Medios modernos en Irán para seguir siendo anacrónicos

Anahita Nassir

Septiembre 2022. Una joven de nombre Mahsa Jina Amini muere en custodia policial en Irán por no respetar las normas obligatorias de vestimenta.

Abril 2023. Tras más de siete meses de protestas por su irracional e injusta muerte, la demanda ha cambiado en esencia: la rabia por la injusticia cometida ha derivado en un cuestionamiento del régimen y en una lucha por la democracia y la libertad. La brutal represión estatal contra su propia población lleva más de 500 muertos, alrededor de 22.000 detenidos sin garantías legales y cuatro jóvenes ejecutados en la horca.  

Todo esto en un Irán sumido en una grave crisis económica, afectado por una corrupción galopante, unas tasas de desempleo y de inflación enormes, donde los beneficios derivados de su riqueza energética no repercuten en una mejora de las condiciones de vida de su población, con una degradación del medio ambiente alarmante, un profundo descontento social y un apartheid de género institucionalizado. En este contexto, las mujeres, especialmente las jóvenes y formadas de las ciudades, siguen encabezando las protestas, retando día sí y día también las políticas discriminatorias del Gobierno. 

Y lo hacen atacando el símbolo más evidente, el elemento por antonomasia de la opresión que sufren: el velo obligatorio en la esfera pública desde 1981 y para toda mujer a partir de los nueve años. Siempre han mostrado su rechazo a esta imposición, desde una resistencia cotidiana, diaria, integrada en su rutina: cada día un poco más visible el mechón de pelo, usando velos coloridos, pintándose las uñas, etc. 

A lo largo de todos estos años han mantenido un perfil público de oposición bajo (excepto en momentos puntuales como en 2009 con el Movimiento verde o desde 2014 con la iniciativa de los Miércoles blancos), pero desde el pasado septiembre se ha generado una dinámica imparable: caminan desafiantes por las calles, van en metro y de tiendas sin velo. Y cada día son más. 

El régimen, en un intento desesperado de mantener el orden basado en leyes medievales, recurre a medios modernos: las cámaras de videovigilancia en los espacios públicos usadas para identificar a las que no cumplen con las normas de vestimenta. Una vez identificadas, reciben un aviso. En caso de no hacer caso, la mujer corre el riesgo de ser procesada. Las cuestiones éticas sobre el uso de tecnología inteligente de reconocimiento van más allá de la finalidad del presente artículo, pero representan una clara herramienta de control y de intimidación contra los potenciales opositores al régimen.        

No solo eso, en paralelo y para aumentar la presión, la responsabilidad por cumplir la norma recae también en quienes las atiendan sin velo, tendederos o vigilantes del Metro que permiten su acceso, por ejemplo. De hecho, en los últimos meses, las autoridades iraníes han cerrado muchas tiendas, farmacias y restaurantes, pues sus propietarios no habían exigido el uso obligatorio del velo a sus clientas.

Las iraníes no tienen la menor intención de ceder en su lucha, decisión cargada de una valentía asombrosa, pues se enfrentan a toda una maquinaria opresora que castiga con cárcel, tortura, violaciones y amenazas de muerte

De hecho, las mujeres sin velo tienen actualmente prohibido acceder a los edificios gubernamentales y a los servicios de transporte públicos, sufren trabas en sus gestiones burocráticas y se les congelan sus cuentas bancarias; asimismo, el régimen instiga a sus partidarios para que acosen y denuncien a toda mujer que osa no cumplir con la norma. 

Estas prohibiciones se juntan con la oleada de envenenamientos de estudiantes femeninas a lo largo de todo el país, desde noviembre, siendo un claro acto de venganza del régimen contra uno de los grupos sociales más activos en las protestas y que más le cuestiona. Y a los dirigentes solo se les ocurre acusar a sus habituales enemigos externos, Israel y compañía... 

Las iraníes no tienen la menor intención de ceder en su lucha, decisión cargada de una valentía asombrosa, pues se enfrentan a toda una maquinaria opresora que castiga con cárcel, tortura, violaciones y amenazas de muerte. Y cada vez más hombres las secundan, andando por las calles en pantalones cortos –prenda prohibida para ellos– o bien usando el velo, claras muestras de solidaridad, o bien haciendo caso omiso de la prohibición de atenderlas en espacios públicos si no llevan el velo. 

En definitiva, a pesar de enfrentarse a graves problemas estructurales económicos y medioambientales, la clase dirigente está más preocupada en no perder el poder político y económico adquirido en estos 44 años, que en resolverlos. Asimismo, centra todos sus esfuerzos en mantener el control sobre el cuerpo y vestimenta de la mitad de su población; obsesión anacrónica que, a pesar de su esfuerzo titánico fracasará, aunque no sea a corto plazo, pues la población iraní está dispuesta a luchar hasta lograr su meta: ¡justicia y libertad para todos y todas! 

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Anahita Nassir es politóloga hispano-iraní, activista y colaboradora de la Fundación Alternativas.

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