Mil euros es mucho y cobran 300.000

Hay avances que deberían celebrarse como un partido de Nadal o una nominación de nuestros candidatos a los Oscar. Un salario mínimo de mil euros en la cuarta economía europea rompe por fin una barrera. Una cifra simbólica de la que no salíamos desde la crisis de 2008 cuando ser mileurista era nuestro agobio capital. Mil euros suponen atravesar una frontera invisible que había dejado a los países del sur cronificados en la precariedad. Un reconocimiento que las empresas deben a los trabajadores. Una apuesta progresista y un acuerdo de mínimos que el momento post-covid debía garantizar. En lo material, que casi dos millones de personas cobren 35 euros más al mes es pagar parte de una factura, una cesta de la compra, llenar medio depósito para ir al trabajo, el abono transporte de tu hijo. 

El SMI es una de las banderas más emblemáticas de la superación del consenso neoliberal, del fracaso acreditado tras la crisis financiera, consolidado durante la pandemia. Y subirlo coloca a España en el consenso progresista. Solo hay que mirar alrededor. Antònio Costa ha logrado la mayoría absoluta en Portugal con el compromiso de llegar a los 900 euros en los próximos cuatro años, después de subirlo un 40% desde 2015. En EEUU, Biden acaba de aprobar los 15 dólares la hora a trabajadores vinculados a empresas federales. Camareros, personal de mantenimiento, limpieza, asistentes pasarán de percibir 7,25 dólares al doble. En Alemania, el SPD consiguió una subida del 25% en la negociación de coalición con Ángela Merkel y Scholz ha ganado las elecciones prometiendo una nueva subida. No es comunismo, según Pablo Casado, es Estado de bienestar. Una herramienta para corregir la desigualdad, las heridas de la última década. 

Hay que recordar una y otra vez la brecha social. La pandemia ha dejado una realidad de desigualdad donde los ricos se han hecho un 17% más ricos en 2021 mientras un 27% de los españoles continúa en riesgo de exclusión, según Eurostat. Mientras la recuperación está encarrilada, con datos históricos de creación de empleo, los expertos alertan de 1,4 millones de jóvenes entre 16 y 34 años en extrema pobreza. Dos crisis que han golpeado a una generación que vio esfumarse el crecimiento hace diez años y ahora corre el riesgo de quedarse fuera. El ingreso mínimo vital primero, la reforma laboral y ahora el SMI acordado en la mesa de negociación de Yolanda Díaz con los agentes sociales corrige, pone algo de red, a ese shock sin precedentes del que alerta Cáritas, expertos y distintos observatorios. Por qué, ¿cómo pretenden los gurús liberales salir de la crisis sin proteger a las familias? ¿Qué modelo de España quieren los que critican que se cobren mil euros?

La subida del salario mínimo de 736 euros en 2018 a 1.000 euros en 2022 rompe además una tendencia que se estaba cronificando. Los politólogos Guillem Vidal y Borja Barragué han constatado en un estudio que analiza por primera vez al detalle cómo la economía española ha ido creciendo mientras los salarios se hunden. "La evolución es clara: si bien hasta mitad de los años 90 la productividad y los salarios iban de la mano, estos empiezan a descolgarse a partir del año 95. Más allá de la Gran Recesión de 2008, queda claro que a partir de 2010 estos dos indicadores se distancian” y se produce “un declive de las retribuciones salariales”. En definitiva, “una pérdida progresiva del trabajo frente al capital." concluye el informe que presentan esta semana.

El hooliganismo del PP contra cualquier medida económica que aborde la salida de la crisis aleja a Pablo Casado de los argumentos de consenso europeo. Y eso que las mejoras salariales son también un reloaded neoliberal. Sin trabajadores bien pagados, no hay economía circular. Y para que los trabajadores no pierdan poder adquisitivo, el Estado necesita diseñar medidas específicas. Hace tiempo que el FMI, la OCDE y los organismos europeos bajo el mando de la conservadora Ursula von der Leyen defienden las subidas de salarios, la distribución de la riqueza, la carga impositiva a las grandes empresas. Por seguir en la senda liberal, ese aumento obligará a las empresas a mejorar la productividad, generar más demanda, cumplir con el mantra ‘crecer para repartir, repartir para crecer’. Y tampoco sirve señalar a la inflación, que no está provocada por el aumento de los sueldos (recordemos, 1.000 euros) en un país donde además afecta a los hogares más vulnerables. 

Pablo Casado debería explicar cómo se vive con menos de 14.000 euros al año o por qué rechaza una subida del 3,6% con el IPC en el 6,5%

El PP ha liderado la campaña contra el salario mínimo de 1.000 euros, tensionando a la patronal y rechazando una subida consensuada con Europa. Ha jugado con una medida que mejora el país al margen de electoralismos. Los empresarios no se han opuesto frontalmente, y aunque lo hubieran hecho, Pablo Casado debería explicar cómo se vive con menos de 14.000 euros al año o por qué rechaza una subida del 3,6% con el IPC en el 6,5%. Por más que insistan los populares, la subida del SMI no destruye empleo, como han publicado los estudios del Banco de España y la AIRef. Tampoco se destruye el trabajo agrario ni el empleo autónomo. Como apunta la Unión de Pequeños y Medianos Agricultores, el campo tiene muchos problemas (precios, temporalidad, mano de obra) pero no este. 

En definitiva, quienes no saben qué significan 35 euros más al mes no saben en qué país viven. A los autónomos de la CEOE les parece un exceso que las trabajadoras y cuidadores del hogar cobren 1.000 euros, ellos, que cobran 300.000 euros. Si miramos a nuestro alrededor, si abrimos la conversación a nuestro entorno, hay mujeres y jóvenes -como bien reflejan las estadísticas- a los que beneficia esta subida. Y recurro a un ejemplo en primera persona, cuando esta semana comentaba en el trabajo la subida del SMI y la reforma. Con sorpresa, no era un tema ajeno, afectaba a maquilladoras, técnicos de sonido, periodistas jóvenes, productores, madres de familia. Y entre risas, algunas compañeras daban la bienvenida al mileurismo. Sí, así estamos. Afecta a personas concretas, a familias enteras. Dice el PP que el acuerdo es electoralista, cuando lo mínimo es que hubiera sido por consenso. 

Hay avances que deberían celebrarse como un partido de Nadal o una nominación de nuestros candidatos a los Oscar. Un salario mínimo de mil euros en la cuarta economía europea rompe por fin una barrera. Una cifra simbólica de la que no salíamos desde la crisis de 2008 cuando ser mileurista era nuestro agobio capital. Mil euros suponen atravesar una frontera invisible que había dejado a los países del sur cronificados en la precariedad. Un reconocimiento que las empresas deben a los trabajadores. Una apuesta progresista y un acuerdo de mínimos que el momento post-covid debía garantizar. En lo material, que casi dos millones de personas cobren 35 euros más al mes es pagar parte de una factura, una cesta de la compra, llenar medio depósito para ir al trabajo, el abono transporte de tu hijo. 

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