La izquierda desencantada

En estos días, en los que las noticias se han tornado demasiado grises y en los que hemos vuelto a vivir un acontecimiento que ha puesto en valor nuestros servicios públicos, reflexionando sobre el papel de la izquierda, la importancia del legado que uno deja y la lucha con honestidad y con valores, hay un término con el que cada vez me siento más identificada, la izquierda desencantada. Un término que, por desgracia, también se escucha en la calle, en el trabajo o en el bar.

Cuando se habla de desencanto, de errores cometidos, quizá se piense que se hace desde un ámbito negativo. Sin embargo, hay personas que me han enseñado que no hay nada mejor que decir las cosas como son, porque quizá así en el futuro pueda haber algún atisbo de esperanza.

Sigo creyendo que la política es la mejor herramienta para mejorar las condiciones de la clase obrera y también sigo creyendo en la necesidad de los partidos y las organizaciones como instrumentos para mejorarlas. Pero los partidos nunca deben ser un fin en sí mismos, sino que deben buscar la mejor estrategia para mejorar la vida de aquellos a los que representan.

Lamentablemente, en la izquierda nos dedicamos más a pelearnos entre nosotros, a debates estériles, a repartir carnés, que a señalar al de enfrente, a seguir hacia adelante y a construir. Quizá es inevitable, sí, pero perdemos demasiada energía y tiempo, y sobre todo perdemos mucha gente valiosa por el camino.

Para vencer hay que convencer, y parece que no nos damos cuenta de que lo más importante que estamos perdiendo es “convencer en la calle”. Porque, fuera de la dinámica de los partidos, lo que verdaderamente nos importa es la mejora del día a día: la subida del salario mínimo, tener una vivienda donde vivir, mejorar nuestras condiciones laborales, poder ir al médico sin tener que esperar meses y meses en listas de espera; en definitiva, vivir mejor siendo lo que somos, una clase obrera que no vive de rentas ni de herencias.

Poco o nada nos importan las cuitas personales, poco o nada nos importan las fotos o vídeos como si quienes nos representaran tuvieran que ser influencers vendiéndonos cualquier marca. Necesitamos identificarnos con aquellos que llevan nuestra voz a las instituciones. Necesitamos creer que los problemas que sufrimos con la educación, la sanidad o el trabajo los sufren también los nuestros y por eso los luchan de verdad con nuestro mismo ímpetu.

Por eso, Podemos fue un revulsivo en nuestro país que nos ilusionó a muchas, que en su estrategia no buscaba ser un partido tradicional, sino un movimiento mucho más transversal. De hecho, acertadamente, Pablo Iglesias lo definía más allá de la etiqueta ideológica de la izquierda buscando también a los votantes de la llamada “centralidad”, y también acertadamente se buscó la unión con IU. Entonces no se señalaba a nadie, lo importante para cambiar las cosas era buscar lo que nos unía y no lo que nos separaba.

Y así conseguimos llegar al primer Gobierno de coalición, con alianzas ya ensayadas en gobiernos autonómicos, y también conseguimos los llamados “gobiernos del cambio” en muchas ciudades importantes de España.

En el Gobierno de coalición, aun en minoría, se han logrado muchos éxitos que estoy segura de que nunca se hubieran alcanzado si Unidas Podemos no hubiera estado en él. Y, acertadamente, la estrategia era la búsqueda de la unidad popular.

Sumar era una oportunidad para aunar fuerzas y seguir consiguiendo logros. Es evidente que se han cometido errores, que no se ha logrado ni la movilización ni la ilusión de sus bases, y que la falta de un proyecto ilusionante está erosionando su peso electoral en el actual Gobierno.

¿De verdad la izquierda no es capaz de unir fuerzas? ¿No es capaz de pensar más allá de hiperliderazgos que han generado una cultura que nada tiene que ver con sus valores?

Pero más allá de reproches, de culpas del pasado, muchos y muchas nos preguntamos cuál es el futuro. ¿De verdad la izquierda no es capaz de unir fuerzas? ¿No es capaz de pensar más allá de hiperliderazgos que han generado una cultura que nada tiene que ver con sus valores? De momento, replicar un Frente Amplio como en Uruguay suena muy lejano.

Sin embargo, aún deberían quedar razones para no bajar los brazos. De momento, a pesar del auge de la extrema derecha en Europa, en España aún tenemos un muro de contención. En la Comunidad de Madrid seguimos necesitando un cambio, con las listas de espera en la sanidad pública que superan el millón de personas, duplicando la cifra desde que Isabel Díaz Ayuso asumió el cargo de presidenta. Y en nuestros municipios hay una diferencia notable en la calidad de servicios públicos que diferencian los gobiernos progresistas de aquellos en los que gobierna el Partido Popular.

Aún hay tiempo para que la izquierda recupere terreno, pero para ello primero se deberían dejar las diferencias de lado. Hacer una crítica, o simplemente no estar de acuerdo con determinadas decisiones, no nos convierte en enemigos. Es más, creo que es positivo. De hecho, a pesar de no estar de acuerdo con algunas de las últimas propuestas de Pablo Iglesias, me quedo con una de sus frases:

“La política no va solo de principios, sino de acumular el poder suficiente para que los principios se conviertan en realidad. Porque para hacer política no basta con tener razón, hay que tener poder”. Es sencillo.

Y ese planteamiento, en mi opinión, debería ejecutarse de abajo a arriba, de lo concreto a lo global, de los municipios al Estado, de las bases a las direcciones. Y precisamente desde el ámbito municipal es donde debería nacer esa estrategia y aprender también de decisiones erróneas del pasado.

Somos personas y tenemos sentimientos. Esto que puede parecer una obviedad es algo que no podemos obviar en ese debate que se da una y otra vez sobre la unidad. Somos muchos quienes hemos estado militando activamente dentro de la izquierda y por ello sabemos bien que muchos desencuentros son más fruto de rencillas personales que de discrepancias ideológicas. No serviría de nada entrar en un debate acerca de quién tiene la culpa, quién empezó o quién es más responsable. Sería tiempo perdido, que no utilizaríamos en lo que de verdad importa, nuestro pueblo y nuestra vida.

Por ello, lo primero que debemos exigir es el fin de todo relato de agravio personal en el discurso público. Esto debe ser sustituido por lo que siempre ha encarnado la izquierda: la propuesta y la esperanza de que claro que podemos tener un mundo mejor. Hay que hacer un llamamiento al fin de las guerras en las redes sociales, llenas de insultos y descalificaciones muchas más veces contra el de al lado que contra quien sabemos que es nuestro verdadero enemigo.

Por supuesto que es importante gobernar y lo hemos demostrado en todos los niveles del Estado, pero –y pongamos ya los peros– no puede ser mediante la sumisión absoluta al PSOE. Nadie quiere un gobierno de PP y Vox, pero tampoco podemos obviar que las políticas conservadoras que también practica el PSOE tienen mucha culpa de que esas fuerzas ganen apoyos populares, ante el descrédito de la izquierda. Así que volvamos a luchar por ser la opción de toda la gente de este país que aspira a mejorarlo y no nos conformemos con llevarle las maletas a los de Ferraz.

Después de las últimas encuestas en la Comunidad de Madrid hay que replantear la estrategia, incluso debería forzar a los socialistas a mover ficha. Ninguna de las opciones progresistas deberíamos conformarnos con ser la eterna oposición y tener unos cuantos puestos en la Asamblea. Necesitamos mayorías.

En la izquierda tenemos tiempo de articular mecanismos democráticos para formar un frente unido de cara a los próximos comicios de cualquier tipo, sabemos que es imprescindible por cómo funciona nuestro sistema electoral.

España es una nación llena de gente valiente, que cree en la igualdad y la justicia social. No se lo regalemos a los de siempre. Y recuperemos una opción que no se conforme con estar, sino que quiera gobernar y que vuelva a ilusionar.

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Vanessa Millán Buitrago, Doctora Ciencias Políticas y Exconcejala y exportavoz de Podemos en el Ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid (2014-2023) 

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