Subirse a cualquier pedestal vacío no es ser una estatua, es ser Tamames

La rocambolesca moción de censura que plantea la extrema derecha y para la cual va a hacer de chino-torero el economista Ramón Tamames, antiguo comunista, antiguo centrista, actual ultra o, como mínimo, compañero de viaje suyo, y eterno aspirante a ministro, hay quien dice que hasta del Gobierno títere que planteaban los golpistas del 23-F, es un síntoma de que aquí hay cargos públicos con sueldo a costa de los presupuestos que se ríen de las instituciones democráticas, las transforman en un circo y, con sus salidas de tono, han convertido la política que tocan en un vodevil de la peor clase. Todo ello, eso sí, mientras cobran, a cambio de casi nada, sus famosas mamandurrias, que son, según la RAE, una prebenda inmerecida: “sueldo que se disfruta sin merecerlo, sinecura, ganga permanente.” O sea, lo que hablando en plata llamamos un chiringuito y lo que Esperanza Aguirre le montó en Madrid al teórico de la España que madruga.

No parece que Tamames, un profesional de prestigio en su campo de acción y, en sus mejores tiempos, una persona, sin duda, brillante, se haya brindado al esperpento por eso, a cambio de doce monedas; pero entonces, ¿por qué? Dejemos a un lado, aunque sea durante un par o tres de líneas, la corrección que nos hemos o nos han impuesto en tantas cosas, y no caigamos en las trampas baratas del jefe de Vox, que dice que esta farsa “sirve también como homenaje a nuestros mayores.” No, hombre, a nuestros mayores se les defiende subiéndoles las pensiones, fortaleciendo la Seguridad Social para que se los atienda con la dignidad, prontitud y eficacia que se merecen, y no permitiendo que se los deje morir en las residencias geriátricas.

No hay derechos en la ultraderecha. Y todo eso es lo que va a avalar el profesor Tamames con esta opereta de tres al cuarto a la que él ha prestado su nombre y su persona

La segunda trapisonda de Abascal es declarar solemnemente que Ramón Tamames "encarna la concordia y la unión entre españoles." Pues mire, ni una cosa ni la otra, no va a colar que a su candidato a la charlotada no se le pueda criticar porque eso sería ofender a un colectivo, ni tampoco nos vamos a tomar recalentado otro plato de Transición, Pactos de la Moncloa y demás, sobre todo si el cocinero es él. ¿Habla de concordia quien representa un regreso ideológico a la dictadura criminal del Funeralísimo, al que jamás censurará y sobre cuyas atrocidades no va a decir una sola palabra? ¿Habla de unión entre españoles quien vive de separarlos, de crispar el ambiente, de dividirnos en dos como hace su socio Feijóo, a un lado la "gente de bien", es decir, se sobreentiende que los que le votan a él, y al otro el resto? Imagínense, si eso lo piensa el más moderado de los dos, al menos supuestamente, qué pensará el otro.

Lo que está demostrando Tamames no tiene nada que ver con su edad, lo dice alguien que tuvo conversaciones interminables con el poeta Rafael Alberti o con el narrador Francisco Ayala cuando el primero bordeaba los noventa y el otro estaba en los cien, y que se quedaba embelesado con su lucidez, su inteligencia y su ironía afiladísimas. No, lo que evidencia que este veterano se preste a esta charlotada es, una de dos, o que ha regresado a la primera línea para gastarnos una broma o que su famosa vanidad, tan omnipresente en sus  libros de memorias, le ha gastado otra mala pasada. Sin embargo, el problema está en la primera de las dos posibilidades, la del chiste, porque no se puede hacer cuando de lo que hablamos es de un partido que atesora todos los despropósitos del nuevo fascismo, que remiten a los orígenes intelectuales, por llamarlos de alguna manera, de esa gente: son los herederos del totalitarismo, defienden un mundo desigual, abusivo, clasista, intolerante, opresivo, injusto, racista y, si hace falta, sanguinario, donde unos privilegiados con poder y dinero lo tienen y dirigen todo y el resto hacen el papel de esclavos.

No hay derechos en la ultraderecha. Y todo eso es lo que va a avalar el profesor Tamames con esta opereta de tres al cuarto a la que él ha prestado su nombre y su persona, tratando de convencernos, además, de que actúa con libertad plena, a su aire y sin cortapisas. No somos tontos, sabemos lo que representa la formación a la que él está prestando su imagen, no ignoramos lo que representa y qué haría si pudiese, lo vemos por lo que trata de imponer en los lugares donde ha llegado a tener mando en plaza, gracias a sus aliados del PP. Y también somos capaces de poner cada cosa en su sitio y saber que evolucionar es respetable, pero involucionar, no. Lo de Tamames, a lo largo de toda su carrera, ha sido irse subiendo a cualquier pedestal vacío que se encontrara por el camino; lo de ahora puede ser lo peor, lo más ridículo, pero no es algo nuevo en él, tantas veces ya al filo del oportunismo. Nos hablarán de respeto, pero no caeremos en esa red tampoco: ellos no se lo tienen ni a nuestro país ni a la democracia en general: no creen en ninguno de los dos.

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