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Cinco reflexiones cruciales para la democracia a las que invita la carta de Sánchez (más allá del ruido)

Qué ven mis ojos

La militancia del PSOE no sólo le ha dicho a Susana Díaz que se vaya, también que se lleve con ella el aparato

Benjamín Prado nueva.

“Cuando el enemigo está dentro todas las piedras caen en tu propio tejado”.

 Una mala noticia para un país es que la ley y Hacienda se parezcan en que no son iguales para todos, y esa es una sospecha extendida entre las y los españoles, que por lo tanto creen que vivimos la contradicción de una democasta, unademocracia clasista.democasta No creo que sostenga la teoría de los roba gallinas, que mantiene que los pobres van a la cárcel por delitos insignificantes mientras los ricos se apandan millones y se van de rositas, porque eso lo desmienten las condenas de privación de libertad de los Rato, Bárcenas, Ignacio González, Zaplana, Urdangarín, Blesa, Díaz Ferrán y compañía, por citar sólo algunos casos recientes, pero sí es cierto que la justicia parece sufrir mal de altura cuando se llega a determinadas esferas del poder —más o menos igual que el coronavirus, que después de cien mil muertos en España no se ha cobrado ninguna víctima de relevancia en la clase política— o, como mínimo, que en ese terreno debe andarse con pies de plomo. Todavía está por ver, pero da la impresión de que con los últimos mensajes publicados del espía Villarejo, una suerte de personaje de Mortadelo y Filemón pero que hacía daño a personas reales, podría ocurrir lo mismo que con los papeles en b del antiguo tesorero del Partido Popular: “Cospe: Apoyo a tope en todo. Me envía a Orti con 100 y promete 50 más”, dice uno de ellos, y ya hay quien sostiene que ese “Cospe” no prueba que hable de María Dolores de Cospedal, lo mismo que no pudo demostrarse que “M. Rajoy” fuese Mariano Rajoy.

Uno ya nunca sabe cuándo está viendo el informativo de las tres y cuándo el club de la comedia

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El eslogan de la casta, que hizo fortuna cuando lo difundió Unidas Podemos en sus inicios, sirve para englobar a quienes disfrutan de privilegios contrarios al espíritu de la igualdad que marcan nuestra Constitución y cualquier otra, y vale para describir a todas las personas que se creen por encima de las demás en el territorio de los derechos y las obligaciones. En el antiguo PSOE, el que descendió de la gloria del 82 y los años triunfales del tándem González-Guerra a la vergüenza del GAL o los ERE, es muy acusada esta tendencia de algunas y algunos a considerarse más allá del bien y del mal y dueños del puño y la rosa que, por otra parte, les desagradan por parecerles demasiado de izquierdas; y lo es hasta el punto de dejarse llamar “barones” con gusto, como si eso fuera un halago en lugar de una calificación despectiva. Cada vez que en la formación ha habido un secretario general que ha tratado de sacar los pies del tiesto del bonsái, por ejemplo José Luis Rodríguez Zapatero, incluso en los mejores momentos de su brillantísima primera legislatura, o ahora Pedro Sánchez, al fin y al cabo los dos únicos que han llegado a presidente del Gobierno como no hicieron los delfines que los dirigentes históricos tutelaban desde las sombras, esa vieja guardia se le ha echado encima, naturalmente, siempre por la espalda. Y no hay mejor ejemplo que lo que hicieron contra Sánchez, con la jefa andaluza Susana Díaz al mando de las operaciones.

Esa lideresa todopoderosa, que parecía irse a comer el mundo y a quien se auguraba que sería la primera mujer en dirigir España desde La Moncloa, encabezó el motín contra quien había sido legítimamente elegido Secretario General de los socialistas, queriendo enmendar lo que habían decidido sus propios afiliados, y logró sus destitución pero no su rendición, porque este Adán regresó al paraíso y volvió a presentarse para derrotarla. Entonces quizá Díaz se tuvo que haber ido, pero en lugar de hacerlo se aferró a su mandato regional y volvió a perder, echando así por tierra treinta y siete años de dominio en la región, porque la suma de las derechas y ultraderechas la superó en las elecciones autonómicas, y ahí está en el Palacio de San Telmo el candidato del PP, Moreno Bonilla, para demostrarlo.

Al votar a su rival en las primarias, lo que le dicen los militantes del PSOE a Susana Díaz no es que se vaya, sino también que se lleve con ella el aparato del partido. Ella ha entendido esta vez la primera parte, al parecer, dado que anuncia que no se presentará a la reelección y que dará “un paso al lado”, que debe ser la versión orgullosa de dar un paso atrás. Ahora queda por saber si sus cómplices del golpe contra Sánchez, y de tantas otras cosas, también lo han entendido. Porque a lo mejor el gran problema de la calle de Ferraz no está fuera, sino dentro, y lo que pasa es que en ese barco cada uno rema hacia su casa y ninguno en la misma dirección sino contra la dirección. Por esos pasillos se ha oído demasiadas veces la frase célebre “al suelo, que vienen los nuestros.” Y eso es algo que deberían intentar cambiar.

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