Perlas de mucho cuidado

Me dice una amiga que Carlos Mazón ha subido un vídeo a sus redes sociales rindiéndose homenaje, por qué no, en el que sería su último Pleno del Consell de la Generalitat, y ha utilizado La perla, «el mayor desastre mundial», de Rosalía, como banda sonora. Le digo que no, que es un montaje que le han hecho, que él puso otra canción. Ni un equipo como el suyo sería tan incompetente, pensé. Me insiste y me hace ir a las propias redes de Mazón a verlo, y es otra la canción. Pero compruebo leyendo por ahí después que sí fue así, que mi amiga lleva razón, que lo subió y lo retiraron unos minutos después: «un monumento a la deshonestidad». Qué delirio. Era perfecto.

Pero me he acordado en esta semana de otra canción de hace ya unos cuantos años. Un tema que se incluía en aquel disco, Esta boca es mía, de 1994, de Joaquín Sabina. Un disco de trece canciones de diez. La canción es El blues de lo que pasa en mi escalera. Porque allí ya se nos cantaba que no iba a ser el súper listo de la clase el que iba a triunfar en la vida. Llámese triunfar aquí, en este texto y en la canción, a tener un salario holgado en la política y a engordar con ello la tripa y el bolsillo. Así que aquel que sí pasaba por el aro, qué elemento, su señoría, llegaría hasta el Parlamento. 

Y se me ha venido a la cabeza este tema en estos días porque, aunque ya lo sabíamos –que no estaban allí por ser los mejores en ninguna materia concreta–, no deja de sorprender la baja catadura moral y la falta de integridad ética de algunos de aquellos que nos representan y tienen cargos públicos de alta responsabilidad. Y no queda otra que preguntarse cuál es el aro, los aros, por los que han tenido que pasar para llegar hasta ahí. Y cuántos más hay que, creyéndose impunes, continúan en activo y son como ellos. 

No deja de sorprender la baja catadura moral y la falta de integridad ética de algunos de aquellos que nos representan y tienen cargos públicos de alta responsabilidad

Porque mientras se revelaba que Mazón mentía, y mentía también la que fue testigo de su mentira, entraba esta semana en prisión un diputado, el exministro de Transportes del Gobierno de España José Luis Ábalos. Aquel que se desenmascaró no solamente como ladrón de guante blanco, pero sucio, que operaba en una trama de corrupción desde el Ministerio, sino como un señor que, por no entrecomillar frases soeces, distaba mucho de encajar en los valores progresistas y feministas del partido del que era secretario de Organización.

La desafección, el gran desencanto, la desconfianza y esta perplejidad de la gente que empezamos a anestesiarnos frente a la cascada de comportamientos mezquinos no tienen su origen en una desconexión colectiva de la política por desinterés contemporáneo, sino en una sucesión inmanejable racionalmente de hechos, actitudes, mentiras y escándalos de aquellos que deberían actuar con ejemplaridad. Perlas de la vida pública, los mismos perlas de la vida privada. 

Se preguntarán entonces ellos qué está pasando en nosotros y en nosotras, o qué les ocurre a los jóvenes, cada vez más conservadores. Y no ven que junto a este ánimo ensombrecido y la falta de confianza en que nadie resuelva nada más que su propio destino, se abren las fisuras que ensancharán la entrada a aquellos que miden con precisión la temperatura del malestar social y que están llegando a todas partes para acabar con lo que hasta ahora eran firmes consensos democráticos. 

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