JD Vance tiene razón: Europa tiene el enemigo en casa Cristina Monge

No, las mujeres no tienen que estar llorando en una habitación, ni patalear en el suelo, ni gritar antes, después o mientras sufren una agresión sexual. Escribirlo —y también leerlo— resulta una obviedad, los hechos demuestran que hace falta repetirlo aún más si cabe.
Es lo que, de manera pedagógica y en sólo dos frases, le ha explicado este lunes Jennifer Hermoso a la abogada que defiende a Luis Rubiales. Dos frases para desmontar uno de los estereotipos en los que, a lo largo de la historia, se ha apoyado el machismo para culpabilizar a las mujeres. El de la víctima perfecta. Spoiler: no existe. La letrada quería subrayar que si, tras la agresión, la jugadora mantuvo una actitud despreocupada y festiva es porque no hubo agresión. ¿A qué les suena? Si Hermoso se hubiera mostrado afligida o cabizbaja, el argumento sería el contrario, pero con el mismo efecto: su comportamiento es exagerado, está fingiendo. Miente. Sorprende que, tras los avances en igualdad en estos años en España, en los tribunales sigamos escuchando una y otra vez las mismas conclusiones para desacreditar a las mujeres. No ha pasado ni un mes desde aquellas vergonzosas preguntas —”¿sabe para qué se sacó el pene?, ¿no será que quería algo con él?”— que el juez Carretero le hizo a Elisa Mouliáa tras denunciar a Iñigo Errejón por violencia sexual.
Si algo ha quedado claro en la primera sesión del juicio es que esa es la estrategia de la defensa: cuestionar a la futbolista. La abogada de Rubiales ha llegado a preguntarle a Hermoso si antes del beso no consentido le envió emoticonos al entonces presidente de la Federación de fútbol. ¿Qué pretende demostrar? En el 80% de los casos, las agresiones sexuales se dan en el entorno de la víctima. Entre familiares, amigos, compañeros de trabajo. En muchas ocasiones, antes y después, hay mensajes y sí, hay emoticonos. ¿Qué prueba exactamente eso? ¿Por qué parece que quien se tiene que defender es ella cuando los acusados son otros?
Hermoso ha señalado que sabía que en la actuación de Rubiales había abuso de poder, y que un jefe no podía actuar así bajo ningún concepto, pero activó el ‘modo campeona del mundo’ para poder celebrar junto a sus compañeras que habían hecho historia. Por primera vez, las jugadoras españolas habían conseguido ganar un Mundial de fútbol. En esos momentos de euforia —y los que vendrían después—, Jennifer ha descrito cómo se sintió sola, cuestionada y coaccionada para minimizar aquello que había visto medio mundo en televisión. “Nunca imaginé sentirme así en el mejor momento de mi carrera”, una frase demoledora que quizá no resulte tan ajena a alguna de nuestras lectoras.
Sorprende que, tras los avances en igualdad en estos años en España, en los tribunales sigamos escuchando una y otra vez las mismas conclusiones para desacreditar a las mujeres
También ha detallado cómo la Federación trató de disuadirla para que no denunciara. Un chantaje emocional con el que le hicieron creer que era una mala persona por “no haberle quitado el marrón de su vida” a Rubiales. Piensen por un momento el marrón al que se enfrentaba plantándole cara a alguien mucho más poderoso que ella. Al que se enfrentó la víctima de la violación de sanfermines —a la que, durante meses, horas de tertulias televisivas y titulares de periódicos culparon de la agresión sexual grupal— o la de Dani Alves —a la que se reprochó que fuese a cobrar la remuneración económica a la que todas las víctimas tienen derecho—.
El propio acusado, ha contado ella, trató de convencerla en el avión de regreso de Sídney, rogándole que pensara en sus hijas, con las que compartían vuelo y que, según le explicó, no paraban de llorar. Esto, por cierto, también lo vimos en la famosa comparecencia en la que Rubiales, haciendo uso del manual del completo machista, se mostró testosterónicamente ofendido, asegurando hasta en cinco ocasiones que no iba a dimitir de su cargo porque había sido “un piquito” consensuado y la culpa de todo la tenía la ‘lacra del falso feminismo’. Quizá por ello resulte menos sorprendente, aunque no por ello menos repulsivo, oír a Hermoso contar que él usó un argumento homófobo para justificar que lo ocurrido no podía ser un delito sexual debido a la orientación sexual de la jugadora. “A ti y a mí nos gusta lo mismo”, ha relatado que le dijo.
Cuando Jennifer Hermoso hablaba este lunes del ‘modo campeona del mundo’ se refería a la alegría y celebración por haber conseguido un hito deportivo. Un ejemplo, y un espejo en el que podrán mirarse las futuras generaciones de niñas a las que, en más de una ocasión, alguien les habrá dicho que su futuro no estaba en el deporte profesional. Pero ese ‘modo campeona del mundo’ sirve también para definir la revolución social que tanto ella como sus compañeras consiguieron tras alzar la voz para decir #SeAcabó. Cómo con ese grito colectivo visibilizaron las conductas machistas o violentas que sufrían y cómo el pacto de silencio entre hombres las había permitido durante tanto tiempo.
Fue la activista Audre Lorde la que dijo que nunca sería una mujer libre mientras siguiese habiendo mujeres sometidas. Medio siglo después, Jennifer Hermoso ha conseguido demostrar lo poderosas que son las alianzas femeninas, esas que consiguen que un político dimita por intentar recortar los derechos de las mujeres o las que sientan a un mandamás en el banquillo. Contigo siempre, Jenni. Nuestro silencio no volverá a protegerles.
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