Política, errores y 'el que avisa no es Mazón' Marta Jaenes
El orgullo de fregar
Pasarse de frenada significa que al pisar más de la cuenta lo normal es salirse de la calzada. Como la adicción a la cirugía que acaba deformando a quien no sabe poner fin, hay quien de tanto exagerar está perdiendo la referencia con la realidad. Otros, viven tan fuera de ella que cuando se expresan en caliente destapan su verdadero yo. Cerramos el año con la oposición sumida en estos extremos. Las arengas contra un supuesto socialismo no democrático, los señalamientos a un PSOE autócrata y rompe Españas contentan a la base militante de la derecha, favorecen el click y el like fácil en redes, pero no mejoran la política, la convivencia, ni favorecen el control al Gobierno de la oposición. Solo sirven para calentar a una grada, instalada en la versión más dura del PP y Vox, que cuanto más se agita contra Pedro Sánchez más se aleja de la vida cotidiana.
La derecha está cayendo en tal dramatismo hiperbólico que en su intento por dañar al Gobierno ofende a diario a una amplia mayoría social. El PP, como fuerza más votada, marca el paso y el tono de Vox y UPN hacia una oposición ineficaz. A nadie sorprende que la ultraderecha insulte, el salto está en que el presidente de UPN Javier Esparza llame “escoria” a los socialistas navarros por pactar con EH Bildu. O que la exalcaldesa de Pamplona (UPN) Cristina Ibarrola termine saliendo por la puerta de atrás de la alcaldía con un insultante “prefiero fregar escaleras” que ha despertado el orgullo de cientos de hijos e hijas que han reivindicado el trabajo de sus madres y abuelas.
La frase clasista, elitista y despectiva revela cómo ejerce y entiende Ibarrola la política como servicio público. El desbarre verbal ha provocado la reacción inmediata y el rechazo en cadena porque este país está lleno de generaciones que han salido adelante gracias a que alguien en casa limpió o limpia escaleras. La traición de su subconsciente, ese “prefiero fregar escaleras”, revela su incapacidad para saber a quién sirve una alcaldesa. Ya no es que vea la alcaldía como una forma de sustento personal, es que obvia la obligación de servir desde lo público sin ofender. Y evidencia que hasta ahora se ha dedicado más a condenar a EH Bildu, a quien sacó poco más de 3.000 votos de diferencia, que a dedicarse a quienes tienen en la defensa del trabajo y de lo público su mayor garantía.
A nadie sorprende que la ultraderecha insulte, el salto está en que el presidente de UPN Javier Esparza llame “escoria” a los socialistas navarros por pactar con EH Bildu
En el mapa general, de tanto jalear una inexistente autocracia, o “pactos con terroristas” con ETA desaparecida, piensan que viven en Hungría y se desenchufan del ciudadano medio. El PP nacional, en lugar de quedarse en la versión de la oposición útil, garantía a futuro de esa transferencia de voto que necesita cualquier partido de gobierno, se ha instalado en un ayusismo cuasipermanente. Tienen más impacto las medidas del último Real Decreto (y su implementación en las comunidades autónomas) que las soflamas. Y mucha más relevancia los acuerdos de Feijóo y Sánchez, los pactos de los barones populares con el ejecutivo, que escuchar al líder del PP tachar de partido inconstitucional al PSOE. La estrategia sólo tenía sentido después del 23-J. Feijóo tenía que consolar a un partido que se vio gobernando, debía aglutinar a su electorado y controlar las pulsiones más radicales de la derecha que cuestiona su liderazgo. Pasado ese trance, insistir con que el PP está rodeado de enemigos de España, en lugar de expandir el campo de la oposición, lo encoge.
Es lógico que la oposición suba el tono y el Gobierno deba mantener las formas. Pero el año político cierra con una realidad incontestable. La polarización y el frentismo no se reparten a partes iguales. Sánchez no debería dejar al PP fuera del “muro” al que hizo referencia en su investidura. Sin embargo, el PP sí debería mantener el “muro” a Vox. La agresión de Javier Ortega Smith no es una anécdota, es el ADN reivindicado por Santiago Abascal y apoyado por el partido. Integrarlos no ha funcionado en Madrid, tras cuatro años de apoyo externo al PP, ni en Castilla y León, Baleares o el resto de las comunidades donde gobiernan. Fue una buena noticia que Sánchez y Feijóo se reunieran en el Congreso, a pesar de ser la sede del poder legislativo y no del ejecutivo, un capricho que vulnera simbólicamente la separación de poderes. Es más positivo todavía que vaya a eliminarse el término “disminuido” de nuestra Constitución y que el CGPJ se renueve, aunque sea a costa de la mediación europea.
Sin embargo, cuando Feijóo reivindica en el balance de año ser el único partido de Estado se queda fuera del juego del sistema de partidos. Proclamarse como la única formación constitucional le deja solo en la oposición con Vox, paradójicamente el único partido cuyo discurso, manifestaciones y políticas promueven la violencia dentro y fuera de las instituciones. Lo más relevante no es de dónde venga cada formación. El PP se levantó con la integración de dirigentes de la dictadura, Vox no condena el franquismo y a Sortu le queda un trecho para homologarse al resto de formaciones. La diferencia fundamental en democracia son las políticas que se promueven en las instituciones. Por lo pronto, PP y EH Bildu entran en el encaje de Estado bastante mejor que Vox. Si el deseo para 2024 es la prosperidad y convivencia de todos los españoles, Feijóo está señalando al lugar equivocado.
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