Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
La juventud es un tesoro cuando se tienen valores para convivir en paz, libertad e igualdad, pero, cuando lo que se tiene dentro es el egoísmo y la violencia, la juventud es parte de la antesala del daño y el dolor.
Lo hemos visto estos días en una serie de crímenes protagonizados por hombres jóvenes en diferentes lugares; me refiero al tiroteo llevado a cabo en una escuela de Texas en Estados Unidos, con 21 víctimas, entre ellas 19 niños y niñas, y a las diferentes violaciones grupales cometidas en España.
Ninguno de esos sucesos es casualidad.
Y no es casualidad porque dentro de la violencia que se produce en una sociedad androcéntrica, en la que el 95% de los homicidios es cometido por hombres, los jóvenes adoptan conductas similares a la hora de afrontar las circunstancias de su día a día, sobre todo cuando los cambios sociales que critican ese tipo de comportamientos violentos son presentados como un ataque a los hombres.
La complicidad de la sociedad androcéntrica y su masculinidad con la violencia es tal, que en lugar de preguntarse por qué los hombres protagonizan la inmensa mayoría de los actos violentos, responden que "sólo son unos pocos hombres", como si la delincuencia y la criminalidad fueran un problema de mayorías. A nadie se le ocurriría decir que los terroristas son "unos pocos hombres", todo lo contrario, les parecen muchos y buscan acabar con ellos cuanto antes, pero, en cambio, sí se dice de los agresores y asesinos en violencia de género, cuando los 600.000 maltratadores son muchos más que la mayoría de los criminales de otros grupos.
Pero todo esto no es un error. Al actuar con esos argumentos se busca apartar la mirada de esa masculinidad violenta que utiliza cualquiera de sus instrumentos, bien la fuerza a través de los ataques y agresiones, o bien el poder por medio de la amenaza, la coacción, la atrición o cualquiera de sus formas, pero siempre para asegurar sus objetivos y beneficios.
Y en esta sociedad muchos hombres jóvenes quieren ser mayores para vivir la vida de ventajas y privilegios que la cultura les ha prometido, por eso en un tiempo acelerado, materialista y hedonista como el nuestro, en el que una imagen vale más que mil silencios, tienen prisa por ser hombres. Y como no pueden traer la edad adulta a la juventud, llevan la juventud a la edad adulta.
Los jóvenes siempre han jugado a ser mayores. Antes lo hacían empezando a fumar a edades tempranas para así parecer adultos, o poniéndose una chaqueta del padre para que lo vieran como a él, o al dejarse el bigote incipiente como los hombres de las películas que veían. Todas esas modas han cambiado, pero no el deseo de ser mayores en su juventud, ni de hacer lo que se entiende que es "cosa de hombres" para aparentarlo.
Esta idea es uno de los elementos que están en la base de muchos tiroteos múltiples protagonizados por jóvenes en EEUU, reproduciendo la conducta que antes era exclusivamente de los adultos. De hecho, según la organización Everytown, desde 2013 se produce un incidente con armas en un centro educativo de EEUU cada 3-4 días, y en los 10 tiroteos escolares más graves, que suman 131 víctimas, la mayoría de los agresores fueron hombres jóvenes de menos de 20 años.
En nuestro país ha ocurrido algo similar con la violencia de género debido a esa reproducción de las conductas de los hombres mayores, situación que ha conducido a un incremento de la violencia sexual y del maltrato en las relaciones de pareja protagonizada por chicos jóvenes, con un incremento del 70,8% en el número de agresores de menos de 18 años, según el informe del INE sobre la violencia de género en 2021.
Todos esos agresores son hombres jóvenes que quieren ser hombres mayores y que, además de hacer lo que hacen los hombres adultos con la violencia de género y la sexual, quieren ser reconocidos como tales, por eso comparten en las redes sociales las agresiones que llevan a cabo o invitan a otros jóvenes a participar, como hemos visto en Burjassot, como si la chica violada fuera un objeto de su propiedad.
Entre las razones que han dado lugar a este cambio y al aumento de la violencia en los jóvenes, destacan cuatro elementos:
Defender a los hombres no es dejar que sigan reproduciendo la violencia y que luego representen el 93,2% de la población reclusa mundial (ICPR, Universidad de Londres, 2018). Apoyar a los hombres es hacerles reflexionar y adoptar medidas para que abandonen esa forma de entender la masculinidad que ha impuesto el machismo, en la que la violencia forma parte identitaria para que sean reconocidos como más hombres.
Apoyar a los hombres es hacerles reflexionar y adoptar medidas para que abandonen esa forma de entender la masculinidad que ha impuesto el machismo, en la que la violencia forma parte identitaria para que sean reconocidos como más hombres
Quienes atacan a los hombres son quienes los abandonan en la soledad de una celda por usar la violencia, o en mitad de una sociedad que desconfía de ellos o directamente les teme. Hablar de Igualdad no es adoctrinar, como no lo es hablar de libertad, justicia o dignidad; adoctrinar es impedir que se hable de Derechos Humanos, de convivencia y de democracia para mantener una ideología enraizada en un tiempo en el que no existía ninguno de esos elementos, ni los Derechos Humanos ni la democracia.
A veces se dice de los hombres adultos que "son como niños", casi siempre con una connotación positiva, lo que no podemos permitir al referirnos a los niños es que se diga que "son como adultos" para explicar la violencia que ejerce la juventud.
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