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Opinión

Nos estamos viendo

Cuidado. Un verso libre no es un verso suelto. Se ha impuesto la costumbre de entender la libertad como un ejercicio de desvinculación, un acto que afirma la individualidad para desentenderla del grupo. Hay muchos cabos sueltos, mucho enfado suelto, mucha vanidad suelta, mucha cuerda rota en esta cultura que ha hecho de la soledad no un ámbito de independencia y reconocimiento, sino un modo de formar parte de unos rebaños sin nombre, mal avenidos y con impulsos de fiera. Ser hoy un verso suelto significa llover sobre mojado.

El verso libre no pierde nunca su compromiso con la música del poema. Supone un modo personal de participar en ella. La libertad rompe con la pauta prevista para el metro y la rima que imponen las verdades establecidas. Es una forma de responder desde la necesidad más íntima y la conciencia propia al buen sentido del conjunto. Luis Cernuda, un rebelde con mucha conciencia cívica, buscaba en el verso libre el diálogo secreto con la poesía. Odiaba las convenciones huecas.

Y es que el verso libre es una reivindicación del oficio como compromiso humano con la sociedad. La rima y la regularidad métrica se convierten con frecuencia en un soniquete, una tecnocracia, la rutina de un escribir como mandan los cánones y las academias. El valor se le supone al soldado. La técnica se le supone al poeta. Es fácil con una mínima información escribir de oído, saber cuántas sílabas tiene un verso sin contar con los dedos. Un soneto se improvisa en cinco minutos. Tener voz propia cuesta una vida. Los burócratas de la poesía corren con la lengua fuera detrás del endecasílabo, detrás de las rimas. Sus formas son anteriores a su propio mundo. Sólo los poetas de mundo propio consiguen que el soneto corra detrás de ellos y se ponga a los pies de sus palabras. Ahí están Rafael Alberti y Blas de Otero, ahí Quevedo y Borges. Son poetas, no tecnócratas, y más que al acomodo de una forma conocida responden en cuerpo y alma a su oficio para darse a los demás. Son una vocación, como los buenos médicos, como los buenos periodistas, como los buenos profesores, que sólo entienden el saber a modo de compromiso con los pacientes, la opinión pública y los alumnos.

Como el mundo propio necesita con frecuencia buscar su música particular, hacer que ésta rompa moldes para responder a su sinceridad, el verso libre delimita una geografía de voz singularizada. Es, repito, su forma de compromiso. Entiende la libertad como una forma de participación en el Todo. El verso libre se parece a la conciencia que no se niega a sí misma cuando participa en una ilusión colectiva. Necesita que su estar con los otros sea una forma de sinceridad.

La sinceridad del verso libre se parece mucho a las ideas que sobre el periodismo mantuvo Albert Camus. Son importantes dos cosas: no hablar en nombre de la verdad y no mentir. La objetividad no existe, la falacia de la neutralidad queda para un mundo engañoso e hipócrita reducido a titulares. Las miradas tienen un peso, su historia, su perspectiva, y cada historia es un matiz. Así que sólo el pensamiento dogmático se afirma en la posesión de la verdad. Más que a poseer la verdad, las palabras deben aspirar a no mentir, a no engañar o engañarse, a no cerrar los ojos ante lo que pasa en favor de una consigna política o de un negocio. La verdad es una forma de publicidad camuflada. El negarse a la mentira es una apuesta por la conciencia en libertad, por el oficio como compromiso social en libertad. El verso libre tiene voluntad de reverso, pretende conocer y decir el otro lado de las cosas, aquello que se esconde detrás de los himnos y las músicas oficiales.

Negarse a mentir implica saber denunciar, pero también saber admirar. En tiempos de descrédito es tan importante denunciar lo precario como hablar sobre lo que merece la pena aplaudir. Vamos a aplaudir. Hay mucha creatividad, mucho ejemplo, mucho talento, muchos recuerdos que merecen hacerse visibles, volver a nosotros en forma de libro, película, obra de teatro, exposición, concierto, para devolvernos el vínculo que une al autor y al lector, al pensador y a las preguntas, al artista y a su público. La cultura es un patrimonio común porque se alimenta de versos libres. Estamos vinculados. Nos vemos. Nos estamos viendo.

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