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Una severa advertencia para la izquierda: hay partido, pero la derecha va ganando

La izquierda ha perdido las elecciones este 28 de mayo. Claramente, además. Se puede comprobar fácilmente por el número de votos totales en las elecciones locales y, sobre todo, en el saldo de poder que arrojan los resultados. El PP avanza, es primero en muchas plazas clave y alcanzará un poder que ayer no tenía, en parte gracias a la suma con Vox y, en parte, porque Vox no tendrá en algunas plazas el peso suficiente como para tensar la cuerda demasiado. 

El mapa en España después de esta noche es mucho más azul que en 2019. Y eso, a unos meses de las elecciones, dará oxígeno a la derecha de cara a las elecciones generales. Hay partido, claro, pero la derecha está hoy más cerca de alcanzar la Moncloa. 

Dicho esto, es imprescindible recordar que no se partía de un empate entre bloques que ahora se ha deshecho. La izquierda aspiraba, salvo en alguna plaza de gran relevancia (como Barcelona), a mantener su excelente resultado de 2019. Entonces no se vivió así por la estupenda celebración en el balcón de la calle Génova de Pablo Casado (que políticamente descansa en paz) junto a sus dos apuestas estelares: Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez Almeida. El PP festejó entonces que iba a gobernar en la Comunidad de Madrid (como desde 1995 sin interrupción) y en el Ayuntamiento (como siempre desde 1991, salvo el paréntesis de 2015-2019). 

De las 12 comunidades autónomas en juego esta noche, la derecha sólo gobernaba en dos de ellas. Ahora, las tornas se invierten y es el PP quien vive su noche dulce. Algunas conclusiones al calor de esta intensa noche electoral:

Hay partido, pero la derecha lo va ganando claramente. La derecha busca constantemente imponer un relato de “cambio de ciclo” que se parece mucho a una profecía autocumplida. Si se genera un escenario donde todo parece hecho para el PP, la derecha se anima, la izquierda que puede evitarlo vota menos y los que dudan se arrimarán al ganador. Y votar se convierte, por más que sea lo trascendente, en poco menos que un acta notarial de una realidad obvia previamente. A veces hay bases sólidas, y eso es algo que se ve con perspectiva (Andalucía es un buen ejemplo de cambio de ciclo) y otras, no. 

Lo intentó proyectar Casado, pero su propio partido acabó liquidándolo. Lo hizo Fernández Mañueco en Castilla y León, y se dejó un 11% de los votos que había obtenido en 2019, resistiendo en el Gobierno sólo gracias a un Vox con el que no quería pactar. Lo ha intentado Feijóo al ser elegido como líder del PP y han venido repitiéndolo toneladas de encuestas, con muestras a veces ridículas y sin ficha técnica.

En cualquier caso, el resultado, que es lo que cuenta y se proyecta, es inapelable. Si estamos ante un cambio de ciclo o sólo ante una gran noche para PP y Vox está por ver. Se decidirá en las elecciones generales, cuyo resultado, por más que insistan algunos, no está escrito. 

Si estamos ante un cambio de ciclo se dirimirá en las elecciones generales, cuyo resultado, por más que insistan algunos, no está escrito

Si quiere recuperarse, la izquierda tiene que sonar más afinada. La división del espectro penaliza las expectativas de cada bloque. Si la derecha avanza es, en parte, gracias a la desaparición de Ciudadanos, el partido que pudo representar al centro liberal y decidió convertirse en muleta del PP. Seguro que Vox ha tomado buena nota y lo comprobaremos pronto. 

La división en la izquierda, en sus múltiples expresiones, perjudica también sus expectativas conjuntas. Unidas Podemos se ha quedado fuera en parlamentos clave, como el de la Comunidad de Madrid o la Comunitat Valenciana, y el espacio a la izquierda del PSOE ha perdido cuota de poder y alcaldías simbólicas, como Barcelona o Cádiz. 

Es una seria advertencia: las diferencias internas dentro del Gobierno (entre PSOE y Unidas Podemos, o entre PSOE, UP y Sumar) deben dirimirse puertas adentro. Tras semanas de tregua por campaña, entre Unidas Podemos y Sumar podría volver la tentación de las hostilidades y los pulsos por el poder. Sería un tiro en el pie, porque de seguir con la misma estrategia, pueden llegar a la conclusión en las próximas elecciones de que no había tanto que repartir. ¡Pónganse de acuerdo, generen ilusión y no ceños fruncidos!

Un debate público viciado. La primera parte de la campaña fue un bucle sobre si ETA existía o incluso si estaba en las instituciones y, la segunda, sobre si había una conspiración socialista, de la que sería responsable Pedro Sánchez, para comprar votos y robar las elecciones. A esos dos grandes argumentos nacionales, y no a las políticas que se decidían en las urnas, se han dedicado horas y horas de tertulias y el protagonismo mediático, salvo excepciones. 

No verán al PP continuar esa estrategia (“Sánchez se va a ir como llegó, con un intento de pucherazo”, así cerró Ayuso su campaña) porque ha tenido un excelente resultado y ahora tocará hablar de la “derogación del sanchismo”, sea lo que sea que sea eso exactamente. De nuevo, la tesis de la conspiración de Estado se diluye en cuanto el sistema, que es muy garantista, otorga un excelente resultado al PP. Entonces sí funciona sin rastro de fraude. 

Valga esto para concluir que el debate público es asimétrico. Polémicas artificiales, con beneficiarios muy claros, ocupan un enorme espacio frente a la evaluación de la gestión concreta o del contraste sobre políticas autonómicas o municipales, que desaparecen del debate público. Me refiero a la política económica, al empleo, a la lucha contra la sequía o el cambio político, a las políticas sociales (ahí están las residencias como ejemplo de que las urnas no borran la realidad). Hay muchos interesados en que esto sea así, y se aprovechan de la sorprendente pasividad de los perjudicados y sus insuficientes esfuerzos para que esto cambie. Quizás este 28M sea un revulsivo. No basta con desdeñar las estrategias de la derecha, y algunos de sus métodos, hay que combatirlas sin caer en estrategias análogas. 

Por cierto, que EH Bildu ha tenido un resultado excelente en el País Vasco, aumentando su apoyo (más del 31% de los sufragios) y mirando de tú a tú a un PNV que se deja más de 80.000 votos, mientras el PP, una fuerza minoritaria que venía de años muy difíciles, sólo suma unos 6.000 votos y representa al 8% del electorado. Si hay que aprender lecciones de las urnas, ahí hay unos cuantos elementos para la reflexión. 

La consagración de Vox. Allá donde el PP gobierne, salvo en los lugares donde ha conseguido mayoría absoluta (pocos, pero señalados, como Madrid), lo hará con Vox en coalición o con la aquiescencia de Vox, esa fuerza que para Feijóo no existe pero sin la que no habría materialización de la victoria de este domingo. Al menos en siete comunidades que puede presidir el PP la ultraderecha quiere entrar en los Ejecutivos. La formación de Abascal duplica sus votos, hasta superar los 1.600.000 y sin su permiso no habrá cambio en Aragón, Cantabria, Extremadura, Comunidad Valenciana, Islas Baleares o, de nuevo, gobierno en Murcia. Lo mismo ocurrirá en la mayoría de alcaldías importantes que volverán al PP. Ahora, el PP no podrá esconderse porque quedará retratado y Feijóo no podrá decir, como en Castilla y León, que él pasaba por allí.

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