personas se concentró ante la parroquia que pretendía dar cobijo a algunos de los inmigrantes. Con amenazas de muerte y cánticos racistas, les impidieron la entrada y tuvieron que dormir debajo de un puente. En pleno temporal de frío y lluvia.

Frente a la familia tradicional, el rechazo al aborto y el odio al diferente, eduquemos en la defensa de los derechos, feminismo, la solidaridad de clase y el sindicalismo

Albiol no actúa solo: el Govern de la Generalitat y el del Estado (en manos del PSOE) son cómplices de este crimen por su inacción. Solo un puñado de vecinas trata de ayudar a los migrantes desalojados.

El racismo y la aporofobia suelen ir acompañados de la codicia. A quienes alimentan el odio no les gusta pagar impuestos. Prefieren acumular.

Según El País, Albiol aparece en los Papeles de Pandora como apoderado de una sociedad en el paraíso fiscal de Belice, gestionada a través de una asesoría andorrana vinculada al banco Andbank. Pese a ello, y según afirma ese mismo diario, Albiol no ha declarado una suculenta fortuna: tres viviendas (una al 50%), dos vehículos —un Audi Q5 y una BMW GT650—, 121.000 euros en cuentas bancarias, 56.000 en acciones y un velero Bavaria valorado en 80.000 euros. No está mal para un tipo que deja a 400 personas en la calle y se va a inaugurar un belén de Navidad.

Probablemente Albiol no llegará a rendir cuentas ante la justicia por esta violación de derechos humanos. Tampoco por alimentar el odio contra la población migrante. Pero se va a sentar en el banquillo por prevaricación y malversación. Tendrá que explicar al juez por qué permitió la instalación de dos antenas de telefonía móvil sin licencia en la comisaría de la Guardia Urbana de Badalona.

Lo más grave es el éxito del discurso de odio que está calando entre los penúltimos —quienes no pueden acceder a una vivienda y llegan con dificultad a fin de mes— y los enfrenta con los últimos: las personas migrantes. Como si fueran estas las que ponen en riesgo lo poco que tiene la clase trabajadora. El viejo timo del trilero y la canica: distraer a la gente con una falsa sensación de inseguridad, mientras las élites defraudan a Hacienda con empresas offshore, viven en pisazos de Chamberí pagados con pelotazos de mascarillas y hacen negocio con la salud, la educación o la vivienda. Los impuestos apenas les rozan y sus patrimonios están blindados frente a toda política redistributiva.

El pueblo ha votado el regreso de Los santos inocentes

La ultraderecha está arrasando. En la calle, bandas neonazis y fascistas insultan, amenazan y agreden cada vez con más frecuencia, amparadas por discursos fascistas blanqueados y normalizados. En las urnas, multiplican sus resultados. Acaban de hacerlo en Extremadura, uno de los territorios más desiguales y empobrecidos del país. El pueblo ha votado el regreso de 'Los santos inocentes', el partido del señorito Iván.

Llevan años sembrando los barrios de toda España con mesas de propaganda e iglesias evangélicas que ofrecen consuelo a vidas exhaustas y empobrecidas mientras les inoculan valores ultraconservadores. Ayuso también lo tiene claro: ha organizado un concierto del grupo Hakuna, vinculado al Opus Dei, que arrasa entre la juventud más conservadora.

Y, mientras tanto, ¿dónde está la izquierda? En las elecciones de Extremadura ha subido de cuatro a siete escaños. Un pequeño balón de oxígeno para unas filas desmoralizadas, pero que no permite respirar con demasiada euforia. De los 100.000 votos perdidos por el PSOE, apenas se han recuperado 20.000. Al tiempo que Vox crece sin freno entre la clase popular, donde debería ser hegemónica la izquierda.

Pese al avance de la candidatura de Unidas por Extremadura y las cualidades de Irene de Miguel, no cabe la autocomplacencia. El resultado de las elecciones será el Gobierno de una derecha aún más radical. Mientras, la izquierda continúa ensimismada en el debate sobre si concurrir por separado o en candidaturas de unidad a los próximos comicios. Nada sobre la necesidad de construir un proyecto verdaderamente emancipador, de trabajar barrio a barrio con la gente.

Necesitamos espacios de bienestar colectivo, comunidades de solidaridad y de educación política que disputen el terreno que hoy ocupan las iglesias evangélicas. Frente a la familia tradicional, el rechazo al aborto y el odio al diferente, eduquemos en la defensa de los derechos, feminismo, la solidaridad de clase y el sindicalismo.

Ahí están ejemplos como el Sindicato de Inquilinas, con sus bloques en lucha y la formación de nuevos liderazgos vecinales. O el DSA estadounidense, con su apuesta por la creación de nuevos liderazgos políticos, que trabajó puerta a puerta en los barrios de Nueva York hasta ganar la alcaldía.

Conviene estudiar esa victoria con atención. El triunfo del socialismo democrático de Zohran Mamdani en el país de Trump ha demostrado que, frente al mantra de que “el auge de la ultraderecha es imparable”, ¡sí que se puede! Pero hay que trabajar abandonando los viejos esquemas machistas y autoritaristas, los personalismos y las luchas de poder.

El odio se cultiva, se riega con discursos racistas. Se legitima desde las instituciones y se normaliza cuando no se combate. Frente a ello, no basta con indignarse y denunciar. Hace falta organización, comunidad y un nuevo proyecto político. Porque cuando la izquierda no ocupa ese espacio, lo hacen otros. Y ya sabemos las consecuencias.

A la calle. En pleno invierno y bajo la mirada gélida de los furgones policiales. Cuatrocientas personas abandonadas a la intemperie ha sido la hazaña perpetrada por el ultraderechista García-Albiol tras desalojar el Instituto B9 de Badalona. No solo es una vulneración de derechos humanos, también es una advertencia: la normalización del racismo como política institucional.

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