M-A-M-D-A-N-I

Por una vez me alegro de haber tenido tiempo de poder reposar la victoria de Mamdani en las elecciones a la alcaldía de Nueva York y no escribir el correspondiente artículo al día siguiente. No sólo para pensar yo en las causas y/o consecuencias de esta victoria, sino también para poder leer todo lo que se ha dicho en estos días.

Es verdad que Nueva York no es EEUU y es un feudo demócrata (aunque los demócratas han tenido, en esta ocasión, victorias en otros muchos lugares), así que la cuestión no es por qué Mamdani ha ganado en la era Trump, sino por qué ha ganado claramente al establishment del Partido Demócrata, a los cientos de millones donados para construir bulos contra él; por qué ha despertado esa ilusión o si su victoria puede replicarse en otros lugares. La cuestión es saber de qué está hecha esta victoria, en definitiva. En este sentido me ha sorprendido la prisa que se han dado algunos analistas en señalar que con Mamdani se ha terminado lo woke (vamos a asumir esta simplificación de la realidad social y política creada como espantajo por la derecha y que ha terminado asumiendo una parte de la izquierda). También me ha sorprendido la reivindicación de la victoria de Mamdani hecha por Pedro Sánchez ante la Internacional (antaño) Socialista (IS). Yo creo que si aceptamos woke, Mamdani es el epítome orgulloso de lo woke.

Mamdani se llama a sí mismo socialista y lo hace en EEUU, sin miedo, sin disimulos: lo woke jamás desdeñó las luchas económicas. Aunque sus propuestas económicas fundamentales serían de corte socialdemócrata básico (ya sabemos dónde estamos), lo interesante es que señala perfectamente quiénes son los enemigos: los multimillonarios; y cómo hacerles frente: con impuestos y servicios públicos. El abaratamiento de la vivienda como propuesta fundamental identifica el principal problema de la gente en las ciudades de todo el mundo. No se puede ganar –y mucho menos generar ilusión– sin acometer esa cuestión. Aquí es donde Pedro Sánchez cita en vacío y no tiene nada que decir; ni él ni sus compañeros de la IS (algunos muchísimo más de derechas que él). No se podrán ganar elecciones si no se aborda la cuestión de la vivienda y, por ahora, el PSOE no tiene nada que apuntarse en ese sentido. Ni siquiera puede apuntarse la ilusión que el presidente reivindico el otro día ante los socialdemócratas europeos.

Pero las demás propuestas económicas importantes de Mamdani no son propuestas tradicionales, sino que se corresponden con eso que hemos señalado como el ámbito del cuidado. Son propuestas que provienen del universo político feminista, propuestas con perspectiva de género, y eso es novedoso y revolucionario: autobuses y escuelas infantiles gratuitos, así como supermercados baratos, son medidas que afectan de manera muy especial a las madres trabajadoras y, con ellas, a las familias, a niños y niñas. Mejorarán la vida de todos, pero por ser cuestiones consideradas tradicionalmente de mujeres no suelen ponerse en la lista de lo urgente. Mamdani ha situado la propuesta de congelar los alquileres al mismo nivel que la de ofrecer escuelas gratuitas infantiles. Quizá tenga algo que ver con esto el que haya puesto a cinco mujeres al frente de su equipo de transición.

Mamdani no ha dado un solo paso atrás en cuanto a esas otras reivindicaciones, consideradas' woke', que ahora una parte de la izquierda quiere abandonar en su giro atribulado al centro

Resulta estrambótico, como poco, leer algunos artículos que consideran que Mamdani ha priorizado las cuestiones sociales frente a las identitarias. Eso es justo lo que no ha hecho. Su campaña se ha centrado en proponer una vida vivible, pero no ha dado un solo paso atrás en cuanto a esas otras reivindicaciones, consideradas woke, identitarias, que ahora una parte de la izquierda quiere abandonar en su giro atribulado al centro, pero sin las que mucha gente no imagina ya poder vivir. En un momento en que por supuesto la derecha, pero también una parte de la izquierda, retrocede timorata con los derechos LGTBI, y no digamos feministas, Mamdani no sólo no los ha dejado de lado, sino que los ha radicalizado. No ha intentado justificar ni explicar esos derechos, simplemente los ha defendido como irrenunciables; el contenido de los mismos ya está aquilatado, no hacen falta más discusiones. No ha hecho la más mínima concesión, esas que el Partido Demócrata está haciendo por todo el país.

La victoria de Mamdani viene a demostrar que ese espantajo creado por la derecha para desacreditar algunas luchas exitosas e imprescindibles está dejando de ser efectivo. El enfrentamiento entre lo material y lo cultural es ficticio e inútil, la clase tiene que ver con lo identitario tanto como con lo material y, además, siempre fue así. La relación entre clase e identidad siempre ha estado ahí, aunque en el siglo XX se tratara de otra identidad diferente a las actuales. Recomiendo el libro Retorno a Reims, de Didier Eribón, para entenderlo.

En todo caso, Mamdani ha demostrado que esa oposición no tiene sentido y ha rechazado que sea una cuestión espantavotos. Aquí no hay un juego de suma cero; las identidades, las subjetividades, se construyen ahora de forma diferente, han cambiado y no tiene sentido aferrarse a identidades que se conciben como neutras, pero que nunca lo fueron. Hoy no se puede concebir una teoría y práctica emancipadora que no incorpore la diversidad humana, la raza y el género. No tiene sentido hablar de clase si no se tiene en cuenta que la clase está compuesta de individuos que son mayoritariamente de una raza, que son hombres o mujeres, y que eso determina de manera fundamental sus vidas. Quienes se empeñan en seguir calificando despectivamente de woke cualquier reivindicación de la diversidad están dificultando su victoria electoral y traicionando a la gente. Las cifras demuestran que Mamdani no hubiera ganado de no haber sido por el entusiasmo que su candidatura despertó en las personas LGTBIQ de Nueva York y en las mujeres.

Mamdani es un musulmán en una ciudad que vivió el 11S. No se esconde, ni pide perdón, se dirige a la población musulmana como uno de los suyos, pero al mismo tiempo, desafía todos los prejuicios: es de izquierdas, es defensor del feminismo y los derechos LGTB. Ha citado a Malcom X (un tabú para los demócratas) y ha ganado defendiendo claramente que en Gaza hay un genocidio, que a Netanyahu hay que detenerlo y juzgarlo si pone un pie en Nueva York, y lo ha hecho en la ciudad en la que hay más judíos fuera de Israel y en donde los lobbies sionistas tienen más poder. Ha abordado la diversidad cultural y étnica con decisión y sin complejos. Sus materiales han sido traducidos a todos los idiomas posibles, los voluntarios que iban casa por casa eran hablantes de la multitud de idiomas que se hablan en Nueva York, y en todo su discurso siempre había referencias a la diversidad, que no es algo diferente a la clase, sino que es la base de la clase en Nueva York.

Las propuestas de Mamdani no son radicales sino que han sido hegemónicas mucho tiempo en la izquierda. Mamdani ni es woke ni deja de serlo, es de izquierdas, de la izquierda del siglo XXI, esa que la derecha ha calificado, sí, de izquierda woke para desacreditarla. Lo que no ha hecho Mamdani ha sido centrarse, retroceder, no ha cedido terreno ni ha tenido miedo. Viene con una propuesta de reescritura del contrato social porque la sociedad ha cambiado. Mamdani hace una política que busca disolver el miedo y negar la existencia de “enemigos internos”: los verdaderos enemigos son los multimillonarios.  Y todo esto lo ha dicho con seriedad, pero también con simpatía. Usando el sentido del humor como un arma política más. Caer bien es imprescindible cuando las emociones ocupan un lugar fundamental a la hora de emitir el voto. Los políticos que nos regañan, nos dan ordenes o están siempre enfadados no caen bien. Y no hace falta demostrar todo el tiempo que se odia al adversario, basta con desafiar sus argumentos y saber defender los propios. El odio tiene un efecto contagio que lo oscurece todo y, especialmente, la esperanza.  

En los debates electorales, sus adversarios fingían no saber pronunciar su nombre para señalarlo como extranjero (como si en EEUU no hubiera nombres no anglosajones). Pero él contestaba deletreándolo. M-A-M-D-A-N-I . Está bien que Pedro Sánchez cite la esperanza que Mamdani ha concitado, pero mucho mejor estaría si aprendiera cómo lo ha logrado

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