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Resaca de Sumar

Lo importante de un evento como el que organizó Yolanda Díaz el pasado domingo en el Polideportivo Antonio Magariños no es tanto lo que ocurre el mismo día de la celebración, sino en los días posteriores. Esos días son clave porque son en los que se digiere el evento, se explican sus claves y se disputa el relato que a partir de entonces se contará sobre lo acontecido. Todo eso puede ocurrir de dos maneras distintas: o en un torbellino ilusionante como cuando en 2014 un Podemos muy distinto y lejano al actual presentó en el Teatro del Barrio de Lavapiés el manifiesto Mover ficha: convertir la indignación en cambio político y logró en un solo día las 50.000 firmas que pedía para seguir adelante; o en una resaca complicada en la que las lecturas sobre lo ocurrido son caldo de disputa y enfrentamiento que apenas pueden ser superadas por una cierta recuperación de la ilusión por un proyecto político novedoso.

A pesar de todo, seguramente los casi diez años que nos separan de aquel 2014 no me están dejando ser del todo justo con esta comparación. Porque lo cierto es que aquella brisa de ilusión y esperanza que se abrió en 2014 tampoco estuvo exenta de polémica y no hubo tampoco una lectura unitaria y transversal sobre lo que ocurrió allí. En aquellos primeros meses vimos, escuchamos y leímos a muchos "cenizos" (en palabras del Iglesias de por aquel entonces) que criticaban el experimento político de aquel grupo de profesores de ciencias políticas y los acusaban de ser "marionetas del sistema", "creaciones de los medios de comunicación para desactivar a la verdadera izquierda" o "niños mimados que no se atrevían a plantarle cara de verdad al poder". Podemos acabó demostrando con creces y en cientos de ocasiones que no eran nada de eso, sino todo lo contrario; y, con el tiempo, la lectura sobre aquel momento fundacional de 2014 ha quedado escrita en la historia como una explosión de ilusión sin peros. Un momento para ser recordado con alegría e incluso nostalgia.

Por el momento, en lugar de ilusión sin matices lo que tenemos es una resaca de Sumar que se centra más en el dolor de la disputa abierta que en las lecturas más esperanzadas

En Magariños hubo una sensación de vuelta a la casilla de salida. De volver a estar reunidos en un Teatro del Barrio en el que ya pocos eran nuevos en política y donde la mayoría eran viejos conocidos, pero donde, aun así, se respiró un ambiente de ilusión y esperanza que hacía tiempo que no se veía en el ámbito progresista español. Y, de la misma forma, también hubo "cenizos" (una vez más en palabras del Iglesias de 2015) que tacharon a Yolanda Díaz y a Sumar de "marionetas del sistema", "creación de los medios de comunicación para desactivar a la verdadera izquierda" o "niños mimados que aspiran a ser la marca blanca del PSOE". Y una vez más, como cuando se dijo contra Podemos hace casi una década, no es cierto.

Lo único cierto es que hoy ya todos somos mucho menos ingenuos y sabemos que no hay liderazgo perfecto ni proyecto político definitivo como para que el grado de ilusión sea equivalente al que vimos hace una década. Pero también que es obvio, incluso legítimo, que Podemos, al igual que hizo Izquierda Unida con ellos en 2014, vea con cierto miedo y distancia el surgir de una nueva plataforma política y un liderazgo renovado que tal vez engulla su proyecto. Por eso, por el momento, en lugar de ilusión sin matices lo que tenemos es una resaca de Sumar que se centra más en el dolor de la disputa abierta que en las lecturas más esperanzadas.

El problema, como siempre, ha sido hablar del ombligo propio en lugar de hablar del país que se aspira a gobernar. Y, repitiendo el problema de las elecciones autonómicas andaluzas, hablar sobre conformación de listas en lugar de proyecto de país. El problema de Andalucía no fue que hubiese “pactos de despacho" en vez de primarias abiertas o viceversa. El problema es que hubo una discusión pública, mediatizada y encarnizada por cuestiones orgánicas que rompieron todos los puentes a la interna y que hizo desaparecer cualquier atisbo de ilusión a la externa. Está ocurriendo algo parecido esta vez. La diferencia es que ahora todavía quedan nueve meses para las elecciones generales para las que Sumar se creó y todavía hay margen de acción para conseguir que, dentro de unos años, cuando echemos la mirada hacia atrás, veamos el Magariños de 2023 como ahora vemos el Teatro del Barrio de 2014 y nos hayamos olvidado de la resaca de Sumar que nos hizo doler la cabeza durante demasiados días de manera innecesaria. Hay demasiado en juego como para repetir los errores de siempre.

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