La exclusividad amorosa, Žižek y 'The materialist'

Myriam Rodríguez del Real

Hace unos días, uno de estos martes calurosos de agosto en Madrid, estaba haciendo scroll en Instagram y me encontré con un vídeo de Žižek hablando sobre la monogamia. Coincidía con la semana que en Twitter se estaba volviendo a tener el mismo debate de siempre en bucle: monogamia o bala o no monogamia o bala. Además, fui a ver al cine The materialist, que explora el ya bien comentado fenómeno de la mercantilización del amor a través de las aplicaciones de citas —en su versión más elitista— y sus consecuencias sobre la forma en la que pensamos y nos relacionamos amorosamente. Estas tres aristas me han llevado a volver a ciertas cuestiones acerca del amor que pienso que pueden ser de utilidad para abrir una conversación fuera de Twitter sobre ello. Porque sí, como dice Amador Fernández-Savater: «Pensar es también conversar. Buscar interlocutores. Escuchar», esto se da fuera de las redes sociales, y me gustaría dialogar con vosotras sobre esto.

He pensado mucho acerca de este debate monogamia o no monogamia o bala, he participado en ocasiones en el pasado de este debate, y mi conclusión es que Twitter como siempre es una cámara de eco donde repetimos argumentos sin la posibilidad de una conversación con más potencia para con el pensamiento y la pregunta. Volviendo a Žižek, en el vídeo afirmaba: «para mí hay algo de exclusivo en amar solo a una persona», y como siempre hago cuando leo o escucho algo que me rechina o me interpela, se lo mandé a un par de amigas. Había algo en el vídeo que me parecía valioso teóricamente, aunque me estuviese chirriando aquello que Žižek decía sobre no abandonar el matrimonio y la moda del poliamor.

En los últimos meses he hablado mucho sobre el amor con personas cercanas porque creo que clausurar un tema tan importante como qué es el amor y qué implica o de qué forma quiero amar, me parece estúpido y dogmático. Recuerdo especialmente una conversación con una de estas personas cercanas, Adrià Porta, sobre el amor y los distintos afectos del amor: eros, ágape y philia. En este diálogo la otra persona me dijo algo parecido a lo que Žižek creo que quiere apuntar: «todos queremos que se nos ame y se nos mire de forma singular» y quizás en esto consiste el amor en su afecto de agapé, al que creo que apunta el esloveno, y al que quiero prestar especial atención.

Más hacia delante en el vídeo mencionado, Žižek expresa una crítica al poliamor y las formas de amor no monógamas: estas convierten el amor en algo demasiado pragmático centrado en las necesidades y en cómo cubrir las necesidades propias desde las distintas relaciones. El amor visto desde la necesidad, en palabras de Žižek, «te necesito a ti para las conversaciones intelectuales» o «te necesito a ti para el sexo intenso», se aparta de la concepción del amor como ágape, como entrega absoluta, como esa mirada singular o exclusiva a alguien por quién es y no por cómo nos es útil o cómo nos encaja en este o aquel espacio, estos o aquellos planes.

En la película estrenada hace escasos días The materialist, Celine Song lo que hace es mostrar un mundo de amor mercantilizado donde el objetivo es encontrar a una persona que cubra las necesidades que una establece previamente bajo el formato lista de la compra. En la cinta, la directora hace una crítica feroz a la forma de entender el amor bajo la idea de valor a través de la historia de Lucy una trabajadora de una empresa de aplicaciones de citas que conecta personalmente y a través de entrevistas a unos candidatos con otros en función de cuánto encajen; esto vendrá determinado por los requerimientos de cada uno de los candidatos y los puntos que acumule cada uno de estos en función de su educación, nivel económico, atractivo, etc. Todo gira en torno al valor acumulado de una persona que la hace más o menos competitiva en el mercado del amor o lo valiosa que me hace sentir la persona con la que soy emparejada; esto dependerá por una parte del valor (capital) acumulado del otro y por la otra de los objetivos que me hace cumplir esa relación (por ejemplo, consigo casarme y esto me hace una mujer exitosa). Dejando a un lado la consideración sobre lo buena o mala que sea la película o si la visión que proyecta del amor como promesa del para siempre a través de la pareja protagonista Lucy y John nos parezca simplona o vacía, me gustaría tomarla de ejemplo —aunque sea hiperbólico— para confrontar a Žižek.

El problema que encuentro en Žižek es el de analizar solo el fenómeno del poliamor desde esta argumentación y no hacerlo también con las formas propias de la monogamia

Si el vídeo de Žižek me pareció interesante es porque cuando habla de exclusividad no entiendo un amor que priva de amar a otras personas, de otros amores, de otras entregas. Más bien, comprendo que a lo que puede apuntar es a que deseamos ser mirados y amados de forma singular y desde nuestra singularidad, y esto supone una entrega o elección personal no arbitraria. Esto pasa por entender el amor como una decisión, como una elección. Desde aquí, cuando me aman siento que hay una decisión, no sé si exclusiva, pero sí singular de amarme y mirarme a mí (y no a cualquier otra persona). El problema que encuentro en Žižek es el de analizar solo el fenómeno del poliamor desde esta argumentación y no hacerlo también con las formas propias de la monogamia. En The materialist vemos como precisamente en la monogamia también se replican estos códigos que Žižek achaca al poliamor, a saber, la relación con el otro o los otros bajo el criterio de la satisfacción de las necesidades propias o de una lista de checks que buscamos hacer a la hora de conocer a alguien, en lugar de una singular entrega a ese espacio amoroso. A través de la película localizamos la tendencia a pensar el amor y amar desde un sujeto ensimismado por el capitalismo, quien se relacionará con el otro a través de un cálculo de necesidades, oportunidades, ventajas, contratos. Esto sucede de la misma manera bajo relaciones monógamas, como muestra The materialist. Me recuerda a los test que hacíamos de pequeñas las que hemos crecido en los 90 de la Bravo o la Superpop para escudriñar quién o cómo era nuestro hombre ideal (una lista de características, valores y atributos que habría de tener nuestra pareja para que el amor triunfase y fuésemos felices para siempre). Demasiadas demandas y poca donación.

Mi amigo sexólogo Bruno Martínez apuntaba el otro día en una de nuestras conversaciones que amar es vulnerabilizarse y no puede hacerse si no es en la totalidad de nuestra vulnerabilidad. Esta entrega total al espacio amoroso y a la vulnerabilidad y la apertura singular que supone esta donación, que es ágape, no entiende de cálculos o de plannings, no entiende de gestión de los tiempos ni de contratos; y hay, creo, una gran potencia en conservar esto a lo que los griegos apuntaban con el concepto de ágape. Una reivindicación de la entrega que supone ágape, como diría mi amigo Bruno, sin tener que dejar de atender eros y filia. Porque hay algo de nosotros que busca ser amado de forma singular, sentirse mirado porque alguien ha elegido mirarme a mí y no a otra persona, establecer compromisos como elecciones conscientes y personales y no arbitrarias. Nadie quiere que le amen bajo la forma «como te podría amar a ti, podría amar a cualquiera», como me apuntó Adrià; porque el amor siempre se da entre dos, entre yo y un otro, entre el otro y yo, aunque si ese amor se abre hacia el afuera seguramente se multiplique.

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Myriam Rodríguez del Real es investigadora de filosofía política y metafísica de doctorado.

Myriam Rodríguez del Real

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