La Unión Europea calibra su próximo paso en Ucrania

Son muchos los indicios de que la guerra en Ucrania se encamina hacia una nueva etapa, cuando están a punto de cumplirse tres años desde el inicio de la invasión rusa. Mientras Volodímir Zelenski ya tiene cita para reunirse con Donald Trump y éste habla telefónicamente con Vladimir Putin, la situación en el terreno muestra a las claras cómo ninguno de los dos contendientes está en condiciones de imponer definitivamente su dictado. Es cierto que los drones y misiles ucranianos amplían cada vez más su radio de acción, destruyendo instalaciones petrolíferas y bases enemigas en pleno territorio ruso y haciendo retroceder a la flota del mar Negro desde Sebastopol hasta Novorosíisk, mientras sus unidades de infantería mantienen todavía algunas posiciones en la región rusa de Kursk. Pero también lo es que, a pesar de las sanciones internacionales y sus propios errores, las tropas rusas siguen avanzando en diversas zonas del frente, ocupando cada vez más terreno, en un movimiento que pone en cuestión la capacidad ucraniana para resistir por mucho más tiempo.

A eso se une el cambio de posición de la opinión pública ucraniana, mostrándose ya mayoritariamente a favor de alcanzar algún tipo de acuerdo que ponga fin al castigo que sufre diariamente como resultado de una estrategia rusa que busca precisamente desmoralizar a la población con ataques directos indiscriminados y con la destrucción de las infraestructuras de generación eléctrica. Por otra parte, ya es inocultable el alto grado de deserciones y el escaso resultado de la nueva ley de movilización, poniendo de manifiesto la renuencia ciudadana para incorporarse a la primera línea de combate. Y, por si aún faltara algo para empujar a Zelenski a la mesa de negociaciones, Trump ya plantea abiertamente recortar o cerrar por completo la ayuda económica y militar que Washington viene prestando a Kiev. Una decisión que, de confirmarse, haría imposible la defensa ucraniana en la medida en que, sin Estados Unidos, lo que aportan los demás aliados occidentales no sería suficiente para hacer frente a la embestida rusa.

Zelenski está tratando desesperadamente de lograr un compromiso por parte de sus aliados europeos para no quedar expuesto a posibles movimientos rusos tras la firma de un hipotético pacto

Es esa acumulación de factores la que está provocando asimismo un cambio de postura en el propio Zelenski, pasando de un discurso centrado en la victoria –es decir, la expulsión de todas las tropas invasoras de todo el territorio ucraniano– a otro que pone el énfasis en la necesidad de contar con garantías de seguridad tras la firma de un posible acuerdo para evitar que Putin pueda volver a las andadas. Y es ahí donde entra (o puede entrar) la Unión Europea.

Consciente de que, a pesar de su voluntad de resistencia, es la pieza más débil de la ecuación, Zelenski está tratando desesperadamente de lograr un compromiso por parte de sus aliados europeos para no quedar expuesto a posibles movimientos rusos tras la firma de un hipotético pacto. Por el camino ya ha podido comprobar que ni los acuerdos de Minsk 1 y 2, ni el comunicado final de la Cumbre de la OTAN de 2008 –que, junto a Georgia, recogía la idea de que el país podría convertirse algún día en miembro de la Alianza–, ni tampoco el Memorándum de Budapest –por el que, a cambio de renunciar a las armas nucleares, recibió en 1994 las garantías de EEUU, Reino Unido y Rusia de defender su integridad territorial– han servido para nada. Por eso ahora Zelenski quiere algo más: la presencia de tropas europeas en su territorio –incluso apuntando que deben ser al menos 200.000 efectivos– como señal de compromiso y como freno a las apetencias imperialistas de Moscú.

Mucho ha cambiado la situación desde que, en febrero de 2024, el presidente francés, Emmanuel Macron, mencionó por primera vez la idea de desplegar tropas europeas en suelo ucraniano. En aquella ocasión se planteaba como un apoyo a la defensa de Ucrania, asumiendo tareas de seguridad en segunda línea para liberar así a soldados ucranianos que podrían reforzar las posiciones de combate en primera línea; una idea que fue inmediatamente rechazada por el canciller alemán, Olaf Scholz, y, en consecuencia, abandonada sin más debate. Hoy lo que se vislumbra, si finalmente se logra llegar a un acuerdo entre Kiev y Moscú, es la posibilidad de que algunos países miembros de la Unión Europea se decidan a aportar tropas de mantenimiento de la paz a desplegar en la línea de demarcación que finalmente se establezca.

En esa línea hay que interpretar la reunión del próximo día 12, en Bruselas, del llamado Grupo de Ramstein, presidido por primera vez por Reino Unido en lugar de por EEUU, aunque el ministro de defensa estadounidense, Pete Hegseth, ha confirmado su asistencia. En el mismo sentido hay que añadir la reunión en París en esa misma fecha del secretario de Estado, Marco Rubio, con el ministro ucraniano de exteriores, Andriy Sybiha, y sus colegas de Alemania, Francia, España, Italia, Polonia y Reino Unido. Entretanto, el representante especial de EEUU para Ucrania, Keith Kellogg, participará en la Conferencia de Seguridad de Múnich (14/16 de febrero) donde con seguridad se avanzará en la búsqueda de la paz en Ucrania.

Más allá de la considerable dificultad para desplegar 200.000 efectivos –para una línea de demarcación de unos previsibles 1.100km–, queda por ver qué países se deciden a sumarse al esfuerzo común, con Polonia rechazando ya desde el principio su participación, a lo que cabe añadir las enormes dudas de los países más próximos a Rusia y la ambigüedad actual de Alemania. Y todo ello sin saber qué piensa Putin de un posible acuerdo. Veremos.

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Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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