Masculinidad, edad, fama y poder Daniel Valero 'Tigrillo'

La niña de 12 años que ha sido violada por varios hombres y ofrecida a miles más por las redes era una niña vulnerable que estaba tutelada por la Generalitat, por la Dirección de Infancia catalana, que ahora anuncia que se va a personar como acusación particular. Ese minúsculo gesto no le resta un ápice de responsabilidad en el caso. Ese organismo era el responsable de su bienestar, de su educación, de ofrecerle un futuro que no le podía ofrecer la familia de la que provenía. Las instituciones encargadas de cuidarla, en lugar de abrirle las puertas del futuro, se las ha cerrado con su inoperancia. Sí, los responsables directos son los violadores, pero la Generalitat tiene una gran responsabilidad.
Pero no es la primera vez, ni la segunda, que una niña tutelada acaba siendo violada y explotada sexualmente... Es horrible pensarlo pero es casi algo común. Ha pasado en varias comunidades autónomas y con gobiernos de todos los colores. Da la impresión de que los niños y niñas cuyas familias no pueden hacerse cargo son abandonados en esos organismos que los recogen, pero poco más. Las niñas salen del centro y nadie sabe donde van, nadie sabe con quién van ni cómo ocupan su tiempo. Nadie investiga ni se preocupa por su ocio, sus amistades, lo que hace cuando están fuera del centro. En definitiva, no parece que esos niños y niñas le importen nada a nadie. Esto contrasta con el discurso público en el que todo el mundo se preocupa muchísimo por la infancia. Esa despreocupación tiene que ver con algo que está ahí, en el fondo, latiendo desde hace milenios. Y es que muchos hombres, muchísimos, no sólo violan a niñas, sino que no están dispuestos de dejar de hacerlo.
Me pregunto cuándo habrá –o si habrá– un despertar colectivo de la violencia sexual que padece la infancia y que sigue siendo un secreto bien guardado. De la misma manera que el Me Too sirvió para poner de manifiesto la extensión de la violencia que padecemos las mujeres, tiene que haber un día en que se ponga de manifiesto que la violencia sexual que padecen los niños y las niñas en esta sociedad es una epidemia de la que nadie quiere hablar. No se quiere hablar porque la realidad es absolutamente perturbadora.
De la misma manera que el ‘Me Too’ sirvió para poner de manifiesto la extensión de la violencia que padecemos las mujeres, tiene que haber un día en que se ponga de manifiesto la violencia sexual que padecen los niños y las niñas
Según Save the Children, hasta un 20% de los menores es víctima en España de abusos sexuales y los agresores son, en más de un 80%, los propios familiares o gente cercana a la familia. En menos de un 20% de los casos el agresor es un desconocido y en ocho de cada diez casos la víctima es una niña o una adolescente. Por último, y como dato terrible, en los últimos años esta violencia ha aumentado más de un 60%, seguramente impulsada por las redes y el uso masivo de la pornografía. Como ocurre con las agresiones a las mujeres, la familia no es ese espacio de paz y concordia, sino un espacio que puede llegar a ser un infierno para los menores.
En los mitos, los libros, el arte en general, las canciones o los saberes populares, la violencia sexual contra la infancia es una obviedad, casi un derecho de los hombres, parte de nuestra cultura. Afortunadamente el avance ético de nuestra sociedad ha traído la consideración de que la infancia es sujeto de derechos. Eso se refleja en las leyes e impregna el discurso público, pero, como en tantas ocasiones no ha llegado a impregnar la conciencia de muchos hombres, de esos que seguimos considerando hombres normales. De todos esos hombres que no quieren renunciar a su privilegio de poder acceder a cualquier mujer o niña que deseen. Y por eso existe sobre esta violencia una omertá patriarcal que niños y niñas, al contrario que las mujeres, no pueden romper por sí solos.
A pesar de las cifras y las pruebas, la violencia sexual que viven los menores en las familias se barre debajo de la alfombra y ahí se deja. Y el silencio se extiende a la misma idea de violencia sexual contra la infancia, que continúa siendo socialmente leída como una excrecencia del sistema. Pero si pensamos en ese 20% de agresiones, 1 de cada cinco, observamos el patrón que las mujeres siempre denunciamos. Es una violencia sexual de la que participan muchos más hombres de los que pensamos. Hombres corrientes e integrados socialmente, dedicados a cualquier profesión y de todas las clases sociales. Y por ello, porque en el fondo estamos hablando de un privilegio masculino milenario, existe todo un aparato cultural destinado a restar importancia a sus testimonios, a no creerles, también como ocurre en el caso de las mujeres. Desde las teorías psicoanalíticas que legitimaron la idea, siempre presente, de que cuando un niño o niña, denuncia una agresión sexual se lo está inventando, está “fantaseando”, todo lo que venga a desvelar la realidad es sistemáticamente desacreditado. Hay una voluntad social, patriarcal, de no permitir que esta realidad se desvele. Seguramente porque muchos de quienes podrían colaborar en el desvelamiento y la denuncia han participado en algún episodio de este tipo o, al menos, comprende a los agresores, siente simpatía por ellos. Nos encontramos con magistrados, periodistas, médicos, electricistas o policías, padres, abuelos, educadores…
Tradicionalmente, cuando estas agresiones se daban en las familias, en muchas ocasiones, eran ocultadas o consentidas por las propias madres. Tenemos todo tipo de productos culturales que muestran a madres consintientes. Es curioso (o no) que la violencia sexual contra la infancia sólo se haga culturalmente visible para culpar a la madre que cierra los ojos y no tanto a los violadores. En todo caso, esto era producto de un sistema que dejaba pocas opciones a las mujeres y que las hacía tan dependientes de los hombres de la familia que no podían permitirse ponerse en su contra. Pero esa época ha pasado y ahora las madres denuncian y protegen a sus hijos e hijas. ¿Y que se encuentran en muchas ocasiones? Que el sistema no sólo las desprotege, sino que las acusa y las castiga; a ellas.
Las madres protectoras acosadas por la justicia por tratar de proteger a sus hijos e hijas no son un mito. Son una realidad terrible, pero también un síntoma de lo despacio que cambia el sistema, de lo que le cuesta reconocer la realidad de las violencias sexuales contra niños y niñas, y más aun castigarlas. Tenemos ejemplos de sobra de madres que han denunciado a los padres de sus hijos por agresiones sexuales y el sistema las ha castigado a ellas. Y en este castigo colaboran desde jueces y juezas, fiscalías, tribunales, hasta distintos servicios de protección del menor. Es decir, para decirlo con toda su crudeza: si una madre denuncia al padre de sus hijos por agresiones sexuales a estos, es muy posible que acabe siendo separada de los niños incluso aunque haya pruebas de que el hombre ha cometido dichos abusos. Hay abogadas que, a estas alturas recomiendan a las madres no denunciar porque, si lo hace, ella y la niña o el niño van a tener que atravesar un calvario judicial en el que es muy posible que pierdan. Y ni siquiera hace falta que denuncie ella, basta con que la denuncia se haga de oficio (un médico, una psicóloga, trabajadores sociales…) para que la madre termine perdiendo la custodia. Y no pasa sólo en España. El otro día leí el siguiente titular en la prensa irlandesa: “las madres pierden invariablemente la custodia si denuncian que sus hijos han sido víctimas de abusos sexuales”. Esto es lo que está pasando al mismo tiempo que todos nos echamos las manos a la cabeza cuando se desarticula una red como la que violaba a la niña tutelada por la Generalitat.
Lo que evidencian estos casos es que el sistema se protege a sí mismo. En fin, que en un sistema patriarcal destronar al padre es muy difícil, y más aun cuando la reacción antifeminista que estamos viviendo es, en el fondo, un intento de volver a poner al Padre en su lugar, en ese del que fue apartado por el feminismo. El padre de familia, el padre que es dueño de las vidas de sus familiares; el padre simbólico, el dios padre, el padre violador, el padre sacerdote. Ese padre que no acabamos de quitarnos de encima, ese que está en el origen de nuestra cultura patriarcal que no en vano se llama así. Ese padre que está luchando por no ser destronado, el padre del privilegio sexual que deja víctimas. Ese con el que hay que acabar.
_______________________________
Beatriz Gimeno es exdirectora del Instituto de las Mujeres.
Lo más...
Lo más...
LeídoSánchez responde a las dudas de Feijóo ironizando con que le traduzcan la carta de la OTAN
infoLibreEspaña logra que la OTAN le dé flexibilidad para no tener que subir el gasto militar al 5%
infoLibreIsrael ataca el recinto nuclear de Fordó y la sede de la Guardia Revolucionaria en Teherán
infoLibreSánchez pacta con la OTAN gastar un 2,1% del PIB en defensa y no el 5%: "Ni más ni menos"
Antonio Ruiz ValdiviaEspaña logra que la OTAN le dé flexibilidad para no tener que subir el gasto militar al 5%
infoLibreBeatriz Gimeno: "La complicidad masculina se firma en contextos de prostitución"
Sabela Rodríguez ÁlvarezTintaLibre
¡Hola, !
Gracias por sumarte. Ahora formas parte de la comunidad de infoLibre que hace posible un periodismo de investigación riguroso y honesto.
En tu perfil puedes elegir qué boletines recibir, modificar tus datos personales y tu cuota.