Lástima que la política no sea sencilla

Hay veces que uno lee en la prensa titulares modélicos, palabras llenas de precisión y sencillez. Sentimos algo así como la humilde claridad que los adjetivos explicativos o epítetos aportan a la retórica literaria: prados verdes, mar azul o sangre roja. Tuve esta sensación al leer unas declaraciones de Alberto Núñez Feijóo resumidas en un titular de infoLibre: “Feijóo acusa al Gobierno de recaudar de más para repartir dinero entre colectivos afines por motivos electorales”.

El mundo debiera ser así de ordenado. El representante de la derecha neoliberal española tiene como tarea intentar que los empresarios y las fortunas a las que representa paguen los menores impuestos posibles. Y no sería justo pensar que se trata de una simple cuestión de tacañería o de avaricia, porque hay quien defiende la idea de que la acumulación de riqueza empresarial produce bienes para todos y que el mercado libre es un mercado justo por definición, el mejor modo de equilibrar precios y sostener abundantes y dignos puestos de trabajo. Son las mismas personas que defienden la idea del mérito personal como una causa del triunfo en la vida.

Como es lógico, un Gobierno socialista no piensa lo mismo. El mundo real que analizan los estudios sociales le inclina a pensar que conviene cobrar impuestos progresivos para sostener una distribución de la riqueza que evite la degradación de las condiciones de vida de la mayoría. Además, parece que el triunfo no sólo se debe al mérito personal de los individuos, ya que la inmensa mayoría de las personas que alcanzan puestos elevados han tenido la suerte de nacer en familias bien colocadas capaces de darle una educación superior.

La mente humana es un saco sin fondo. Resulta que mucha gente sin mérito y sin dinero vota a los que quieren bajar impuestos a los ricos, apoyando así la privatización de la sanidad, de la educación y de los méritos familiares

Como la sangre es roja y los prados verdes, sería muy lógica la fraternidad entre el voto y el epíteto. Los más afortunados de la sociedad deberían votar a los que tienen como imperativo categórico la bajada de impuestos, y vuelvo a repetir que no se trata sólo de deseos de ganar más, sino por convencimiento de que es el mejor modo de sostener una sociedad. De la misma forma, deberían votar en favor de gobiernos socialistas los que no cuentan con recursos suficientes y necesitan dignificar su vida con una buena sanidad pública, una educación cuidada, unas pensiones decentes y unas leyes que ordenen el mercado laboral para permitir un salario justo y unas condiciones dignas de trabajo. El carbón es negro, la amapola roja y el agua cristalina.

Pero resulta que esta claridad observada por el análisis sincero de Núñez Feijóo se enturbia mucho en el acontecer diario y, de pronto, el mar se vuelve verde, el cielo negro, el carbón amarillo y la sangre azul. La mente humana es un saco sin fondo y por arte de magia salen de nosotros palomas y gaviotas ante los ojos del respetable público. Resulta que mucha gente sin mérito y sin dinero vota a los que quieren bajar impuestos a los ricos, apoyando así la privatización de la sanidad, de la educación y de los méritos familiares.

La claridad se enturbia, los epítetos son sustituidos por una adjetivación vanguardista y la razón es superada por argumentos de todo tipo. Federico García Lorca nos llegó a decir en uno de sus romances más famosos que el viento es verde. Los surrealistas justificaron el valor de la irracionalidad, pero hay otros caminos que tienen que ver con los cálculos, los programas y las dinámicas de nuestras democracias. Los vientos de la historia son muy creativos a la hora de darse color.

Yo no voy a entrar a debatir aquí la compleja realidad de los medios de comunicación, ni las barreras de incomunicación, ni los factores que alientan las indiferencias, las identidades y el sentido de los votos. Me limito a afirmar ahora, al calor de las sospechas de Núñez Feijóo, que a veces es muy conveniente una humilde defensa poética del epíteto. Conviene recordar y decir, saber decir, que la sangre es roja, el cielo azul, los prados verdes y las aguas cristalinas si nadie las ensucia.

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