Telepolítica

El inútil partidismo en la lucha contra la pandemia

José Miguel Contreras nueva.

Todo hace pensar que, teniendo en cuenta la crítica ocupación de las UCI y de las hospitalizaciones, va a ser necesario endurecer las actuales medidas de control existentes en España. Lo que no tendría sentido es que se dejara de hacer por una perjudicial utilización de la lucha partidista que hiciera de freno. Los ciudadanos necesitamos confiar en el sistema y no que nos siembren permanentes dudas sobre su eficacia. Eso ayudaría a mantener mayor disciplina social. En muchos casos, el incumplimiento de las normas va ridículamente acompañado de planteamientos partidistas. Lo hemos visto estos días en el pijerío madrileño, en la kale borroka en Euskadi o en los movimientos negacionistas.

Buscar culpables

En lugar de potenciar la búsqueda de soluciones y acuerdos, nos hemos habituado a señalar culpables. La culpabilización de los otros es una pobre solución para resolver problemas. En la actualidad, resultaría mucho más eficaz reaccionar contra quienes quieren ideologizar la guerra contra la pandemia, que intentar desacreditar a los gestores, sean del partido que sean, que deben dirigir esa batalla. Carecería de todo sentido común una organización dividida en diversas facciones que ponen en entredicho todas y cada una de las decisiones de sus superiores jerárquicos y fomentan la desobediencia y la inexistencia de un espíritu colectivo. No necesitamos culpables. Necesitamos resolver problemas.

Una de las preguntas que más nos cuesta responder a todos es la de qué autocrítica hacemos de nuestro propio trabajo. Lo normal es que no seamos muy duros. A cambio, siempre podremos encontrar muchos colegas dispuestos a hacernos nuestra autocrítica desde fuera. En el caso del coronavirus, cabe suponer que no es fácil determinar como país, cada uno desde su propio rol, qué lecciones debemos aprender sobre todo lo ocurrido y qué posibilidad hay de reparar en lo posible algún error trascendental.

El peculiar ejemplo español

Hay un manifiesto error en nuestro comportamiento colectivo que es claramente diferencial con el resto de los países con los que tiene sentido compararnos. Somos la nación donde la pandemia ha supuesto mayor controversia política del mundo. Sólo dos naciones han compartido estos meses pasados una división social absoluta basada en criterios ideológicos.

El primero fue Gran Bretaña, donde las absurdas posiciones iniciales de Boris Johnson arrastraron a una polarización tan acusada como la nuestra. Bien es cierto que, con el paso del tiempo, el líder conservador cambió su postura a medida que la situación se agravaba y poco a poco fue siguiendo las recomendaciones de los especialistas. Con ello, la división social se ha ido apaciguando.

El otro caso destacable ha sido el de Estados Unidos. A Trump le ha costado las elecciones su desastrosa gestión negacionista de la lucha contra el coronavirus. Todas las encuestas señalan que la política impulsada frente a la pandemia ha sido la principal causa que ha determinado el resultado electoral. De hecho, la llegada de Biden ha supuesto un giro radical en esta materia y los primeros estudios muestran un amplio apoyo social a este nuevo impulso.

Sin síntomas de unidad

En España, deberíamos reconocer que no hemos ido a mejor. El estallido de la emergencia sanitaria fue aprovechado por la oposición para lanzar una dura campaña de desgaste contra el Gobierno, empezando con la falsa polémica por las manifestaciones del 8 de marzo. Salvo el mínimo periodo de paz que se abrió en torno a la primera declaración del estado de alarma, todo lo demás ha sido un enconado enfrentamiento puramente partidista.

En la primera etapa, se pusieron siempre en duda todas y cada una de las actuaciones gubernamentales. Desde la derecha se llegó incluso a hablar de un Gobierno “criminal” al que no le importaba la muerte de sus conciudadanos. Posteriormente, cuando junto a la desescalada la cogobernanza impide designar a un responsable claro de todo cuanto sucede, el conflicto partidista no ha perdido intensidad. Ahora la pelea es echar la culpa a uno u otro, en lugar de ver que el mundo entero tiene los mismos problemas, salvo que luchan sin la presión añadida del inútil y agotador partidismo ciego.

Beneficiados y perjudicados

Los votantes de Trump empiezan a dejar de apoyarle

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¿Beneficia a alguien medir la gestión contra el covid-19 en términos partidistas? Parece claro que no. En la actualidad, los gobiernos del PP en diferentes autonomías sufren los mismos problemas y tensiones que los administrados por los socialistas o por partidos nacionalistas. Nadie gana nada. Ahora bien, la pregunta realmente importante es la contraria: ¿Perjudica a alguien este comportamiento? La respuesta es clara y contundente. Perjudica a todos. Este es el problema. Nos hemos acostumbrado cada día a deslegitimar todas y cada una de las decisiones que se toman. Es evidente que es imposible tomar medidas que sean del gusto de todos. Ningún país del mundo lo ha conseguido tampoco. La principal diferencia es que, en otros casos, la batalla partidista no es la que filtra los análisis de los políticos, los medios y los ciudadanos más ideologizados.

Los efectos de la politización de la pandemia son demoledores. En primer lugar, se fomenta una permanente duda colectiva sobre que algo se esté haciendo bien. Se pierde la confianza en quienes tienen que tomar decisiones trascendentales. Lo peor es que estos responsables trabajan por tanto con una absurda presión añadida. No sólo tienen que plantear medidas que acompasen los criterios sanitarios con el consiguiente impacto económico y social. Ya de por sí, como se ha demostrado en todo el mundo occidental, se trata de un ejercicio imposible de equilibrar. Además, obliga a nuestros responsables políticos y sanitarios a desenvolverse en todo momento en un escenario endemoniado. Tienen que tomar decisiones basadas en que los aciertos sean visualizados como propios y los errores sean achacables a otra administración. Los medios hacen seguidismo del mismo espíritu y muchos ciudadanos implicados en la batalla siembran las redes de sonoras descalificaciones y reproches.

La apertura del proceso electoral catalán corre el peligro de acentuar este deterioro. La sustitución de Salvador Illa por Carolina Darias podría servir como punto de inflexión para abrir una etapa de búsqueda de mayor consenso y unidad. De momento, parece lo contrario. Una diputada de ERC ha llegado a decir esta semana en el Parlamento que a Illa "le importan más los votos que las vidas de los ciudadanos”. Y se fue a casa tan contenta. Lo peor es que ya nos hemos acostumbrado a oír este tipo de barbaridades sin que le demos mayor importancia.

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