Qué ven mis ojos
¿Cuantos más partidos, menos democracia?
“Un juego en el que todos pierden es porque lo ha jugado un grupo de perdedores”.
Lo sé, en este mundo de propietarios de la verdad y afirmaciones tajantes, poner entre interrogaciones el título de un artículo de opinión es como ir en pijama a una fiesta de disfraces; pero quizá sea también un modo de expresar las dudas, o más bien recelos, que millones de españoles sienten hacia la política, hartos de promesas sin cumplir, embustes y decisiones inexplicables tomadas por unos líderes caprichosos, envanecidos, que sólo se escuchan a sí mismos y a quienes les adulan, mientras hacen oídos sordos a los verdaderos problemas del país y, sobre todo, que son incapaces de sacarlo del bloqueo en el que chapotea desde hace tiempo. Les da igual, parece que no fuera con ellos, porque se han acostumbrado a poner sobre las espaldas de los votantes el peso de sus equivocaciones: arreglen ustedes este barco encallado, parecen decirnos, y cuidado con la papeleta que meten en la urna, no vaya a convertirse en las cenizas del cadáver de la democracia.
Por ahí van los tiros, pero los que han disparado son ellos. Y el resultado es que los únicos que han brindado con champán el domingo son los jefes de la ultraderecha, los enemigos de la igualdad, la justicia y la libertad, los mismos que se ríen a carcajadas de esas tres palabras. Si el precio de sacar al dictador del Valle de los Caídos era volver a meter sus ideas en las Cortes, ha sido un mal negocio. Si abrir la caja de Pandora del bipartidismo ha propiciado que salieran de ella los demonios del neonacinalsindicalismo, mejor haber dejado el abrelatas en el cajón.
A la mayor parte de los candidatos habría, para empezar, que mandarlos al orólogo, un médico que trate las enfermedades de la demagogia, para que cambien el discurso y el nuevo no esté basado en la creencia de que la gente es manipulable, fácil de engañar con cuatro frases bonitas. Que eso no es cierto lo demuestra la caída de Albert Rivera, un vendedor de humo que se ha intoxicado al respirarlo. Su dimisión y retirada es la consecuencia de sus errores y horrores, su continuo giro a la derecha que lo metió en un círculo vicioso, su avaricia que rompió el saco y sus saltos mortales, más estratégicos que ideológicos, que han terminado por convertirlo el alguien del que nadie se fiaba: cuando sacó su famoso adoquín en el debate a cinco de esta última campaña, nadie supo si lo iba a tirar hacia la derecha o hacia la izquierda.
Lo del PSOE, obviamente, ha sido un viaje para el que no se necesitaban estas alforjas, se ha parecido mucho a lo que hizo Lorenzo Sanz cuando era presidente del Real Madrid, el equipo ganó la Copa de Europa, convocó elecciones y las perdió. Pedro Sánchez las ha ganado, pero dejándose escaños por el camino, igual que Unidas Podemos, de modo que tras el 10 de noviembre no todo está igual que antes, sino peor, entre otras cosas porque en el bloque de la derecha pintan bastos y espadas, los oros y las copas han desaparecido de la baraja tras el hundimiento de Ciudadanos, que en lo único que al final se ha parecido a la UCD de Adolfo Suárez es en la forma de desaparecer, con la diferencia de que Rivera, Arrimadas y sus fieles han encumbrado a Vox, con lo que significa eso. Ahora, todo parece indicar que se va hacia un gobierno que no va a ser Frankenstein porque el monstruo de Mary Shelley tenía una cabeza y éste deberá tener al menos cinco, o se va a una abstención del PP que le daría la Moncloa a los socialistas pero que los tendría maniatados la legislatura completa, dure lo que dure.
En cualquier caso, la evidencia es que el gran triunfador de estas elecciones es el partido de Abascal, así que hemos hecho un pan como unas tortas. Tal vez es que eso de la idiosincrasia no sean leyendas y de verdad la de la izquierda española la obligue a tirar contra su propio tejado cualquier piedra que le pongan al alcance de la mano, y la pulsión del país sea la de preferir sistemas represivos, tolerantes con la desigualdad, basados en las creencias de clase y que a la hora de salir de un atolladero confían más en la autoridad que en la razón. Lo que muchas personas dicen de la ultraderecha, ese mensaje repetido mil veces, hasta convertirse en eslogan, de que esos no se muerden la lengua y le llaman al pan, pan y al vino, vino, ha terminado por contagiarse a muchos que tal vez los vean como los nuevos rebeldes. Habrá que ver si una vez que ya se han comido las fichas naranjas harán lo mismo con las azules, porque ya van terceros en el tablero y al próximo rival que quieren alcanzar es al PP. El oso ha salido del bosque y viene a liarles un abrazo del que no saldrán vivos. Igual eso le hace correr en otra dirección.