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El mundo de Xi

Georgina Higueras

El presidente Xi Jinping utilizó el XIX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh) no solo para consolidar su poder sobre los 1.400 millones de chinos, sino también para explicar a la comunidad internacional cómo es el mundo que quiere el nuevo hegemon. “Al igual que ningún país puede gestionar solo los retos que enfrenta la humanidad, ninguno puede aislarse, porque vivimos en un mundo común y nos enfrentamos a un destino común”, declaró.

China es consciente de que es la principal beneficiaria del actual orden mundial. Por ello no quiere destruirlo, sino readaptarlo a su nuevo liderazgo, de manera que las normas de gobernanza global obedezcan a los intereses chinos tanto, al menos, como a los estadounidenses. En la “comunidad global” que defiende Xi Jinping hay espacio para una relación de igualdad entre las dos superpotencias, sin que ninguna trate de imponerse a la otra.

La reciente gira asiática del presidente Donald Trump ha sido la mejor escenificación del declive estadounidense y el ascenso chino. Xi Jinping le ha dado una lección de geoestrategia y un premio de consolación de 220.000 millones de dólares en contratos comerciales. Trump pretendía sellar la triple alianza Washington-Tokio-Seúl para preparar un ataque preventivo contra Corea del Norte. Xi, contrario a toda aventura militar, le tomó la delantera y firmó una triple entente Pekín-Moscú-Seúl para dar una nueva oportunidad diplomática a Kim Jong-un de poner fin a su programa de armas nucleares y misiles balísticos.

La crisis de 2008 y las desastrosas campañas militares de EEUU en Afganistán e Irak convencieron a los dirigentes chinos de que Washington ya no está en condiciones de liderar el mundo. Pekín teme, sin embargo, que una brusca retirada aislacionista de Washington desate el caos, y prefiere que siga ejerciendo las labores de Policía mundial siempre que sea fuera de lo que China considera “sus aguas”, aunque se las disputan en distintas zonas Japón, Filipinas, Vietnam, Malasia, Brunéi e Indonesia.

En EEUU, sin embargo, la nueva política exterior china goza de pocas simpatías. Los estrategas norteamericanos rechazan los intentos de Pekín de adueñarse del mar del Sur de China, una vía por la que transita más de un tercio del comercio mundial de mercancías y dos tercios del transporte energético. EEUU sostiene que su presencia en esas aguas responde a su deseo de garantizar el libre tránsito, pero China lo ve como un intento de frenar su desarrollo.

Xi Jinping dejó claro que la prioridad sigue siendo la economía, tanto hacia dentro como hacia fuera. En el interior, quiere agilizar la reforma para impulsar el tránsito desde una economía de productos manufacturados a otra de alta tecnología. En el exterior, pretende consolidar la influencia en Eurasia y África con la revitalización de la antigua Ruta de la Seda que, bajo el nombre oficial de Iniciativa una Franja, una Ruta (BRI, en sus siglas en inglés), vincula a 65 países y promueve numerosos proyectos de infraestructuras para desarrollar los transportes de mercancías, energía, personas y tecnología de la información. El presidente se ha volcado en este plan, que representa la implementación de la “comunidad global” que propugna.

Organismos como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS y el Fondo de la Ruta de la Seda son las encargadas de facilitar los créditos necesarios para esos proyectos, con lo que China evita que sean las instituciones controladas por EEUU, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco de Desarrollo Asiático, las que decidan sobre la conveniencia o viabilidad de estos.

El rotundo triunfo de Xi Jinping en el XIX Congreso del PCCh, celebrado en octubre pasado, le permitió situarse a la altura de Mao Zedong y Deng Xiaoping y, como ellos, introdujo en los estatutos del partido su pensamiento sobre la gobernanza china. Xi Jinping insistió en la firme adhesión del país al “socialismo con características chinas” y sugirió que este modelo ofrece una alternativa al sistema democrático occidental para los países que “quieren acelerar su desarrollo al tiempo que mantienen su independencia”.

Pascua Militar, ¿qué Pascua?

El Gobierno chino ya no tendrá que volver a excusarse por no ser una democracia. En la conferencia de prensa previa al cónclave, el portavoz del XIX Congreso, Tuo Zhen, lo dejó clarísimo: “China simplemente no copiará ni replicará modelos de otros países”. Símbolo de los nuevos tiempos es que ni democracia ni derechos humanos, puntos débiles de China, fueron abordados durante la visita Trump.

Gran defensora del multilateralismo, China se ha convertido en el primer contribuyente de cascos azules de la ONUcascos azules, desplegados fundamentalmente en África, mientras EEUU se ha retirado de la UNESCO después de acusar a esta institución dedicada a la cultura, la ciencia y la educación de tener una “posición antiisraelí".

Después de más de tres siglos volcada en sus problemas internos, China se ha asomado al escenario internacional para reivindicar su antiguo estatus de potencia indiscutible de Asia. Su interés, como en buena parte de su historia, es el dominio económico, aunque se ha pertrechado de una importante fuerza naval con la que asegurarse que sus costas no volverán a sufrir la agresión de los siglos XIX y XX. Pese a las buenas palabras de Xi Jinping, el creciente poderío militar de China hace temblar a sus vecinos, que la ven no solo como un temible y ambicioso antagonista, sino como un actor global con aspiraciones a relevar a EEUU como primera superpotencia mundial.

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