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Como si nadie viera porno

Vamos a suponer que nunca lo has hecho antes (entiendo que a esto estamos jugando todos en este país, a que nadie ve porno, sólo los terribles adolescentes). Entra en un buscador y pon la palabra porno. Lo primero que te encuentras es la página Pornhub. Si entras en ella, aparecerá una pantalla en la que te piden que confirmes si tienes más de 18 años. Además de este primer cortafuegos para menores de edad, Pornhub te ofrece una aplicación de control parental para que puedas ‘bloquear fácilmente’ el acceso a esta página, ofreciendo también una serie de claves informativas sobre sexualidad responsable, salud sexual y mental. Como también supongo que nadie en el Gobierno ve porno, probablemente no pudieran saber que su propuesta es muy parecida a la que ya hacen las propias páginas porno, con algunas mejoras patrias como el pin parental o el nada usado y desconocido control facial que todos tenemos en nuestros teléfonos. 

Al entrar en la página, aparece una selección de los vídeos calientes en España, donde podemos encontrar algunas palabras destacadas como: vegana, isla de las tentaciones, trans, primera vez por el culo, abuelo haciendo X, papá haciendo X, hermanastro haciendo X, virgen... Si quieres ver alguno de estos vídeos sólo tienes que hacer click encima, y tras varios anuncios de aplicaciones para tener sexo o citas, se reproducirá sin mayor complicación. Con la misma sencillez con la que, incluso sin la ayuda que ofrece Pornhub, en casi cualquier dispositivo se pueden colocar a día de hoy distintos filtros para el control de la privacidad y la seguridad en el acceso a distintas aplicaciones o internet en general de personas menores de edad. ¿Cuál es la novedad que ofrece el anuncio por parte del Gobierno de una nueva aplicación de control parental para menores de edad ante el acceso al porno? (¿Deducimos que no hay mayor problema con que accedan todos los demás?)

Lo cierto es que no está claro, a pesar de los varios anuncios en cascada de las últimas semanas sobre el tema. Si bien es cierto que a estas alturas de la historia de la coalición, es bien conocida ya esa batalla por el relato en la que, con grandilocuentes títulos como “plan integral para lo que sea que toque esta semana”, se intenta contrarrestar algún efectista anuncio del otro socio del Gobierno. La lógica suele ser la misma. Ante un problema estructural se hacen, por un lado, diagnósticos y propuestas de políticas públicas que aspiran a ser integrales para revertir, en muchos casos, la larga inacción de anteriores gobiernos en alguna materia; y, por el otro, y para cerrar cualquier atisbo de crítica, golpe de efecto: se prohíbe X, se pena X, se saca al presidente si hace falta a decir que pasará X. Reconocerán este argumento de anteriores películas socialistas como “Vamos a abolir la prostitución en un año”, “Vamos a acabar con la explotación sexual en esta legislatura” o “Vamos a informar a las parejas de los maltratadores de sus antecedentes penales para acabar con la violencia de género”. En esta misma línea, el Gobierno afirmó que habrá un Acuerdo de país para proteger a los menores del porno en internet, ya que se ha convertido en una epidemia. Y es verdad que hay cifras que preocupan. Por ello, no se debe menospreciar este asunto, sino más bien al contrario, hablarlo de la forma más honesta posible.

La conversación que España tiene pendiente no es únicamente la del acceso al porno de los menores, sino la de una determinada cultura sexual basada en el sometimiento y no en la igualdad

Hay datos que se entienden mejor cuando se cuentan juntos. Tan preocupante es el acceso temprano de los menores al porno como el aumento en las agresiones sexuales, como la ausencia de educación sexual o el recién publicado por el CIS rechazo de una buena parte de los hombres a lo que el feminismo pueda aportar a sus vidas. La conversación que España tiene pendiente no es únicamente la del acceso al porno de los menores, sino la de una determinada cultura sexual basada en el sometimiento y no en la igualdad. Dicho de otro modo, de nada sirve hablar de lo primero sin hablar de lo segundo. Reconozcamos, en primer lugar, que en España se ve mucho porno. Las estadísticas de Pornhub nos situaban en el puesto trece del ranking mundial en el consumo de porno. Unas estadísticas que, por cierto, decían que la palabra más buscada a nivel mundial era "lesbianas" y una de las más buscadas en España era español y adolescentes (porno sí, pero patria siempre y mariconadas las justas). Según estas mismas estadísticas, en España, el 74% de los consumidores son hombres y el 80% mayores de 24 años. Aunque no podemos saber la relación de este número con el consumo en los menores de edad —que seguro sería preocupante—, hay una evidencia aplastante y es que el consumo de porno parece, fundamentalmente, un asunto de hombres de mediana edad. ¿Esto quiere decir que todos los hombres de mediana edad que ven porno consumen violencia sexual en sus pantallas? No lo creo. (Juro que no estoy hablando de los amigos del presidente). E incluso, aunque este fuera el caso y asumiéramos que toda la industria pornográfica solo sirve para reproducir violencia contra las mujeres, ¿prohibir el acceso al mismo para los menores serviría para acabar con la raíz del problema? ¿Cuál sería, entonces, el problema que estaríamos intentando atajar? ¿La existencia del porno, que los menores lo consuman o la relación de ambos asuntos con la violencia sexual? ¿O quizás que los menores quieran saber sobre sexo y no tengan respuestas accesibles y sanas a la curiosidad propia del momento de su desarrollo? Si el porno es una representación más o menos explícita de actos sexuales, ¿puede haber un porno no violento que no reproduzca estereotipos patriarcales sobre las relaciones sexuales o nuestros cuerpos? ¿Puede ser útil la ficción sobre las relaciones sexuales para la educación sexual? ¿Aspiramos a una sociedad en la que la ficción sobre el sexo sea siempre un problema? ¿No es deseable que exista al menos el mismo esfuerzo en prohibir lo malo que en imaginar lo bueno?

Algunas pistas. Hace ya casi dos décadas que nuestro ordenamiento jurídico dice que todas las personas menores de edad en nuestro país deben recibir educación sexual. Además, en los últimos años, España ha aprobado numerosas normas en las que se incluyen propuestas para una educación sexual integral obligatoria, como la ley de infancia o la ley de libertad sexual, llenas de medidas que no se han llevado a cabo y que son urgentes si atendemos a los datos del Instituto de las Mujeres, que nos señalan que la mayoría de los y las jóvenes consideran que su educación sexual ha sido deficiente. Si sólo quisiéramos centrarnos en esta esquina del problema, ¿qué creemos que puede ser más útil con un chaval de 10 años: que tenga que pasar algún filtro más en su ordenador cuando ponga tetas en Google después de jugar al Fortnite o que haya podido hablar lo suficiente sobre sexo en clase antes de que eso suceda? Si bien pueden ser medidas deseablemente compatibles, es preocupante, una vez más, que el Gobierno centre sus esfuerzos únicamente en la primera, confiando además en que no afecte de ningún modo a la implementación de esta medida la insalvable brecha digital que existe entre la generación que prohíbe y la que quiere saber. 

Si vamos a hablar de porno, hagámoslo de una vez por todas, en serio. Lo que es normal para un adulto, no puede ser una epidemia peligrosa para un menor. Dejemos de fingir que esto es un problema de los adolescentes o que se puede solventar con la hipervigilancia o la prohibición. El problema sigue siendo el mismo: en España de sexo (feminista) no se habla y la educación sexual es ya una urgencia.

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Ángela Rodríguez es secretaria de feminismos de Podemos y exsecretaria de Estado de Igualdad.

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