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Las elecciones de verano se ganan en invierno

Cuando se dijo muy gráficamente que los incendios de verano se apagan en invierno”, la sociedad se vio impactada por un mensaje directo que hizo tomar conciencia sobre el problema del fuego, y entender que pocas cosas pasan sin unas causas y un desarrollo que conduce hasta ellas.

Algo parecido podríamos decir de las elecciones y del momento álgido de la convocatoria electoral, y afirmar que las “elecciones de verano se ganan en invierno”, es decir durante el periodo de tiempo que lleva hasta ellas. Jugarse unas elecciones a una campaña electoral y hacer que todo un proyecto político se decida por lo que la gente pueda deducir de una especie de “ofertas y rebajas”, de reivindicaciones y acusaciones mantenidas durante 15 días, con todas las interferencias y riesgos que las acompañan, no deja de ser un problema.

Y este problema siempre será mayor para los partidos progresistas que necesitan transformar la sociedad, que para los partidos conservadores que cuentan con el respaldo de las referencias que definen la realidad, y sobre las cuales quieren seguir configurando la sociedad. Para ellas tardar 4 años más o menos en retomar el proyecto es algo menos trascendente que para las posiciones progresistas dejar de desarrollar su proyecto durante 4 años, porque además del “tiempo perdido” es muy posible que se encuentren con nuevos obstáculos en el momento de retomarlo.

El resultado de las elecciones refleja, de algún modo, justo esa apuesta por las campañas, y mientras que el PP ha perdido la ventaja con la que llegaba, el PSOE se ha recuperado durante el desarrollo de la misma. A pesar de ello, el PP ha ganado y el PSOE ha perdido, pero como el resultado se basaba más en expectativas que en hechos, el PP ha perdido y el PSOE ha ganado.

Desde mi punto de vista, esa apuesta por las campañas como estrategia fundamental de cara a unas elecciones es un error que a la larga beneficiará más a las posiciones conservadoras. Y es un error porque devalúa el trabajo realizado durante los 4 años previos, y porque facilita las interferencias a la hora de decidir sobre un proyecto que debe basarse más en la conciencia y responsabilidad que en la emoción y las pasiones. Y todo ello es especialmente trascendente cuando el objetivo pasa por la transformación social que debe caracterizar un modelo progresista y feminista.

En cualquier caso, esa dualidad de victoria-derrota o de derrota-victoria en cada uno de los principales partidos, demuestra fragilidad social a la hora de construir el espacio común y público que debe definir la convivencia democrática. Una fragilidad que será de nuevo amenazada por la polarización interesada de quien sabe que en un contexto de incertidumbre la gente rechaza los cambios y transformaciones sociales.

Un proyecto progresista y feminista debe ganar unas elecciones por comprometer a la gente a formar parte de él, no por convencer para que lo voten a lo largo de los 15 días de campaña

Desde el punto de vista de un proyecto de transformación social, al margen de la formación de gobierno por el PSOE, debe preocupar que el PP haya ganado en 39 de las 50 provincias, porque esa situación significa que ya se está empezando a producir la victoria en unas próximas elecciones con independencia del tiempo que tarden en convocarse, sobre todo cuando se comprueba que uno de los principales argumentos contra el PP, como es su alianza con Vox, ya no funciona y ha sido respaldada por el electorado allí donde existe, excepto en Extremadura, probablemente por su proximidad y por las circunstancias que han acompañado al pacto. De manera que ese miedo a que viene el coco de la ultraderecha ya no está presente, e incluso se reivindica.

El electorado no ha penalizado las políticas propuestas por Vox, entre ellas la negación de la violencia de género, sino que le ha dado el protagonismo para desarrollarlas al PP por eso de que había que “derogar el Sanchismo” y votar a Vox podía impedirlo. El votante de derechas ahora quiere más derecha, no menos, por eso en mitad del discurso de Feijóo en la noche electoral se puso a aclamar a Díaz Ayuso.

Los partidos de izquierda no pueden limitarse a gestionar las desigualdades ni a desarrollar políticas paliativas contra ellas, estas son necesarias, pero resultan insuficientes. Su objetivo debe ser abordar los problemas de manera estructural para erradicar las causas que dan lugar a ellos, y eso exige tener claro un modelo sólido que permita desarrollarlo elección a elección, y en el que la sociedad se sienta identificada y protagonista.

Si se utiliza la legislatura para “apagar focos de incendio” que puedan surgir ante determinadas circunstancias y en su relación con socios y apoyos, para luego intentar compensar la falta de medidas estructurales en una campaña electoral cargada de promesas, no siempre se tendrá éxito. Un proyecto progresista y feminista debe ganar unas elecciones por comprometer a la gente a formar parte de él, no por convencer para que lo voten a lo largo de los 15 días de campaña.

La democracia es más una campiña que hay que cultivar cada día que una campaña que haya que ganar en una jornada. Y alguien debería estar mirando todo esto más allá de los pactos para formar gobierno.

En Andalucía ya hemos tenido experiencias cercanas que han terminado por consolidar el modelo conservador. En las elecciones de 2012 ganó el PP de Javier Arenas y gobernó el PSOE de Griñán y Susana Díaz con IU. En las siguientes elecciones (2015) ganó el PSOE y gobernó con Ciudadanos, en las de 2018 volvió a ganar el PSOE, pero gobernó el PP de Moreno Bonilla con Ciudadanos y el apoyo de Vox, y en las últimas elecciones (2022) ganó el PP con mayoría absoluta. A pesar de estar en el gobierno el modelo progresista se fue debilitando mientras que el conservador se reforzó, y lo ha hecho porque a nivel social están potenciando su modelo para que la sociedad se identifique con lo de siempre y sus costumbres, tradiciones, ideas y valores. Me temo que si no se trabaja durante el “invierno” en el proyecto progresista, se volverá a producir un “incendio electoral” cualquier “verano”, porque desde posiciones conservadoras sí están trabajando en su modelo social a través de lo que ellos llaman “guerra cultural”, y luego llegarán a las campañas cargados de bulos, postverdades o “inexactitudes” coherentes con todo lo que han preparado durante cuatro años. Si se pasan cuatro años hablando de “Sanchismo”, será fácil decir en campaña que se quiere el voto para “derrocar al Sanchismo”.

Pactos sí, Gobierno también, pero sobre todo proyecto político progresista y feminista para la transformación y participación social.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la Violencia de Género

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