Una atalaya precaria y vulnerable Aroa Moreno Durán
Cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias de Literatura en 1988, Carmen Martín Gaite dijo en un hermoso discurso titulado Dar palabra varias cosas sobre su propio oficio, escribir, pero quiero rescatar este párrafo en el que le explica a Felipe de Borbón, entonces un joven príncipe de veinte años, la importancia de mantener la fe en la palabra y en el pensamiento frente a las adversidades vividas y por venir: “Esta fidelidad a una vocación –aunque el término vocación esté más desprestigiado cada día– es el mayor privilegio que conservo con tantos como la vida me ha arrebatado: la fe en la palabra y en el pensamiento. Y desde ese reducto –una especie de atalaya precaria y vulnerable– me atrevo a hablar al joven Felipe de Borbón, como si le lanzara un hilo de seda muy frágil, el único de que dispongo, para que lo recoja si lo tiene a bien”.
Por eso, de todos sus libros, de sus novelas, pongo en mi estantería de libros a salvar en caso de incendio uno de ellos sabiendo que, quizá, no sea su mejor obra para sus lectores y estudiosos, La reina de las nieves, pero que siento que está escrito precisamente desde esa atalaya de la que hablaba entonces, desde el único lugar posible que le quedaba. Aparte de por su belleza helada y porque extraño a la joven universitaria que fui cuando lo leí, porque ese libro tiene una incisión en medio de la creación y me pregunto cuánto llega a flotar si lo echas al agua como si fuera una tabla salvavidas, si indicaría el norte en caso de pérdida, me pregunto cuánta sutura tejió, palabra a palabra, página a página, para seguir adelante. Fue a mitad de su escritura, en 1985, cuando la escritora perdió a su hija, Marta Sánchez Martín, a los veintinueve años. Cómo se sigue escribiendo aquello que empezamos siendo otras, y cómo se sigue, concretamente, con un trabajo intelectual adelante después.
Martín Gaite, la chica rara de nuestras letras de la que este año se celebran cien de su nacimiento, llevaba razón: quienes tienen fe en la palabra y el pensamiento, nunca estarán perdidos
Ella, Marta, que fue hija, pero también consejera, interlocutora, amiga de su propia madre, compañera, caperucita en busca de la libertad en Nueva York después, que había animado a Carmen –a quien le encantaban los cuentos de hadas– a que conversara desde una novela con el relato clásico de Andersen, no la vio terminar el libro, al que no pondría el punto final hasta 1994. En su dedicatoria, ambos, el autor sueco y su hija, aparecen así: “Para Hans Christian Andersen, sin cuya colaboración este libro nunca se habría escrito. Y en memoria de mi hija, por el entusiasmo con que alentaba semejante colaboración”. Cuenta La reina de las nieves la historia de Leonardo Villalba, que acaba de salir de la cárcel y anda muy perdido, alguien a quien, como a Kay en el cuento, se le ha congelado el corazón y camina hacia la salida del túnel.
Algo más dice sobre todo esto que funde la vida y los procesos de creación. Martín Gaite en El cuarto de atrás habla con ese hombre de negro imaginario que da réplicas a las dudas y diálogos de la escritora:
– ¿Usted cree que yo tomo la literatura como refugio?
– Sí, por supuesto, pero no le vale de nada.
– Ningún refugio vale de nada, pero no se puede vivir al raso.
Martín Gaite, la chica rara de nuestras letras de la que este año se celebran cien de su nacimiento, llevaba razón: quienes tienen fe en la palabra y el pensamiento, nunca estarán perdidos. Pero quienes tenemos la lectura de autoras como ella y tantos otros y otras, la posibilidad de volver a refugiarnos en sus páginas, saber por qué quienes escribieron eligieron ser habitantes de atalayas precarias y vulnerables, espectadores de muchas mudanzas colectivas y víctimas de aquellas que afectaron a su propia vida, tampoco lo estaremos.
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