Regular la mascarilla, descuidar todo lo demás

De toda catástrofe se sacan lecciones. Cuando la administración es responsable, y lo es siempre como sistema de organización público de convivencia, se implantan medidas, se cambian protocolos, leyes, algo. Un accidente de tráfico grave obliga a cambiar la señalización. Con el derrumbe de un edificio la revisión de las licencias. Incluso cuando no hay vidas en juego, imaginemos el anuncio de otra posible Filomena, lo suyo es que haya acopio de sal. Si tras el aprendizaje de un desastre sobrevenido se repite la catástrofe, y con ésta las mismas consecuencias, deberían llegar las responsabilidades.   

Seis olas Covid después sabemos perfectamente qué hacer y tenemos la inmensa suerte de poder hacerlo. Por eso es imperdonable que el refuerzo del sistema sanitario no sea la prioridad absoluta. Que la gestión de lo público sea tan confusa y el mensaje a los ciudadanos para atravesar Ómicron se quede en un discurso impreciso y desalentador. 

Hemos asumido la cacofonía de la Conferencia de presidentes autonómicos y una cogobernanza que permite a Isabel Díaz Ayuso no implantar ninguna restricción en Madrid y a Pere Aragonès ponerlas todas en Cataluña. Y entre estos dos extremos, encerrar a la gente en casa (un error a estas alturas) o animarles a seguir de compras navideñas como si nada (otro error) una norma debería ser innegociable: la sanidad no puede colapsar. Si lo hace, tras dos años de pandemia, es por negligencia y deliberación. Que esto no tenga más consecuencia que las electorales, supone un vacío político que alienta y permite el desmantelamiento y la desprotección social tan criticada de Isabel Díaz Ayuso.

No puede ser que la responsabilidad individual se regule por real decreto y los responsables públicos no rindan cuentas. No está compensado que la principal restricción de esta sexta ola sea el uso obligatorio de la mascarilla y no se apruebe por ley limitar la presión hospitalaria para que el gobierno de turno tenga que reforzar los servicios sanitarios cuando se desborden. Tenemos medidas individuales coercitivas mientras se deja al libre albedrío la saturación de las urgencias y centros sanitarios, los rastreadores, el trámite de las bajas laborales, los test covid. 

Así que en la práctica, con las nuevas medidas Ómicron recorrerás las farmacias de tu ciudad con mascarilla en busca de un test que pagarás de tu bolsillo si tienes la suerte de encontrar. O irás protegido por la calle para quitártela dentro del bar. Pero si no hay sitio para ti en el hospital, o no hay sanitarios para atender a los miles de nuevos contagiados, no pasará absolutamente nada. 

Si el Gobierno no es consciente del agotamiento general, si no se hace cargo del ánimo colectivo, tendrá cada vez más dificultades para que se escuche su mensaje completo. Y más grave, dejará el terreno abonado para la desafección y la antipolítica.

En un país donde el uso de la mascarilla es generalizado, la obligación política no es recordar lo obvio. El Gobierno es el máximo garante de que las comunidades cumplan con los estándares sanitarios frente al covid. El anuncio de 292 millones de euros de los Presupuestos Generales para un plan de acción en atención primaria, tiene que ir acompañado de otro que asegure su cumplimiento. Reunir a 17 presidentes autonómicos y salir con la medida estrella de la mascarilla en exteriores es tensar innecesariamente el ánimo colectivo. 

Tras dos años de pandemia, un virus que no hace más que replicarse y ha costado la vida a más de 100.000 personas, 5,5 millones de contagios, hundido el PIB un 10% en solo un año, los ciudadanos están más que preparados para un discurso de mayor calado. Probablemente no hacen falta más restricciones, pero sí una mejor dotación del sistema sanitario, instituciones con fondos y personal, más investigación, leyes que obliguen al sector privado a ponerse a disposición de lo público, garantías de abastecimiento (nos quedamos sin respiradores, luego sin mascarillas, ahora sin test) u obligar a la hostelería y otros establecimientos a instalar medidores de calidad del aire. 

Tras la Conferencia de Presidentes, Pedro Sánchez ha recordado: “No estamos en marzo de 2020, ni en las navidades de 2020”. Cierto, estamos muchísimo mejor. Pero también más cansados. La obligatoriedad de la mascarilla no ha sido la única medida, pero lo ha parecido. Si el Gobierno no es consciente del agotamiento general, si no se hace cargo del ánimo colectivo, tendrá cada vez más dificultades para que se escuche su mensaje completo. Y más grave, dejará el terreno abonado para la desafección y la antipolítica. Y eso no hay encuesta que lo corrija. La ultraderecha, tercer partido con representación en el Congreso, negacionistas y conspiradores están esperando.

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