Plaza Pública

Los hijos de Horacio

Miguel Lorente Acosta

Nos presentan el juramento como un ejercicio de libertad y de compromiso individual, cuando en realidad es un acto de obediencia y de integración al grupo que llama a la persona como uno más. Nadie jura en soledad ni para sí mismo, salvo en la necesidad de escenificar esa pertenencia al margen de los demás.

El juramento se convierte en la negación de la individualidad al darle prioridad al objetivo de otros sobre la voluntad de la persona, y por ello se pone por testigo a la ausencia y se hace vida de esa razón, aunque el resultado conduzca a la muerte.

Se jura por Dios, de palabra y con la vida como precio, por eso las mujeres no han podido jurar. Los hombres han utilizado los instrumentos que se han otorgado a sí mismos para reforzar su obra divina y humana, y en ella las mujeres eran una pertenencia más. Luis García Montero, en su artículo "El juramento de la sociedad", nos revela las claves que guarda el significado del cuadro El juramento de los Horacios, de Jacques-Louis David, y cómo queda reflejada en la pintura la "dinámica patriarcal": "La condición masculina", escribe, "se define en la razón porque está destinada a lo público y la condición femenina se funda en los sentimientos porque se destina al ámbito privado".

El juramento fue la primera decisión que tomaron los hombres para perpetuarse en el machismo, verdadero paraíso terrenal, más allá del accidente de la vida. Existir es haber existido, y eso lo hace cualquier hombre en la continuidad de una cultura que los supera aunque no se haya ajustado a los cánones, pues una vida individual no es suficiente para llevar la contraria a la Historia ni al resto de los hombres.

Un juramento que nació en el Neolítico y supuso una traición a los sentimientos y a la armonía que existían en la convivencia de aquellos grupos de 30-40 miembros, para dejar de lado el proyecto común y dar la razón a los hombres que ocupaban posiciones de poder gracias a la acumulación de riqueza que empezó a proporcionar el cultivo de la tierra. Lo explica el antropólogo y humanista George Silberbauer al describir el golpe que asestó el poder a la ética que movía a los grupos del Neolítico, donde lo común era la única referencia válida, porque sin el grupo no había posibilidad de proyecto individual. Tomar conciencia de esa realidad nos ha conducido a acumular poder a pesar de su injusticia, no a resolver los problemas de convivencia. Por eso, cada vez que intentamos recuperar la referencia común, como describe García Montero que sucedió en la Ilustración, la iniciativa ha sido impedida por un poder que nunca ha renunciado a utilizar sus mecanismos para reorganizarlo todo de manera diferente, pero siempre favorable a sus deseos y necesidades.

Trascendencia, palabra y muerte, esos son los dominios que los hombres se han asignado para dar sentido y significado a su cultura y sociedad. Por eso pueden jurar y hacer jurar para diluir a cada hombre en el grupo de hombres bajo la apariencia de libertad y de proyecto común, cuando en realidad sólo es el resultado de la visión particular de lo masculino.

El juramento de la sociedad

A las mujeres les han negado la palabra y las han reducido a la gestión de la vida por medio del cuidado y los sentimientos, no de la razón, pero de esa vida con principio y final que acaba en la muerte donde los hombres continúan con sus hazañas y la épica de ser hombre para dominar la eternidad sobre el fracaso de la vida. ¿Quién necesita la vida cuando se tiene la eternidad?

Coincido con Luis García Montero en que todo lo alcanzado por el feminismo no sólo es razón para continuar, y que esa misma realidad es el argumento que utiliza hoy el machismo para volver a desarrollar una nueva estrategia de control desde su posición de poder. Ya no lo será sobre la condición individual, pero lo hará a través de la economía, de esa técnica sin ética a la que se empieza a adorar, del consumo como forma de reconocimiento, de la instrumentalización de la diversidad, de la imposición de su modelo… y de tantas otras tácticas que ya están presentes.

Las mujeres no son hijas de Horacio, ellas no han podido jurar al no tener palabra ni trascendencia en la cultura, ellas estaban lo suficientemente sometidas a los hombres para no tener que someterlas de otra forma. Pero por eso han podido llevar a cabo la gran revolución de transformar la realidad sobre la Igualdad, el antídoto de la sociedad jerarquizada del machismo. Por eso el éxito se conseguirá con la derrota del patriarcado y su machismo funcional, no de los hombres como referencia, pues la convivencia en Igualdad sólo puede ser diversa, plural y con  toda la sociedad.

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