Lo difícil que es ser de izquierdas

Si quienes tienen que hacer las cosas de otra manera no las hacen, las cosas seguirán siendo las mismas, aunque cambien las personas que las protagonizan y el lugar que ocupen dentro del sistema.

Ser de izquierdas no es sencillo; además de tener que buscar un consenso con otras posiciones de izquierda que toman como punto de referencia temas distintos, siendo conscientes de que hay que trabajar sobre todos ellos para transformar la manera en que están integrados dentro del modelo androcéntrico, y su significado de cara a la determinación de la realidad, hay que hacerlo para que las medidas lleguen e impliquen a la sociedad. Ocurre, por ejemplo, con el ecologismo, el feminismo, al animalismo, la economía, la educación, la cultura… sobre todos ellos hay que articular medidas puntuales que se integren en políticas globales que, además que cada uno de los temas, integren también las distintas perspectivas y prioridades que existen dentro de la izquierda sobre cada materia. Así, por ejemplo, se puede estar a favor de que hay que acabar con la precariedad laboral, pero las propuestas para lograrlo pueden ser distintas y su prioridad respecto a otros temas importantes para la izquierda, como la violencia de género, el cambio climático o la educación, en los que también se está de acuerdo en que hay que abordar, pueden ser diferentes.

Aparte de esa dificultad, la propuesta resultante ha de defender y enfrentarse a una concepción conservadora de la realidad avalada por la historia y, por tanto, consolidada e integrada como parte de la normalidad, la tradición, la costumbre y todo lo que define esa normalidad.

Y si fuera poco todo eso, la manera de conseguir el apoyo de la sociedad, no sólo de las otras posiciones de izquierda, requiere un ejercicio de imaginación y compromiso importante, puesto que las alternativas que se proponen no cuentan con una referencia objetiva, como sí la tiene el modelo conservador con la historia, puesto que se trata de propuestas progresistas que son transformadoras y proponen alcanzar algo que aún no existe.

Todo ello hace difícil ser de izquierdas en sentido práctico, una situación que facilita la dispersión entre temas y la fragmentación en las propuestas a partir de las distintas prioridades, enfoques, intensidades... que se dan a cada tema, lo cual dificulta el desarrollo de las políticas de izquierdas y el apego de muchas personas que se sienten identificadas y comprometidas con alguno de los temas particulares, y que ven desplazados a posiciones “secundarias” según su visión.

Muchas de esas personas que ven cómo no se le da a su materia la importancia que consideran se sienten traicionadas y dan un paso atrás. Y al ser conscientes de que ese posicionamiento sobre lo particular dificulta el proyecto común, para minimizarlo y no sentirse responsable, se recurre al argumento ético para justificar las consecuencias que conlleva esa atomización.

Por otra parte, la propia posición transformadora hace que surjan muchas cuestiones nuevas y que haya que estar revisando toda esa interacción y su impacto en la propuesta general, a diferencia de quienes defienden el orden dado y se sitúan en él como parte del mismo, sobre todo cuando se cuentan con privilegios derivados de la condición y el estatus.

Todas esas circunstancias implican que para conseguir la transformación social y cultural hay que hacer las cosas de otra manera, no sólo hacer otras cosas.

Si se hacen otras cosas de la misma forma que el modelo conservador-androcéntrico el resultado será un nuevo decorado dentro de ese modelo conservador-androcéntrico, no un modelo distinto. Ese cambio de decorado es lo que ha hecho el modelo en todo momento a lo largo de la historia, y seguimos dentro del mismo.

Por lo tanto, no vale el argumento de que “ellos lo han hecho antes”, ni el “ahora nos toca a nosotros”, porque si estaba mal antes está mal ahora, tanto por el hecho en sí y sus consecuencias, como, sobre todo, por su significado y los valores que representa.

Una de las trampas del machismo-conservador es hacer caer a las posiciones progresistas en su modelo y estrategias, porque al hacerlo perpetúan el sistema y sus formas de hacer política, aunque el resultado sea distinto, además de quitarle valor a las propuestas alternativas al presentarlas como continuidad, tal y como con frecuencia se dice bajo la idea del “más de lo mismo” o el “mismo perro con distinto collar”. Por lo tanto, desde mi punto de vista, no vale el insulto, ni la cancelación, ni el escrache, ni los nombramientos injustos, ni insultos que sustituyan a razones porque se crea que ahora hay motivos que los justifican.

La izquierda debe hacer las cosas de otra forma para transmitir los valores que representa, que no sólo pueden estar en los enunciados de sus políticas y propuestas. El machismo es cultura y, precisamente, su fortaleza no está en los elementos formales y materiales, estos llevan cambiando diez mil años y seguimos igual, sino en los valores que representan y sus elementos informales.

La responsabilidad y el compromiso deben ir mucho más lejos de los gestos y los enunciados, en eso todo el mundo es muy comprometido con su posición individual

La responsabilidad ética de la izquierda también está en hacer las cosas y la política de otra forma. Al actuar deben pensar en la ética del bien común y en el compromiso con un proyecto de sociedad en el que muchas personas llevan siglos trabajando, incluso dando sus vidas por ello. Y en un proceso de ese tipo el mejor argumento siempre es el ejemplo, como defendió el premio Nobel de la Paz Albert Schweitzer.

Y si tomamos como ejemplo la experiencia de lo que ha funcionado y no ha funcionado, una de las cosas que hay que hacer es evitar una posición pasiva o enfrentada dentro de la izquierda. Hay que ser conscientes de que en los cuatro años de una legislatura sólo se puede conseguir una mínima parte de ese proceso transformador, pero esa mínima parte de las acciones de hoy resulta esencial para el proyecto de mañana. La responsabilidad y el compromiso deben ir mucho más lejos de los gestos y los enunciados, en eso todo el mundo es muy comprometido con su posición individual.

Ser de izquierdas no es sencillo, pero serlo para favorecer al modelo conservador-androcéntrico debería ser más complicado y éticamente cuestionable.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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